En sus discursos con motivo de los recientes aniversarios del Ejército y la Policía, Daniel Ortega se refirió a quienes, según él, en los años de la democracia (abril de 1990 a enero de 2007) querían destruir a esas instituciones armadas.
El 1 de septiembre, en la celebración del 38 aniversario del Ejército, Ortega dijo que “…de 1990 al año 2007 (…) el Ejército y la Policía fueron sometidos a una política de desgaste de parte de esos Gobiernos que querían desaparecer al Ejército. Su objetivo era desaparecer al Ejército, desmontar a la Policía, y quedar una nueva fuerza”.
Posteriormente, el 11 de septiembre, en la celebración del aniversario de la Policía, Daniel Ortega repitió: “…del 25 de abril del año 1990 al 10 de enero del año 2007 (…) las fuerzas dominantes intentaron sembrar el odio, el revanchismo, la venganza, por encima de la Reconciliación, e hicieron todo lo posible por debilitar para desaparecer a la Policía y al Ejército”.
Por la verdad histórica hay que decir que después de la derrota electoral de la dictadura sandinista, en 1990, surgió el Movimiento Civilista de Nicaragua, que con todo derecho y razón planteaba que la nueva situación creada con el triunfo de la democracia, era la oportunidad para abolir el Ejército y poner fin al militarismo que tanto daño le ha hecho a la nación nicaragüense a lo largo de la historia.
En Nicaragua los ejércitos siempre fueron partidistas, sirvieron para sostener a feroces dictaduras, como la somocista y la sandinista de los años ochenta. Además, ¿para qué ejército? Las experiencias de Costa Rica y Panamá, que abolieron a sus respectivos ejércitos y los sustituyeron con fuerzas de seguridad pública profesionalmente competentes y formadas en el espíritu civilista y democrático, demuestran que se puede vivir mucho mejor y prosperar más, prescindiendo de las fuerzas militares.
El Movimiento Civilista de Nicaragua que abogaba por la abolición del Ejército, estaba encabezado por eminentes y solventes personalidades democráticas, como el poeta Pablo Antonio Cuadra (PAC) y el doctor Francisco Mayorga, ahora aliado del orteguismo. Lamentablemente aquel movimiento no tuvo mucho respaldo popular y prevaleció la política del gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro, de transformar al Ejército en una institución apolítica y apartidista como debe de ser la fuerza armada nacional. Y hay que reconocer que se avanzó bastante en esa correcta dirección, hasta que Ortega recuperó el poder y volvió a politizar y partidarizar las instituciones armadas.
Pero fue un buen intento, el del Movimiento Civilista, que ojalá más adelante se pudiera retomar y tenga el necesario respaldo popular.
“El mal de la espada es que siempre resulta demasiado grande para quien la usa”, escribió Pablo Antonio Cuadra y agregó que “cuando se gasta más en armamentos que en educación, se necesita más fuerza represiva para mantener el ‘orden’, y cuando se necesita más fuerza represiva, se gasta más en armamentos que en educación”. Un círculo vicioso.
Y dijo también el gran maestro PAC: “No creas en la alianza del dinero y de la ametralladora, porque heredarás a tus hijos, no el dinero, sino la ametralladora”.