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Óscar Chavarría

Hay demasiadas palabras

Las palabras cuando no van seguida de hechos no valen mucho, y la verdad es que la palabra ha valido y sigue valiendo para todo y para todos. Con la palabra se engaña a los pueblos o se les enseña la verdad; con la palabra expresamos el amor y el odio.

Con la palabra ocultamos la realidad que llevamos por dentro o expresamos la verdad de nuestros sentimientos; con la palabra expresamos nuestras hipocresías, engañamos a los demás o manifestamos nuestra verdad al desnudo. Nos levantamos y hundimos a los demás, alabamos y ofendemos a los otros, y decimos sí a sabiendas de que es no o decimos no a sabiendas de que es sí.

Como dice la escritora argentina Alicia Santi: “Hay palabras de amor, que endulzan tus sentidos, que te elevan el alma hasta el cielo infinito. Hay palabras que enseñan que la vida es hermosa aún con cicatrices y espinas en las rosas. Y están las de amistad que curan las heridas, que calman la ansiedad y golpes de la vida.

Hay palabras de odio letales al amor, palabras sin sentido que matan la ilusión. Y hay palabras que hieren según de quienes vienen… siempre dolerán más de aquellos a quien quieres”.

La palabra vale para todo y, precisamente porque vale para todo, desconfiamos tanto de la palabra: ¡Qué difícil se nos hace creer en la palabra de algunos políticos!… ¡Qué difícil se hace creer en la palabra de un esposo o una esposa que siempre está engañando!… ¡Qué difícil se le hace a unos padres creer en la palabra de sus hijos, cuando ven que siempre les están engañando!

Hoy hay demasiadas palabras plagadas de falsedad y de mentira; por eso hay también tanta desconfianza mutua. La palabra ya no vale por sí misma. Su único aval son las obras. Como decía San Antonio de Padua: “Cesen las palabras, por favor, y sean las obras quienes hablen”.

Jesús mismo decía a los judíos: “Si ustedes no creen en mis palabras, crean, al menos en mis obras” (Jn. 10,38).
A veces se nos pide una cosa y decimos que no y hacemos. En otras decimos que si y no lo hacemos. Damos una alabanza a la malcriadez del primer hijo que le responde al padre de una manera grosera. Una alabanza a la actitud hipócrita del segundo hijo que responde a la solicitud del padre como si nunca hubiera roto un plato. (Mt. 21,28-32).

Lo que Jesús quiere decirnos es que el Padre Dios no come cuentos: ante Dios no valen las fachadas ni las hipocresías ni las palabras vacías capaces de decir: “Señor, Señor” y, a la vez, no cumplir con la voluntad del Padre (Mt. 7,21). Ante Dios solo valen los hechos.

Ante Dios no valen los rezos hipócritas; lo que Dios quiere es nuestra conversión. Ante Dios no vale decir “creo”; solo vale nuestra fe unida a las obras. Ante Él vale nuestra capacidad real de poner en obra lo que pensamos, anhelamos y queremos, es darnos la oportunidad de ser consecuentes y así ser mejores cada día.

Para Dios el lenguaje de la vida es siempre más importante que el lenguaje de las palabras: “Obras son amores y no buenas razones”. Solo los hechos garantizan la sinceridad de las palabras, como decía el escritor griego Esopo: “Las palabras que no van seguidas de hechos, no valen nada”.

El lenguaje de la vida es siempre más importante que el lenguaje de las palabras. Por eso, decía el proverbio indio: “Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio”.

El autor es sacerdote.

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