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Sucesión dinástica, Daniel Ortega, Estados Unidos, Nica Act
Julio Icaza Gallard

Menosprecio de tres siglos de historia

La conmemoración de las fechas patrias del mes de septiembre, lejos del patrioterismo carnavalesco que la caracteriza, debería tener como uno de sus principales propósitos el conocimiento y reflexión sobre nuestro pasado, con los datos que arrojan las investigaciones científicas más actualizadas. Esto no sería más que un primer paso para empezar a desmontar la gruesa capa de prejuicios y distorsiones que oscurecen y deforman nuestra visión de la historia, una visión alterada no solo por falsedades o exageraciones político ideológicas y propagandísticas sino por los grandes silencios, ocultamientos y vacíos que aún prevalecen.

José Coronel Urtecho, en sus Reflexiones sobre la historia de Nicaragua, hacía un llamado a indagar y conocer los largos trescientos años que existimos como parte del imperio español, sin cuyo conocimiento muy poco o nada se pueden entender y valorar las trágicas peripecias de nuestra posterior vida independiente.

El primer error es seguir llamando a ese extenso período “época colonial”. España no siguió el esquema de expansión utilizado, sin mucho éxito, por Inglaterra, Francia y Holanda. Adelantada un siglo en poner pie en América, se propuso crear no colonias sino una monarquía imperial, algo diferente y mucho más complejo. Fuimos parte integral de un reino que reprodujo en los territorios americanos conquistados la organización política, la cultura, creencias religiosas, conocimientos científicos, adelantos arquitectónicos y artísticos de su sede imperial. Y esto se hizo de tal forma que, pasados por el tamiz de la mezcla de sangres, la conjunción de cosmovisiones hispano católicas, indígenas y africanas, así como de la naturaleza y paisaje desbordantes del nuevo mundo, produjeron lo que Lezama Lima llamó la “expresión americana”.

Y fue esta forma de expansión, fundamentada en la filosofía humanista elaborada mucho antes de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano por los teólogos de la Escuela de Salamanca  —y no la colonial, que en general desconoció al otro condenándolo a la marginación o el exterminio—, la que permitió que durara trescientos años, algo verdaderamente excepcional en la historia de los imperios. No sin tensiones y contradicciones, pero con un prevaleciente grado de integración y de paz social y un nada desdeñable nivel de adelanto y riqueza material y cultural, este esquema reproductivo le permitió al imperio llegar a finales del siglo XVIII, ya en fase de decadencia, en condiciones más avanzadas que algunas de las más importantes colonias inglesas del norte.

Alexander von Humboldt, un liberal que compartió los prejuicios antiespañoles y anticatólicos de la mayor parte de la Ilustración, se queda sorprendido al ver lo que no esperaba en su famoso viaje a América. La ciudad de México de 1804 le “recuerda a Berlín, pero más hermosa”. Ese mismo año el Morning Post calificaba a esta ciudad como “la más rica y espléndida del mundo, el centro de todo lo que se transmite entre América y Europa por una parte, y entre América y las Indias Orientales por otra”. Los reinos americanos cuentan con numerosas universidades, que no solo enseñan los adelantos científicos europeos sino las lenguas indígenas, bibliotecas bien dotadas y hospitales, además de sistemas de caminos y ciudades con plazas enormes y bien iluminadas, en las que brillan palacios y edificios representativos del palatino tardío y el barroco americano.

Tan importante fue el grado de desarrollo alcanzado que el real de a ocho, la moneda de curso legal en todo el imperio, conocido también como peso fuerte o dólar español, llegó a convertirse en el Siglo XVIII en la primera divisa de uso mundial, utilizada en las transacciones comerciales con Oriente, Inglaterra y Francia. En los Estados Unidos (EE. UU.) fue moneda de curso legal hasta 1857 y se le denominó Spanish dollar y sirvió además de garantía a los primeros dólares americanos.

El verdadero auge de las colonias norteamericanas vino después, cuando dejaron de serlo y se liberaron del yugo inglés, independizándose y poniendo en práctica las ideas ilustradas, ayudados por la experiencia de autogobierno adquirida durante el coloniaje. Lo que para ellas fue el comienzo de una carrera meteórica que les llevó al desarrollo político, económico y social y, a través de la unión federativa, a la construcción de un nuevo imperio, los EE. UU. de América, para nosotros representó el hundimiento en la guerra civil y el caos, la división y desintegración, la tiranía y la destrucción de gran parte de la herencia hispánica.

Y entre más indaguemos en la historia de esos trescientos años más nos toparemos con grandes sorpresas, tanta es la deformación histórica que ha prevalecido, como mecanismo elemental que alimentó las guerras de independencia y nutrió la formación de las nuevas identidades nacionales. Dar la espalda a ese mundo y abrazar doctrinas revolucionarias que no habían sido fruto de la evolución de nuestra realidad y tradición cultural, fue el primero, en una serie de negaciones y errores fatales, que pronto llevaremos doscientos años tratando sin éxito de superar.

El autor es jurista y catedrático.

Opinión fiestas patrias José Coronel Urtecho archivo

COMENTARIOS

  1. Mario H. Castellón Duarte
    Hace 7 años

    A continuación no digo nada sobre el escrito de mi antiguo jefe Julio Icaza Gallard, tal vez así me publican solamente que estoy en total desacuerdo por lo que él expresa. En los dos últimos días he enviado escritos que han sido seguramente botados a la basura .

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