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Donald Castillo Rivas

Una campanada de alerta

La firmeza del secretario general de la OEA con la farsa electoral de Venezuela, frente a la aparente complacencia con la farsa electoral de Nicaragua, solamente puede tener sentido si hubo un quid pro quo, en el que Almagro cedió a las demandas de Ortega-Murillo a cambio de algo más estratégico, relacionado con Venezuela o con la presencia de la OEA en Nicaragua hasta el 2021. El error de Almagro en esta componenda, fue su falta de visión política de menospreciar a los nicaragüenses, manteniéndonos en ascuas sobre la observación electoral, las posibilidades, plazos y demás expectativas de nuestra sociedad. Fue un desaire al país y su gente, algo que acostumbra hacer la dictadura Ortega-Murillo, pero que envolvió al flamante secretario general de la OEA.

La agenda oculta, después de la visita de Almagro a Nicaragua, fue tomando forma hasta culminar con el desafortunado nombramiento de Wilfredo Penco, como jefe de la Misión de Observación de la OEA para las elecciones municipales de próximo mes de noviembre. Algo que ha tenido consecuencias significativas para los principales protagonistas.

Almagro calculó que Penco pasaría desapercibido, no tanto en Nicaragua, sino en los Estados Unidos, ignorando que lo que pasa aquí se sabe inmediatamente en Washington. Por esa razón, las quejas de los nicaragüenses acerca de los antecedentes del jefe de la misión de observadores, llegaron de inmediato al Consejo Permanente de la OEA, al Departamento de Estado, al Congreso y a la opinión pública. Como consecuencia, la credibilidad del secretario general estaría en peligro en Washington y, ante cualquier desliz en las elecciones de Nicaragua, podrían pasarle la factura.

Por su parte Wilfredo Penco, con los ojos de Washington puestos en él, se ha convertido en un mal menor. Después que se reveló su verdadera personalidad, como aliado de la dictadura, no le queda más remedio que hacer buena letra, actuando “con objetividad e imparcialidad” como ha declarado. Pero le será relativamente fácil, porque todos los elementos del fraude ya se cometieron sin que él estuviera presente. Por eso, la peregrina idea de darle un voto de confianza, sale sobrando.

Para los que están participando en la farsa electoral, creyendo que sus servicios van a ser recompensados con una mayor distribución de alcaldías periféricas y concejalías, para dar la impresión de unas elecciones “reñidas”, no hay nada claro, porque todo va a depender de los planes de la dictadura.

La verdadera oposición al régimen ha salido ganando con la presencia de Penco. Si no hubiese sido por él, las organizaciones dispersas no hubiesen alcanzado un acuerdo de unidad vertiginoso alrededor de su nombramiento como “persona non grata”. Eso significa que la unidad no es imposible y que la sensatez se impone cuando lo que está en juego es la libertad y los derechos humanos, que son más relevantes que los intereses políticos individuales.

Estas elecciones municipales son la antesala de lo que nos espera. El régimen Ortega-Murillo está haciendo honor a la consigna de Tomás Borge del 2009: “Todo puede pasar aquí, menos que el Frente Sandinista pierda el poder… Yo le decía a Daniel Ortega: podemos pagar cualquier precio, digan lo que digan, lo único que no podemos perder es el poder… y hagamos lo que tengamos que hacer”.

Si la OEA trabaja en nuestro país los próximos años, aplicando objetivamente la Carta Democrática y haciendo cumplir lo acordado en el Memorándum de Entendimiento, puede devenir en una caja de resonancia de las violaciones endémicas a los derechos de los nicaragüenses. Pero de allí a alcanzar la democracia es un proceso que muy poco tiene que ver con la OEA.

Mientras la dictadura esté confabulada con el gran capital y juegue sucio con un CSE, que funciona como sicario electoral, la unidad y civismo de la oposición, frente a un contendiente tramposo, van a ser insuficientes para alcanzar la democracia. Queremos elecciones libres, justas y transparentes, pero tenemos que definir qué es cada una de esas cosas y luchar para lograrlas, con una participación personal y decidida en los asuntos políticos que nos afectan a todos como nación, pero también construyendo una auténtica unidad opositora. De lo contrario, si los ciudadanos honestos no somos parte de la solución, entonces somos parte del problema.

El autor es El autor fue Embajador de Nicaragua en España, Colombia y Ecuador.

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