La contradicción de Ortega con Estados Unidos (EE. UU.) no es la contradicción fundamental. Sin embargo, en dependencia de las circunstancias, esta contradicción que aísla a Ortega en el plano internacional, políticamente puede ser decisiva para el colapso de su régimen, porque la confrontación con EE. UU. afecta grandemente una economía extraordinariamente frágil y dependiente.
No obstante, lo fundamental para los ciudadanos no es solo el colapso del orteguismo, sino, construir un régimen alternativo que pueda darle estabilidad al país, y que garantice un desarrollo sostenible con una distribución más igualitaria de la riqueza. Y ello, está fuera del propósito mezquino de una intervención extranjera.
En esencia, lo verdaderamente importante es definir qué fuerza social, capaz de derrotar a Daniel Ortega, puede convertirse en alternativa viable de poder.
El promotor descabellado de la intervención norteamericana ha sido el propio Ortega, cuando en un frenesí dictatorial suprime caprichosamente a la oposición electoral, y convierte abusivamente las elecciones de 2016 en una farsa totalmente burda, sobreponiéndose a la sociedad.
La aprobación de Nica Act por unanimidad no solo revela que Ortega no tiene amigos en Washington, sino, que ningún congresista se atreve a mostrarse condescendiente con Ortega frente a sus propios electores. Ortega ha tachado de irracional la reciente aprobación unánime de Nica Act en la cámara baja de representantes de EE. UU. Y nada hay tan lógico, en cambio, como una sucesión de causa y efecto en un conflicto político.
Profundamente desprestigiado a nivel internacional Ortega no puede formar alianzas fuera del territorio nacional, por lo que, sin línea política, responde entonces a la aprobación de Nica Act con simples cursilerías inconexas.
Frente a la intervención norteamericana, no puede presentar a los ojos del mundo la defensa de alguna conquista democrática. Por el contrario, se muestra incapaz de justificar ideológicamente sus posiciones en el conflicto.
Los grandes empresarios hacen lobby en Washington a favor de Ortega, también sin línea política. No comprenden que el régimen corporativo de corte feudal, con el cual ellos prosperan, no da seguridad jurídica a las inversiones norteamericanas, que requieren un poder judicial independiente del emporio económico orteguista (el cual crece impunemente con el uso del Estado como fuente de enriquecimiento).
A Norteamérica, la corrupción y la dictadura de Ortega les sirve de justificación ideológica para atacar, de hecho, el poder dominante, monopólico, del imperio económico orteguista en el mercado nacional, gracias al control total que ejerce sobre las instancias del Estado. Nica Act apunta a la destrucción de los fundamentos abusivos del emporio económico orteguista. Es un juego de carambola, en el cual, las sanciones financieras incrementan indirectamente el riesgo país. De manera, que los grandes empresarios ven en el ataque a Ortega una amenaza a la estabilidad de sus propios negocios, dado que unas reglas transparentes exigen una mayor competitividad.
En sentido contrario a lo que sugiere el FAD, Ortega no tiene en sus manos ninguna solución al problema, a menos que el FAD sugiera que con sus manos Ortega apriete el propio cuello. El orteguismo no admite reformas. Si cede alguna de sus características extremistas esenciales, se desmorona la coacción disciplinaria y pierde su bien más preciado: la impunidad. Del resto, no cree que la sucesión sea su problema, y menos con un régimen bicéfalo. Como Luis XIV piensa, L’État, c’est moi. Es decir, su familia. Y, seguramente también piensa, como el rey sol, Aprés moi, le déluge. Porque el orteguismo vive en la inmediatez, sin ver al futuro, ya que es un salto hacia atrás en la historia.
Ortega no juega a la crisis, porque la crisis crece naturalmente al interior de su régimen anacrónico, como el embrión en el útero materno. No es que el Cosep sepa de política o menos, sino, que sus intereses oligárquicos tienen, necesariamente, expresión política reaccionaria. Ortega no entiende que la institucionalidad y la democracia sean importantes, porque lo que es importante al ciudadano no lo es para el tirano. Tampoco se trata de hacerle entrar en razón, porque el poder absoluto, antisocial, marcha por fuerza en la modernidad en sentido contrario a la razón. Por último, Ortega no juega al borde de la crisis, sino, que la crisis social, por la lucha de masas, abre la posibilidad de ponerle fin al juego de Ortega, con un proceso progresista.
El autor es ingeniero eléctrico.