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lucha
Guillermo Cortés Domínguez

Las guerras y la pasividad actual

Comprendo la impaciencia. Muchos quieren ver levantada a la juventud, luchando por libertad y democracia, pero primero hay que superar las profundas heridas causadas por complejos procesos sociales ocurridos recientemente en Nicaragua como las dos guerras de los años setenta y ochenta, y la derrota de la Revolución Popular Sandinista en los noventa, los tres eventos traumáticos que marcaron de manera indeleble la conciencia social.

La lucha contra la dictadura somocista supuso miles de muertos no solo de quienes enfrentaban militarmente a la Guardia Nacional, sino de jóvenes y adultos no combatientes víctimas de la represión en el campo y la ciudad. Además, hubo muchos prisioneros, personas torturadas, que también sumaron miles. ¿Quién quiere repetir esta situación?

La juventud toma nota, además, de que toda esa lucha y su costo en vidas humanas y en sufrimiento, no tuvo los resultados esperados, es decir, una revolución que empezara a resolver los problemas más sentidos de la población. Más bien, muchos de ellos asocian el proceso revolucionario con la guerra con los contras —¡otra guerra!— y con el colapso de la economía, con la consiguiente escasez de alimentos, ropa, medicinas y todo. ¡Más sufrimiento!

Las guerras no solo produjeron muertos y heridos, lo que generó sufrimiento en unas cincuenta mil familias, algo así como un cuarto de millón de personas; también generó inseguridad, incertidumbre, nostalgia, tristeza y dolor, en millones de personas. Todo un caldo de cultivo para fuertes impactos emocionales.

Llevamos casi veinte años sin guerra, sin conflictos militares generalizados, solo hay esporádicos contactos de grupos armados (presentados como abigeos o narcotraficantes) con el Ejército y la Policía, es decir, vivimos en paz, con todo y represiones a opositores, golpizas, apresamientos sin orden de captura, retenciones ilegales en la cárcel, silenciamiento de periodistas y medios de comunicación, etcétera. Pero es paz.

Por encima de todo se impone la sensación de paz a diferencia de la situación de los países vecinos del norte, hasta México. Así que hay que juntar el impacto emocional de las guerras (temor, frustración) con la situación actual de ausencia de situaciones bélicas, para tratar de comprender la llamada “apatía” del sector social biológicamente revolucionario, como es la juventud.

Es probable que actualmente gran parte de la juventud no quiera que su oposición al autoritarismo, el nepotismo, la corrupción y la violación de los derechos individuales y colectivos, genere confrontaciones que descompongan la situación actual de Nicaragua y la empujen a contradicciones irreconciliables que generen violencia y hasta guerra, debido al pasado bélico reciente, que se levanta como un fantasma que asusta. Además, no hay estructuras organizativas como opciones factibles para ocupar el poder.

Podría ser que muchos de los jóvenes teman al compromiso ético o político por el fracaso de la Revolución Popular Sandinista y se asuma un escepticismo racional e incluso comportamientos individualistas y hasta oportunistas, para justificar quedarse con los brazos cruzados aunque esto implique cierta insensibilidad frente al sufrimiento de parte de la población

A esto se suman las campañas sicológicas del Gobierno para ampliar y profundizar su influencia ante la gente, para crear estados de miedo y sumisión, para controlar valores y opiniones, incluso cambiando la historia, mediante la emisión sistemática de mensajes que se repiten una y otra vez, todos los días, para inducir a comportamientos determinados.

Hay que agregar la represión: la amenaza, el chantaje, la descalificación, la acusación, la golpiza, la cárcel, el desempleo, el mensaje público que atemoriza y denigra, que va creando una bóveda invisible que atrapa a gran parte de la sociedad, y en particular a la juventud, inmovilizándola; y paralelamente, brindándole opciones de escape, entretenimiento y espectáculo: estadios virtuales, parques con conexión a internet, conciertos y un violento bombardeo religioso.

Solo el vínculo directo con causas sociales, de manera organizada, podrá liberar a la juventud de las cadenas que lanza el Gobierno para mantenerla atrapada y sometida.

El autor es periodista.

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