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Principios de vida
Fernando Centeno Chiong

La Cristina de Talolinga

Nunca había escuchado ni leído el nombre de Talolinga y posiblemente la mayor parte de los lectores tampoco.

Lo encontré por primera vez en la triste noticia de Cristina Fariñas, la nicaragüense originaria de ese recóndito lugar a treinta kilómetros del municipio de Nueva Guinea, quien pereció trágicamente al cruzar una transitada calle de Valencia, España.

Cristina se disponía a ingresar a un banco a depositar doscientos dólares para sus hijas de 9 y 11 años y solo Dios sabe con cuántos sacrificios logró reunir en un lugar que jamás en su vida se imaginó llegaría a laborar.

Atrás había dejado a su familia, su casa en el campo, su fogón, la máquina de moler, el comal de barro, el olor a humo, sus animalitos de corral y el aire fresco de las campiñas del Caribe Sur, donde se amanece con el trinar de los pájaros.

Al igual que Cristina habrá miles de mujeres de su misma condición que han emigrado para sobrevivir huyendo de un país, donde a pesar de las cifras oficiales de empleo, el éxodo continúa especialmente a Costa Rica, Panamá, Estados Unidos, Canadá y algunos países europeos.

Según el Banco Central en los primeros nueve meses del 2017, Nicaragua percibió mas de mil millones de dólares en remesas familiares calculando que esa cifra podría llegar a 1,400 al terminar el año.

Los economistas calculan que las remesas sobrepasan los 1,500 millones tomando en cuenta los ingresos que no utilizan el sistema financiero y los que no se contabilizan en efectivo por tratarse de bienes muebles especialmente electrodomésticos, ropa, etc. que se reciben por los cada día más atiborrados e incómodos portones de las aduanas.

Esta cifra representa casi una tercera parte de las exportaciones del país y se incrementa anualmente para aliviar la deteriorada economía de una nación que se ufana de un crecimiento económico, mientras los niveles de pobreza y corrupción se ensañan en los más desposeídos.

La historia de Cristina de Talolinga produce varias interrogantes: ¿Desde hace cuándo y por qué tuvo que irse una mujer campesina a un lugar tan distante dejando su familia y su entorno natural? ¿Cuánto significaban para su familia las remesas que posiblemente y con mucho sacrificio mes a mes realizaba? ¿En qué pensaba Cristina al cruzar la calle ya que, según los detalles, no se percató del peligro? ¿Qué pasará con sus hijas si ella significaba su único sustento? ¿Cuántas Cristinas más salen mes a mes para buscar trabajo en otros países? ¿Sabría Cristina y le interesaría de las elecciones su municipio?

Detrás de cada migrante, especialmente mujeres, hay una historia o bien un hogar que queda sin cariño maternal. Hijos que crecerán al cuidado de los abuelos, los tíos u otros parientes.

Ellos deberían sentirse satisfechos que con su trabajo ayudan a que esta nación no colapse y que sus remesas, que son imprescindibles para esta economía, promedian casi medio millón de dólares diario que circulan en pagos de colegios, compras de ropa, centros comerciales, electrodomésticos, restaurantes, etc.

A pesar de esto, aún no escuchamos la voz permanente del sector privado ni de los partidos políticos reconociendo su papel y exigiendo el derecho elemental que tienen de votar y elegir desde el lugar donde se encuentren, derecho que se les ha negado arbitraria e injustamente.

Pobre la Cristina… pero aún más sus hijas que dejarán de recibir sus remesas para poder sobrevivir.

El autor es abogado, periodista y docente universitario.

Opinión Cristina Fariñas España Remesas Talolinga archivo
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