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Restauración de la política

La reconstrucción de la política para adecuarla a su propia identidad, es un verdadero imperativo, pues de ella depende la existencia misma de la sociedad

Através de los muchos factores políticos, económicos, sociales, culturales, ideológicos, que inciden en la determinación de la crisis de la política, subyace en la base de esta una fractura profunda que deforma su propia condición esencial.

Tal deformación consiste principalmente en separar la naturaleza de la política de la función social, en subordinarla a los intereses económicos y financieros, y en referirla exclusivamente a la búsqueda del poder o a su administración desde el Estado.

La severidad de la crisis está en relación a la fractura y fragmentación de la política y de ese todo unitario que ella misma debe construir, y a su participación, como un elemento entre otros, en el conjunto fragmentario que debería integrarse, a partir de la política, en una síntesis en la que convergen los diferentes componentes de la estructura social y estatal, y de los diversos sectores públicos y privados.

Política viene de polis que es la integración social de todos en un componente unitario, y no solo la participación de los diferentes sectores en el conjunto comunitario como una parte entre varias, que no logra alcanzar la unidad en la diversidad. Por ello la concertación entre el Gobierno y los sectores que componen la sociedad es parte de la naturaleza del quehacer político.

Para el sector privado, y para cualquier otro de la sociedad civil, lo esencial de la actividad política no hace referencia a la búsqueda de beneficios o cargos públicos en los diferentes órganos o poderes del Estado, sino a la participación en la elaboración de políticas sociales que atañen a la comunidad nacional.

Por esa razón en Nicaragua, en medio de la crisis general de desnaturalización de la política, debe observarse con interés y atención, el diálogo que mantiene el gobierno y el sector empresarial, pues de la forma y fondo de su realización depende en parte que se afirme o deforme la naturaleza del ejercicio político.

La crisis política, como ya lo hemos expresado con anterioridad, se produce cuando se da un conflicto entre diferentes grupos o sectores que afecta la estabilidad social, sin que necesariamente se desnaturalice las esencia misma de la política como tal.

La crisis de la política, por su parte, significa una verdadera devaluación de esta, al extremo de perder su identidad y la función que la ha caracterizado en el origen y en el desarrollo de su proceso histórico.

Esta deformación de la política que la aleja de su naturaleza y ejercicio, obliga a reconstruir su propia identidad mediante la reafirmación de sus valores y principios, así como de los objetivos y fines hacia los cuales debe orientarse su acción.

De acuerdo con ese criterio, la sociedad es esencialmente política y la política es esencialmente social. Lo político es social y lo social es político. La polis, que es el origen de la política, era para los griegos la forma más completa y elaborada de sociedad.

La reconstrucción de la política para adecuarla a su propia identidad, es un verdadero imperativo, pues de ella depende la existencia misma de la sociedad. Cada una de ellas es un componente imprescindible para la existencia de la otra, al grado que puede afirmarse que no hay política sin sociedad, ni sociedad sin política.

No obstante, esta idea que a pesar de todos los cambios en la historia ha mantenido su sentido esencial, está hoy en crisis al enfrentarse a las tendencias que pretenden deformar su verdadera naturaleza.

La política, adecuadamente entendida, contribuye a definir el sentido del poder, al establecer, a partir del contrato social, que aquel es la consecuencia de la voluntad colectiva expresada normativamente en la ley y en el sistema jurídico e institucional, el que a su vez se sustenta en los valores y principios compartidos por la sociedad.

En ese sentido, el ejercicio político debería ser la puesta en práctica de la voluntad social a través de los mecanismos legales e institucionales establecidos para tal fin.

Cuando esa condición no se cumple se produce la ruptura que deforma a la política, pues esta deja de ser la expresión de la voluntad social contenida en el sistema institucional y legal para devenir únicamente en una lucha de intereses y ambiciones. Deja de ser el arte del bien común para transformarse única y exclusivamente en el arte del poder.

Por otra parte, las teorías neoliberales y del mercado total pretenden que el bien común depende exclusivamente de las leyes del mercado, que es el que, según esa errónea perspectiva, realiza en la historia el principio de la ley natural.

Por eso el reto de hacer política es esencialmente el reto de reconstruir la política, restaurando sus numerosas fracturas, y sobre todo, reconociendo en ella su finalidad orientada al bien común. Esto significa también trascender la idea y práctica de la política entendida como el arte del poder por el poder.

La democracia es una creación de la política, de la imaginación, observación e inteligencia del ser humano, no una creación del mercado. No es la consecuencia de un mecanismo automático regido por leyes absolutas, sino producto de la angustia y la esperanza, de la voluntad y la fe ante la necesidad del ser humano de sobrevivir en la historia.

En ese sentido podría decirse que la crisis de la política es una crisis ética, desde el momento mismo que su pretendido desplazamiento por el mercado significa la exclusión de la libertad, voluntad y razón humanas en la construcción de su propio destino y, en consecuencia, la supresión de toda trascendencia de la acción política.

Por ello, superar una situación como la anteriormente señalada, es imprescindible para alcanzar una necesaria restauración de la política, tal como corresponde a su propia naturaleza y condición esencial.
El autor es jurista y filósofo nicaragüense.

Columna del día crisis de la política Nicaragua archivo

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