Recientemente se ha despertado un interés en el desempeño macroeconómico de Nicaragua en los últimos años. Prácticamente todos los economistas responsables reconocen que este ha sido bueno. Pero algunos argumentan que necesitamos crecer a tasas más elevadas —hasta de ocho por ciento anualmente— para dejar de ser el segundo país más pobre de Latinoamérica. Y como prueba de que esta meta es realizable, algunos citan el hecho que Nicaragua había logrado un desempeño económico acelerado durante la era de los Somoza.
Comparto la noción que entre más rápidamente crecemos mejor, siempre y cuando este crecimiento sea sostenible y equitativo. Es más, durante la Administración Bolaños escribí un artículo en LA PRENSA apoyando nuestro ingreso al Cafta como una manera de crecer más agresivamente a fin de escapar la trampa de empobrecimiento aguda en que nuestro país se encontraba.
A raíz del reciente debate he realizado un análisis con relación a nuestro desempeño económico desde 2007 basado en datos del Banco Central y el Banco Mundial. A continuación, les ofrezco mis hallazgos y conclusiones.
Primero, nuestra economía sí logró tasas de crecimiento económico envidiables durante los años del somocismo. Por ejemplo, entre 1960-75, nuestra economía creció a un ritmo promedio de 5.6% por año y nuestro ingreso per cápita aumentó a una tasa promedio de 2.4%. Según el Banco Mundial, en 1975 nuestro ingreso per cápita alcanzó US$700. Esta última cifra era la segunda más elevada de Centroamérica (excluyendo Panamá) y la República Dominicana. Era igual al ingreso per cápita de Dominicana, dos veces más elevado que el de Honduras y cerca de 75% del de Costa Rica. Esos años coincidieron con el boom del algodón y el inicio de las zonas francas en nuestro país. Eran años en que, en lugar de emigrar nicaragüenses a otras naciones, extranjeros de El Salvador, Costa Rica y hasta Estados Unidos (EE. UU.) buscaban trabajo en Nicaragua.
Segundo, durante los años de la revolución sandinista y de la guerra contra, Nicaragua sufrió un catastrófico colapso de su economía además de incurrir un enorme costo en vidas y destrucción. Un pésimo manejo económico por parte del Gobierno contribuyó a esta calamitosa situación. Datos del Banco Mundial cuantifican lo que nos pasó. En el período 1980-91, nuestra economía sufrió una contracción anual que promedió 1.4% y nuestro ingreso per cápita cayó 4.6% anualmente. En 1991, nuestro ingreso per cápita se había desplomado a US$220 ajustado para inflación. Era el más bajo de la región; 60% del de Honduras y aproximadamente el 20% del ingreso per cápita de Costa Rica. No sorpresivamente, Nicaragua se había convertido —y sigue siendo— un exportador de mano de obra.
Tercero, según cifras del Banco Central, nuestra economía ha crecido a un ritmo promedio de 4.2% anualmente durante la última década. Atribuyo esto en gran parte al buen diseño y manejo que el Gobierno le ha dado al programa económico y financiero de la República. Esta responsable conducción de nuestra economía nos permitió una tasa de crecimiento que ha sido una de las más altas del subcontinente latinoamericano. Y nos ayudó a crear un atractivo clima de negocio que tanto empresarios nacionales como extranjeros han sabido aprovechar.
Cuarto, a pesar de que la última década coincidió con condiciones mundiales adversas —como la Gran Recesión estadounidense, en Europa, Japón y gran parte de Latinoamérica— calculo que el crecimiento de nuestro ingreso per cápita promedió 3.2% entre 2007-2016, uno de los más robustos del hemisferio occidental. Mucho ayudó a este logro el hecho que nuestro crecimiento demográfico fue de aproximadamente uno por ciento, el segundo más bajo de Centroamérica y la tercera parte de lo que nuestra población creció durante la época de los Somoza.
A pesar de que nuestro desempeño económico ha sido fuerte en la última década y que permitió que en 2016 nuestro ingreso per cápita alcanzase aproximadamente US$2,100, ¡todavía está muy por debajo del que teníamos, en términos reales, en 1975! Este hecho, quizás más que cualquier otra estadística, demuestra cuán profundo fue el hoyo socioeconómico que nos cavamos durante los años de la revolución y la década de los ochenta.
Quinto, el hallazgo más sorprendente que arrojó mi estudio es que el crecimiento de nuestro ingreso per cápita durante la última década ha sido más elevado (3.2%) que el 2.4% que experimentamos durante 1960-75, parte de los años “dorados” de la época somocista. ¡Ojo! Este interesante dato no se debe a que nuestra economía ha estado creciendo más rápidamente que antes, sino a que nuestro crecimiento demográfico está, como ya noté, muy por debajo de lo que fue durante 1960-75.
Basado en mi análisis, concluyo que nuestro desempeño económico no solo ha sido bueno sino que excelente durante la última década, sobre todo tomando en cuenta las condiciones mundiales difíciles. Sin embargo, concuerdo en que debemos de aspirar a aumentar nuestro crecimiento a tasas más elevadas a través de políticas públicas que estimulen a la economía y al sector privado —su motor— a que sea más competitivo, productivo y diverso. Pero también considero que lograr esta meta no será tan fácil como algunos piensan.
Tendremos que tomar ciertas acciones como implementar un programa de inversión público/privado que incluya proyectos transformadores como la carretera costanera, un proyecto de riego para zonas secas utilizando agua del Cocibolca, un megaproyecto de generación eléctrica a base de mineral de carbón pero utilizando tecnología “limpia”, y un puerto de agua profunda en el Caribe.
Finalmente, pienso que necesitamos optimizar nuestro clima de negocios retomando el sendero de la democracia representativa. Esto no solo nos conviene como país, si no que nos facilitará mejorar nuestras relaciones con EE. UU. —nuestro socio comercial y fuente de remesas más importante— de correctas a cordiales.
El autor es economista y fue Director del Banco Mundial