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OEA
Luis Almagro

Libertad de prensa y democracia

Una dictadura que quiere prensa a su medida, también quiere una oposición a su medida. Es enorme lo que nos estamos jugando en la defensa de la democracia en las Américas hoy: la diferencia entre ser ciudadanos o súbditos de gobiernos autoritarios, que nuevamente quieren digitar a la gente desde lo que pueden ver, leer y decir.

La posibilidad de participar del debate público, de hacer periodismo libre y la de defender los derechos humanos. Todo eso está en juego hoy.

En democracia debemos estar atentos a todas las formas que los gobiernos aún los más democráticos pueden utilizar para interferir con los medios de comunicación.

Estas medidas a veces son presentadas como bien intencionadas, pero pueden restringir la libertad de expresión y también constituyen amenazas. La idea de que el Estado debe garantizar la información veraz que ofrecen los medios, la distribución de la publicidad oficial como mecanismo de premio y castigo, el reparto a dedo de las frecuencias para medios audiovisuales, las restricciones del uso de papel; las leyes penales que protegen a los funcionarios, el uso del poder fiscal del Estado contra los medios… son todos mecanismos que han sido plagas que durante mucho tiempo minaron la libertad de expresión en muchos países de la región.

La democracia necesita de un debate robusto y razonado, los populismos han depredado a la libertad de expresión, para instalar un modelo represivo de las libertades fundamentales que se han exportado y que aún hoy perdura. Muchos de estos procesos contaron con la legitimidad del voto originario, pero los excesos que cometieron en materia de libertad de expresión fueron tolerados por parte de otros gobiernos democráticos e incluso por movimientos sociales históricos. Un error que no se puede volver a cometer.

Los autoritarismos y nacionalismos basados en la promesa de la ley y el orden, son ejemplos de la exacerbación de sentimientos de miedo y odio que anidan en la sociedad y van acompañados de desbordes de poder.

La estrategia de algunas autoridades de colocar a la prensa como el “enemigo del pueblo”, y acusar a los periodistas y a medios de deshonestos, corruptos y ahora con una nueva etiqueta perversa… quienes le mienten al pueblo acusan a la prensa de fabricar noticias falsas porque buscan desacreditar al periodismo que molesta, el de mayor rigor y calidad. Es claro que esto genera en la gente la idea de que todo es relativo, de que hay verdades alternativas y peor aún minan la credibilidad de los ciudadanos en las grandes marcas del periodismo de nuestros países.

La ambición de algunos líderes de perpetuarse en el poder sin tener consideración por el Estado de Derecho y el orden constitucional ha hecho un gran daño y la prensa ha tenido un lugar central en denunciar este flagelo.

¿Hay una respuesta a la actual situación? La respuesta se encuentra en buena medida en los periodistas y en los mecanismos de pesos y contrapesos que proporciona la democracia y el derecho internacional. Muchos periodistas son el testimonio valiente y presente de que la única salida es la resistencia ante el autoritarismo y la no claudicación ante los embates. No se puede trabajar con las reglas de juego de las dictaduras.

La libertad de expresión y la democracia requieren de eterna vigilancia del abuso de poder, la corrupción y la impunidad. Los abusos que destruyen las instituciones son posibles en cualquier parte, aún en las democracias más longevas. Por ello, el papel de los medios independientes, el periodismo de calidad y el periodismo libre es relevante para la sociedad democrática.

Más y mejor periodismo es la respuesta frente a los ataques y al descrédito que pretenden imponer los poderosos sobre la última barrera al autoritarismo: la libertad de expresión y la prensa libre. Por ello los medios de comunicación tienen una tarea central en la llamada era de la posverdad.

Frente a la falsedad o a la falsificación de la verdad los medios deben adoptar altos estándares éticos y redoblar su compromiso con la verdad y el pluralismo. Hoy más que nunca es necesario no apartarnos del rigor y desnudar las mentiras que afectan a la democracia: vengan de donde vengan.

La respuesta es volver a reiterar el principio de que sin una efectiva garantía de la libertad de expresión se debilita el sistema democrático y sufren quebranto el pluralismo y la tolerancia.
Tampoco nos podemos dejar arrastrar por el fanatismo y la polarización. La democracia exige tolerancia y pluralismo.

El sistema democrático está hecho para convivir en la diferencia de ideas, de estilos de vida y de diversidad de opiniones políticas.

La democracia es una lucha cotidiana, una práctica constante que, como la libertad de prensa, no puede desatenderse un solo día para mantenerla viva y fuerte.

La tenemos en la mayoría de los países de las Américas, pero hemos pagado un precio muy alto para conservarla y con problemas de salud. Sobre todo los periodistas y las periodistas, son quienes pagan este precio cotidianamente.

Son las víctimas directas de la violencia porque en buena parte de América Latina el periodismo es una profesión de alto riesgo.

Las organizaciones periodísticas son blanco frecuente del crimen organizado. Así como de la guerrilla y los paramilitares.

La lista de perseguidos, de encarcelados, de exiliados —y de caídos— es trágicamente larga. Eran nuestros compañeros de ruta, colegas, amigos y también servidores de la sociedad.

Tomo este premio como un incentivo para redoblar esfuerzos por la libertad, los derechos humanos y la democracia. En el entendido que ninguno de los tres sería posible sin el periodismo, sin los periodistas. No tengan duda, la OEA está y estará siempre al frente del derecho a la libertad de expresión.

El autor es secretario general de la OEA. Texto editado de su discurso al recibir el Gran Premio a la Libertad de Prensa, otorgado por la SIP el sábado 28 de octubre de 2017, en su 83 asamblea reunida en Salt Lake City, Utah, EE.UU.

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