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templos vivos, Dios, Jesús, Iglesia Católica
Óscar Chavarría

Dios a nuestra medida

Cada uno de nosotros, tenemos la tendencia de poner las cosas y pensamientos alrededor de nuestros pensamientos y conceptos; es más, fabricamos a Dios según nuestra conveniencia. Por ello, es verdad que el Dios que tenemos corresponde a la personalidad que somos, tanto grupal como individualmente. Nos hacemos nuestro Dios a nuestra medida. Conformamos una figura de Dios que piense y quiera lo que nosotros pensamos y queremos. Por eso es que “hay tantos dioses como creyentes”.

Esto hace que el Dios en quien decimos la mayoría creer, quizá no sea el verdadero Dios sino un ídolo fabricado por nosotros mismos. El profeta Isaías nos dice, poniendo estas palabras en boca de Dios: “Mis pensamientos no son sus pensamientos, ni mis caminos son los suyos” (Is. 55, 8).

Dios no es como nosotros, ni sus formas de ser y pensar son como las nuestras. Nuestro mundo de hoy solo entiende de economía. En los partidos políticos ya no hay ideologías; a la hora de gobernar en casi nada se distingue un gobierno del otro. Entendemos la vida como un negocio: “Tanto tienes, tanto vales”. El dinero y sus intereses es lo que orienta nuestra actividad. El dios-dinero es lo que define nuestra misma familia: los padres y los hermanos valen en tanto en cuanto que la herencia sea más grande. El dios-dinero rompe con los valores más sagrados, sean morales, familiares o religiosos. Recordemos la frase que dice: “Poderoso caballero es don dinero”.

Cuando leo que el patrón da a todos el mismo salario, aunque no todos hayan hecho el mismo trabajo. No es un canto a la vagabundería, no es un canto a la vagancia, no es un canto a la viveza: Como sé que me van a pagar igual que a los demás, me aprovecho y que trabajen los otros. (Mt. 20, 1-16).

Dios es distinto a todos los dioses que nosotros nos fabricamos, y piensa y se mueve, por valores muy distintos a los que nosotros nos movemos. Dios no es un banquero ni un capitalista. Dios no es un empresario ni un patrón.

Dios es solo corazón. Dios es toda generosidad, bondad, gratuidad. Dios no se mueve en el campo del interés sino en el mundo de la gratuidad. Dios ofrece la salvación a todos y en todo momento. Dios se da y se nos da sin interés personal alguno. La salvación no es fruto de nuestros méritos. Es solo una gracia. El Señor no está preso del esquema “tú me das, yo te doy”. Nada, ninguna obra humana por valiosa que sea, merece la gracia y, si así fuese, esta dejaría de serlo. Jesús nos enseña, una vez más, que su Padre Dios y nuestro Padre nunca se mueve por el interés.

Dios se da gratuitamente. Por eso: nadie puede exigirle a Dios; nadie puede alegar méritos; nadie puede presentarle su curriculum vitae; nadie puede acercarse a Dios exigiendo.

Nuestra fe tiene que ir siempre por el camino también de la gratuidad; no por la paga, como dice el poeta: “Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara, y, aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues, aunque lo que espero, no esperara, lo mismo que te quiero, te quisiera”.

En el mundo de Dios no existe la palabra “interés” y quienes creen en el Dios de Jesús, tampoco deben moverse por el interés, ya que todo es gratuito. Como gratuito es el gran amor que nuestro Dios nos tiene.

El autor es sacerdote.

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