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Joaquín Absalón Pastora

Etapas descendentes

Durante los últimos años de administración presidencial dominada por el poder ejecutivo en un tambaleo aliado con la rutina, tres grados se posaron en la escala descendente: la tiranía de los Somoza desde que advino el fundador de la era, el populismo base estratégica y característica en el estilo de Daniel Ortega y dentro de ese periplo por las extremidades, la corrupción de Arnoldo Alemán, la plaga hegemónica de su mandato que contribuyó a debilitar la sostenibilidad en el poder del liberalismo, con la aclaración de que el liberalismo ideológico fundamentado en la savia de la filosofía no ha existido salvo el partidario que le profesa la política criolla.

¿Por qué esos elementos evidentemente intransigentes han sido factores de continuidad en la tendencia de esos gobernantes? Cuando se vuelve la mirada al ayer no se pueden evadir los errores cometidos en el pasado principalmente cuando se otea al horizonte del futuro. Los pecados que nublaron al pretérito no tuvieron el vigor de ser enmendados en la realidad, el vigor testimonial de ser confesados en la ventana de la equidad.

Con motivo de celebrarse las efemérides patrias el discernimiento se nutre con las hazañas de los héroes nacionales pero simultáneamente se llena de la tragedia adversa que ha puesto tantos tatuajes oscuros en la piel nativa: escenas sangrientas marcadas por las confrontaciones, suscripciones de pactos con saldos deplorados, constituyentes con la intención parcializada de favorecer al poder, revoluciones sustentadas por la emoción febril, mientras los “líderes” criollos se muerden entre sí en lo que un analista llama canibalismo. Al mismo tiempo apelan a la unidad en una actitud contradictoria que desnuda a la hipocresía. La imploran siendo probablemente el único argumento que los acompaña en la soledad de sus convicciones. El espíritu de la unidad ciertamente sacude los cimientos del retraimiento pero se ha convertido en el trapo suplicante de quienes la necesitan para que ella gire alrededor de los intereses de una persona, del caudillo frustrado por una negativa antecedencia.

El caso Alemán (botón de muestra) es inconfundible. Desde antes de ser presidente, estrenado como el caudillo del PLC, valiéndose de los halagos que se impactaron en el cráneo de los susceptibles de caer, cuando solo le quedan cenizas de su gloria transitoria, vuelve a lo mismo: unidad a través de su feudo cuando se sabe que actualmente la oposición está partida en tantos pedazos, cuando se sabe que afloran los proyectistas (mito puro) de nuevos grupos liberales luciendo la magia de multiplicarse a través de la fotocopia. Toda una generación política conoce que el reincidente anfitrión de la unidad partió a los liberales —partidarios y no ideológicos— con el auspicio antojadizo del 38 por ciento de los votos porcentaje que le salió favorable a Daniel Ortega clasificado para ser el protagonista perenne de su fiesta electoral.

Macilenta se muestra la faz del pasado, el mismo tono tiene el presente. Del futuro podría trazarse la perspectiva de ir en el rito de la imitación. Pasado, presente y futuro suman a una trinidad temporal que tiene en crisis a la capacidad del pronóstico propicio. Empero, quién no aprende del pasado tendrá a la ignorancia como su principal palanca, titubeando en el trance contrario de la luz. Bien lo puede sostener el visionario “al pasado se le supera”, no puede vérsele con la monotonía de la continuidad.

El autor es periodista.

Opinión Arnoldo Alemán Daniel Ortega PLC Somoza archivo
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