El féretro color dorado con los restos de la poeta Ana Ilce Gómez llegó al Salón del Teatro Nacional Rubén Darío, cortejado por poetas, familiares, amigos, algunos con coronas de flores en las manos, este iba presidido por el alcalde de vara Pablo Jalina y la vice alcaldesa María de Carmen López.
Al entrar por la escalinata del teatro fueron recibidos con la canción Nicaragua, Nicaragüita del cantautor Carlos Mejía Godoy, interpretada por músicos de la Camerata Bach, y Los de Palacagüina.
Gómez, autora de los celebrados libros Las ceremonias del silencio (1975), y Poemas de lo humano cotidiano (2004) falleció ayer (miércoles 1 de noviembre) en Masaya a causa de un cáncer.
“Duele tu ausencia hermanita es muy fuerte, te quiero mucho, sé que me estás escuchando”, exteriozó la poeta Christian Santos con llanto en sus ojos y temblor en sus manos.
Luego con voz entrecortada, Santos la valoró como “una de las mejores poetas de Nicaragua”.
“Se está desgranando la mazorca existencial de la Generación del 60”
“Hoy despedimos a una de las más espléndidas voces de la poesía nicaragüense”, dijo Luis Morales Alonso, codirector del INC, quien también realizó lecturas de poemas cortos de Ana Ilce, como Esa mujer que pasa, y Yo he militado. Luego hizo un recorrido por su vida literaria y de bibliotecaria.
Al tomar la palabra el académico Jorge Eduardo Arellano exaltó la calidad literaria de la obra poética de Ana Ilse y de sus amigos de generación fallecidos.
“Se está desgranando la mazorca existencial de la Generación del 60”, dijo el escritor, quien recordó la partida de Edwin Yllescas, Luis Vegas Miranda, Vidaluz Meneses, Donaldo Altamirano, y este año Ramiro Arguello y Carlos Rigby.
“Desde sus inicios la vimos desplegar la sustancia lírica de su mujercidad, la madurez absoluta de su técnica abrevada en la inteligencia y la lectura”, destacó el académico.
Asimismo agregó que “que Ana Ilce no necesitó alzar la bandera feminista, ni la insignia del erotismo, ni el estandarte revolucionario. Le bastó refugiarse en la ceremonia del silencio, en su raíz ancestral, en la eternidad del tiempo, y en la fugacidad del amor”
Por su lado Isolda Rodríguez Rosales dio lectura al poema Diálogo secreto con Ana Ilce, que aparece publicado en su libro Casa sosegada. Este al final de verso dice ““Ellos, tus versos, me han dicho que no morirás al morir!”
En tanto Margarita del Rosario, hermana de Ana Ilce, al recordarla dijo: “Mi hermanita del alma fue una mujer humilde, sufrida y heroica y expresó en sus poemas todo el interior de su alma, sus amores y desamores, fue tan humilde que nunca se sintió merecedora de homenajes”.
Guardia de honor
No obstante poetas, académicos, autoridades del Instituto Nicaragüense de Cultura (INC), músicos y familiares al rendirle un homenaje póstumo la consideraron “una mujer sencilla, humanista y de grandeza poética”.
Hicieron guardia de honor escritoras de la Asociación Nicaragüense de Escritoras, de la Academia Nicaragüense de la Lengua, del Festival Internacional de Poesía de Granada, de 400 elefantes, entre otros.
Publicaran antología en España y reeditarán sus dos libros en Nicaragua
Si en la poesía nicaragüense, después de Rubén Darío la voz más elevada es Carlos Martínez Rivas, en la poesía femenina es Ana Ilce Gómez”, dijo con entusiasmo Morales Alonso.
Asimismo expresó su compromiso de divulgar su obra y reeditar los dos libros de Ana Ilse, que perennice su poesía y memoria.
También comentó que la Academia Nicaragüense de la Lengua está preparando una antología que será publicada por la editorial Pre-textos de Valencia, España.
Por la tarde, a partir de las 2.00 p.m., se realizará una misa de cuerpo presente en la iglesia San Sebastián, en Monimbó. Luego entierro en el cementerio municipal de Masaya, confirmó Marco Antonio Barreto, hijo de la poeta.
Diálogo secreto con Ana Ilce
Isolda Rodríguez Rosales
En tiempos remotos con veinte pesos
comprar podías un libro
y disfrutarlo veinte días o veinte horas,
o eternizarlo en el tiempo.
Así, llegaste, callado y sombrío, como la mano engendradora,
y te erguiste en tenaz sacerdotisa cubierta de mantos
ancestrales,
oficiando tu ceremonias del silencio, callada, sutil, nostágica
levantando tu cántaro de agua límpida y traslúcida,
para exorcizar los demonios amigables
y dialogar con miradas afiladas, con la muerte.
Enamorada del amor, transida de nostalgias, errabas
en cada ritual de tu vida, ofrendando los recuerdos.
Escuchando el ronroneo suave, el amor viajó a tu lado,
fue tu destino, y no hiciste ni un requiebro para evitarlo.
Olvidaste cada grano que caía implacable en la clepsidra
olvidada
te entregaste fervorosa oficiante de tus ritos
amando el desamor y el olvido.
(Aún te diste tiempo de las consejas heredadas al hijo
que bajo tu mirada sorprendida, crecía por segundos)
y vos intuyendo que desplegaba alas,
le susurraste quedo al oído.
Mientras te aferrabas al dolor vallejiano
errumbabas hacia rutas desconocidas, insomne eterna,
soltando tus poemas a cabalgar por llanuras remotas,
retándolos a buscar pechos que los acunen y aniden,
viéndolos con tus ojos de mujer náhualt desolada,
con la certeza que ellos son la salvación de tu vida.
Ellos, tus versos, me han dicho que no morirás al morir!
(Del libro Casa sosegada)