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Iván de Jesús Pereira

La Independencia

Con los primeros destellos de aquel amanecer del 15 de septiembre de 1821, se fue llenando el Palacio de los Capitanes Generales, en Antigua, Guatemala, edificio monumental, elocuente testigo del exuberante estilo barroco que predominaba en la época.  Tanto los portales, los patios y corredores poco a poco fueron recibiendo a una inmensa, compacta y agitada multitud, acaudillada por el médico guatemalteco, doctor Pedro Molina Mazariegos director del periódico El Editor Constitucional, don José Francisco Barrundia, don Mariano de Aycinena quienes desde el día anterior al recibirse la noticia de la adhesión de Chiapas al Plan de Iguala o de las Tres Garantías, que consagraba la religión católica como la religión del país, la independencia y la instauración de una monarquía, veían la necesidad de proclamar de inmediato la Independencia de Centroamérica del Reino Español.

A la reunión habían sido invitados: el Arzobispado, la Real Audiencia, el Ayuntamiento, el claustro universitario de la Universidad de San Carlos (nuestra madre), el Colegio de Abogados, la Auditoría de Guerra, los jefes generales de los cuerpos militares, el protomedicato, las órdenes religiosas, párrocos y la diputación provincial.

Poco a poco fueron llegando, los primeros fueron los diputados de las corporaciones. Muy pronto se hizo presente el arzobispo fray Ramón Casaus y Torres, de la Orden de los Predicadores (Dominico), intelectual conservador, quien ostentaba el grado de doctor. Como hombre de acción, su pensamiento estaba claro esa mañana y dos puntos centraban su razón. Primero: oponerse a las medidas de los partidarios de la independencia, ya que eran subversivos. Segundo: enfrentar a ese religioso cura liberal salvadoreño José Matías Delgado, partidario de una iglesia salvadoreña independiente. También estuvo presente el deán doctor Antonio García Redondo quien representó al cabildo eclesiástico, también asistió el canónigo José María Castilla, con el cargo de provisor y vicario general del arzobispado; además, la Iglesia incluyó en su representación a los superiores de las órdenes religiosas y a los rectores de las principales parroquias.

La reunión fue presidida por Gabino Gaínza y Fernández de Medrano (Vizcaya, País Vasco), quien ostentaba el grado de Brigadier, y era en ese momento el jefe político superior, en lo militar era capitán general de Guatemala, con jurisdicción sobre Chiapas, Guatemala, El Salvador y Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Como militar y político español, había hecho su carrera en las colonias americanas. En el proceso de independencia de Hispanoamérica, inicialmente luchando del lado realista primero en el Perú y luego —en Chile— había llegado ya viejo a Guatemala. Los acontecimientos de agosto de 1821, en México donde se logró la Independencia bajo la dirección de Agustín de Iturbide hicieron pensar a Gaínza quien desde ese momento se adaptó a la nueva situación del centro virreinal, colocándose abiertamente del lado del movimiento independentista. Al abrirse la sesión se procedió a dar lectura al Acta de Independencia de la provincia de Chiapas.

Don José Cecilio del Valle tomó la palabra, el historiador José Dolores Gámez dice que “su discurso fue elocuentísimo y demostró la necesidad y la justicia de la independencia; pero concluyó manifestando que no convenía hacer su proclamación sin oír previamente el voto de las provincias”.

Del Valle había nacido en Choluteca (descendiente de indios venidos de Cholula quienes habían llegado desde Soconusco en donde huyeron para librarse de la opresión de los Olmecas). Su abuelo había sido regidor de la Villa de Choluteca y peticionario ante las autoridades de Guatemala para que se le otorgase el título al oficio de alférez real, en otras palabras, don José Cecilio era de una indudable ascendencia provinciana noble, habiendo sido desde muy joven alcalde Ordinario y alférez real del Ayuntamiento de la misma villa.

Le siguió el nicaragüense don Miguel Jerónimo Larreynaga y Silva nacido en Telica, León. Y al decir de Gámez: “Con su palabra de fuego combatió valientemente la idea de todo aplazamiento, equivalente en aquella ocasión a muerte de la idea redentora proclamada en aquel memorable día”.

Gálvez, Delgado y otros muchos patriotas que figuraban en la diputación, en la audiencia, en la Municipalidad y en otros puestos vinieron en apoyo de Larreynaga.

Apoyados por los gritos y aplausos del pueblo se procedió a redactar el acta. Nuestro filósofo, político, abogado y periodista hondureño tuvo ese honor. Sus estudios realizados en la Real y Pontificia Universidad de San Carlos Borromeo. Su espíritu investigador penetrado en los estrados del conocimiento y su poderosa inteligencia lo llevó a cristalizar enseñanza, pensamiento y ciencia en ese documento. Él que había escrito sobre matemáticas, filosofía, geografía, historia, botánica, mineralogía y derecho logró al decir de Mariano Fiallos Gil lo siguiente: “El acta que marca este acontecimiento, suscrita en Guatemala, no expresa ningún agravio contra la Madre Patria tal como lo hicieron los Estados Unidos contra Inglaterra. Parece ser que los agravios se daban por conocidos, y que no había necesidad de estipularlos, pues el hecho mismo de ser dependientes de una nación de otro continente ya era en sí un agravio. Simplemente, se dice en nuestra Acta de Independencia, que esta se proclama porque así lo desean todos nuestros pueblos.

También se establecían muchas otras garantías individuales para protección de la vida, el hogar, la justicia ante los tribunales comunes, y la sumisión de la policía a las autoridades civiles, pero no así el ejército. Este quedó fuera del poder civil. Lo cual ha sido siempre la causa de los despotismos militares que ha sufrido nuestra América y que ha impedido el desarrollo de lo que podríamos llamar: Operación Libertad. Libertad de las clases desheredadas de nuestra sociedad, cuyo grito revolucionario se escucha allá abajo en las plazas, las calles, los caminos de este continente estremecido.

José Coronel Urtecho dice: “El verdadero mérito de los independentistas centroamericanos o, si se quiere, su principal habilidad, consistió en mantener en paz a Centro América hasta la proclamación de la independencia mexicana y proclamar ellos solos, en el momento más oportuno, su propia independencia, de acuerdo con las autoridades peninsulares. En esto estuvo, por lo menos, la originalidad de la independencia centroamericana. De no haber sido así, las tropas de Iturbide hubieran libertado a Centro América y está habría quedado, probablemente incorporada a México, como de todos modos estuvo a punto de quedarlo. Así quedó la provincia de Chiapas que se había adherido por adelantado al Plan de Iguala”.

Así fue el parto de esta unión aun no lograda. Unión que al decir de Rubén Darío se da: “Cuando las plumas juntas forman un ala;/ cuando la Patria, espléndida, viste de gala;/ cuando el pueblo contempla nubes espesas/ rasgadas con relámpagos y Marsellesas;/ cuando en una bandera cinco naciones/ juntan sus esperanzas y pabellones;/ entonces, de los altos espíritus en pos,/ es cuando baja y truena la voluntad de Dios… Unión, para que cesen las tempestades;/ para que venga el tiempo de las verdades;/ para que en paz coloquen los vencedores/ sus espadas brillantes sobre las flores;/ para que todos seamos francos amigos,/ y florezcan sus oros los rubios trigos;/ entonces, de los altos espíritus en pos,/ será como arcoíris la voluntad de Dios”.

El autor es abogado.

Opinión Centroamérica independencia Miguel Larreynaga. archivo
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