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Daniel Ortega, reformas

En Letra Pequeña

Los payasos electorales dejaron de tener sentido en un sistema donde ya no se busca el voto porque no hay electores que conquistar. Los votos los asignan a gusto y antojo quienes tienen el control del aparato electoral

Perrerías

Las perrerías electorales siempre se prestan para el chiste y las payasadas. O sea que Ariel Montoya no está descubriendo el agua helada cuando dice que si gana la alcaldía congelará el lago Xolotlán para que patinen los niños pobres o que hará desfilar 400 elefantes por la Avenida Bolívar de Managua. Tampoco Alfredo César cuando promete “salvar Managua” o “poner cien policías mujeres” en los buses o cuando asegura que su elección como alcalde de Managua detendrá la aprobación de la Nica Act porque él es “amigo de Estados Unidos”. No son los primero ni serán los últimos que abusan de nuestra inteligencia con esos disparates.

Surrealismo

Hace algunos años escuché la historia de un candidato colombiano que en su campaña electoral repartía zapatos para ganar simpatizantes. Eso sí, zapatos para un solo pie. El izquierdo. La promesa es que si ganaba la alcaldía de su ciudad entregaría los zapatos para el pie derecho que faltaban. En Colombia igual, un candidato a la alcaldía de Bogotá se hizo azotar en plaza pública, ante medios de comunicación por supuesto, para expiar ante su electorado las culpas que le achacaban. Vaya, pensaba yo, que cosas más surrealistas suceden en estos países.

Tiempos electorales

Para ese tiempo Nicaragua retomaba el voto ciudadano como forma para dirimir sus diferencias. Venía de las elecciones somocistas, del fraude burdo que cambia las urnas de unos por las del otro, del nacatamal y el bolis con guaro para conseguir simpatizantes, y estábamos en el tiempo donde todo mundo sentía que podía ser presidente porque si doña Violeta, una ama de casa llegó al poder, ¿por qué no yo? Era el tiempo de las boletas gigantescas, el tiempo de las valijas de dinero que entregaba el Estado para las campañas y que algunos candidatos se daban por asaltados nomás al salir del banco. Era el tiempo de las gorras y las camisetas y las promesas falsas de siempre, de la entrega de títulos de propiedad que solo serían reconocidos si el candidato ganaba. Pero, ¿congelar el lago? Ni a Haroldo Montealegre ni Álvaro Robelo, los candidatos más surrealistas, digamos para ser diplomáticos, se les había ocurrido.

Zancudos

Lo que vino después es historia conocida. Los payasos electorales dejaron de tener sentido en un sistema donde ya no se busca el voto porque no hay electores que conquistar. Los votos los asignan a gusto y antojo quienes tienen el control del aparato electoral. Entonces, en lugar del chiste y la payasada, afloró la marruña, la trampa, el descaro y en lugar de los candidatos payasos aparecieron los candidatos zancudos, que en vez de dar risa, dan arrechura y pena.

Elecciones a la carta

Se estableció un sistema electoral a la carta. El que manda pide cuántos votos quiere tener y cuáles cargos quiere ocupar, y cuántos votos y cargos asignará al resto de partidos que muy amablemente aceptaron prestar su nombre y reputación para simular unas elecciones donde no tienen derecho a disputar nada. Hoy por hoy el Frente Sandinista puede tener el cien por ciento de las alcaldías con solo quererlas, pues no es en las urnas que se juega la elección, sino en un sistema corrupto donde primero se asignan los cargos, y luego se hace campaña, se observa y se vota, para simular el proceso y guardar las apariencias.

Sangre y promesas

Y si todavía ningún candidato se ha hecho azotar en plaza pública, que no sería mala idea, pues manos no faltarían, ya salió uno que firmó con “sangre de su corazón” sus promesas electorales. Que por cierto es el mismo que promete congelar el lago y hacer desfilar elefantes. O sea, un tipo serio.

Circo

Que ahora el fraude institucional se haya juntado con el payaseo de campaña, lo único que determina es que el ejercicio electoral en Nicaragua tocó fondo. Es una caricatura. Que las promesas de campaña sean congelar el lago o hacer desfiles de elefantes para conseguir votos que ni siquiera se pueden contar, en vez de darnos risa debería ponernos a llorar. Ya no solo se quitó la capacidad de elegir, ya no solo se buscan partidos zancudos para que sirvan de sparring sino que ahora a los candidatos les ponen zapatones, pantalón abombado, peluca multicolor y nariz roja para que simulen conseguir votos. Y que den risa. Que entretengan al menos.

Columna del día En Letra Pequeña Fabián Medina archivo

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