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Pablo Centeno Gómez

El entrañable Son Nica de Camilo Zapata

Reconforta saber que hay seres cuyo oficio es procurar que se realice a plenitud el vuelo de la gracia y la esperanza, las vibraciones de los sentimientos luminosos… tal ha sido el empeño de Camilo Zapata, pues, como artista y ejemplar humano, ha logrado efectuar un aporte imperecedero al patrimonio cultural de la nación con su obra vasta y múltiple que comprende más de cuatrocientas melodías y ritmos de todo género y, por supuesto, el típico Son Nica —su festiva criatura—  que encarna en tono mayor y compás de 6×8  el espíritu nacional.

A los trece años, luego de un sostenido empeño y mucha travesura pulsada en las cuerdas de la guitarra, Camilo logró concretar su propia métrica y el aliento telúrico que le bullía adentro, conjugándolos en un mismo ritmo en tono mayor, gracioso, alegre y nostálgico a ratos, al que llamó  Son Nica.

Así, cuando Camilo estuvo preparado y silbó con fervor su ritmo en seis por ocho, el Caballito chontaleño salió trotando nítido, removiendo restos de barro y fuego; pirueteando en relinchos de risa, ondeando al sol su penacho de crines en la plaza festiva. Con premura, como a golpe de ala y ola, llevando el ritmo con los cascos, el potrillito corveteaba, zapateando  en los últimos límites de lo creíble. El caballito era casi un pegaso nica zapateando en la copa de una ceiba o en el trueno de un galope.

Entretanto, los continuos viajes por el territorio nacional en el desempeño de sus labores como ingeniero topógrafo contribuirían a revelarle el alma común y profunda de la gente y los ecos de los instrumentos autóctonos que, inspirado, nuestro compositor había de revivir en nuevas creaciones.

Por eso no es de extrañar que el Son Nica, concebido como voluntad de independencia y necesidad de precisar lo propio, haya actuado como un intensificador del sentimiento de pertenencia, de identidad, de continuidad cultural y, desde luego, como la forma más auténtica para cantar las expresiones de la cultura viva (costumbres y valores) asentada en el ambiente de nuestros campos y pueblos, y en el áspero jolgorio de barrios y suburbios; de modo que el trabajo mantuvo a Camilo estrechamente vinculado a la naturaleza, la tierra y la gente, permitiéndole entrar en la onda de la prodigiosa sugestión del paisaje con sus formas de vida, voces, signos, atmósferas, e imágenes que él  registra y compone en sones que pueden verse con los oídos.

El ritmo y colorido propios de su música animan y enriquecen la plasticidad de sus descripciones temáticas, pero en todos los motivos de sus variados sones un toque nativo e inconfundible de pícara ingenuidad matiza su tono y aroma, revelándonos a un compositor que se complace  en conjugar en sus piezas el humor con el ingrediente sensual y a veces erótico, tal como lo manifiesta en El nandaimeño. En Juana la chinandegana los motivos y peripecias del galanteo y la seducción acontecen de manera ágil, desenvuelta, divertida y traviesa en toda la acción escénica.

Minga Rosa Pineda es una obra singular  que conecta, comunica y pone al día la sustancia, los temas y el estilo de Camilo; su natural sentido poético y plástico de lo lúdico que encarna, fresco, tierno, feliz, rotundo, en las imágenes:

Yo me llamo Juan Beteta Castellón/ y en la hamaca de tus pechos me dormí;/ Juan Beteta fue el primero que miró/ esos jícaros con miel de capulín…

Evidentemente, el lenguaje musical de Camilo concilia entre sí —con gran energía, abierta franqueza, humor y visión poética— el amor por la entraña terráquea, la pasión por los ideales de libertad y humanismo, la inquietud ante el permanente conflicto por la sobrevivencia, y el gozo de compartir las expresiones usuales de la vida cotidiana.

Entre sus óleos musicales también se puede percibir la preocupación y compasión de Camilo ante la situación de pobreza y exclusión padecida por la gente común y por muchos artistas. Así, en El marimbero Camilo fusiona  con precisión texto, latido y melodía.  El tono crepuscular de la última parte esboza andares, lejanías, destinos… fisuras por las que se filtra en oscuro esplendor la realidad e irrealidad que carga  el ser. Y, desde luego, su ternura; su drama…

Con El solar de Monimbó Camilo nos ofrece una espléndida clase demostrativa del zapateado y de su experiencia lúdica de la vida. Esta composición expresa una gran síntesis en la que se funden la belleza; el magisterio escenográfico; las raíces  de la flor y el canto en la polifonía de la marimba;  y el espacio, donde al nicaragüense que decide bailar le basta hacerlo “en una hoja o en la punta de un ciprés”. Recobrado paraíso donde acontece libremente el diálogo, la felicidad, la dignidad, la fiesta comunitaria.

En su último otoño, residiendo en casa de su hijo Rodolfo que velaba con su esposa Celina el reposo de su travieso corazón gentil, fecundo y andariego, Camilo aún solía salir a caminar, urdiendo nuevos temas para futuras trascendencias. Tal es el hombre que exploró los límites que existen entre la realidad y la esperanza, entre lo deseable y lo posible,  cambiando así su vida en destino  y su existencia en mito. Y como bien dijo el poeta León Felipe: “El destino no se narra… se canta”.

Y, claro, los cantos de Camilo ejercen la magia de hacer soñar que la existencia toma un rumbo nuevo, hacia un futuro próspero, solidario y abierto.

Cuando nos encontrábamos, yo sentía en mi ánimo la influencia saludable de su humor y de su natural caballerosidad solícita, mientras le veía entrar a los años que le quedaban para cumplir el siglo, “cara al sol” en su barca encendida contra el viento encrespado; zapateando al compás de mucho son con tanto cielo luminoso, muchachas y chavalos alrededor de su persona; y Monimbó haciendo propio el fervor de sus manos que al sonar de la marimba tejen alegre y sabio el curso del destino en el tercer milenio.

El autor es  escritor.

Opinión Camilo Zapata Solar de Monimbó son nica archivo
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