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Antonio Sánchez García

La dictadura prodigiosa

A María Corina Machado y Antonio Ledezma. Patricia Janiot, la gran reportera colombiana de CNN, se preguntaba cómo una dictadura que posee los más altos índices de inflación, miseria, violencia y criminalidad del mundo, y cuya cúpula cívico-militar ha robado tantos miles de millones de dólares, es el primer cártel narcotraficante del planeta, sirve de base al terrorismo del Estado Islámico en Occidente y asesina a un manifestante por día, puede arrasar en unas elecciones como, supuestamente, ocurrió el 15 de octubre, fecha que debería estar en la lista de los fraudes más descomunales ocurridos en la historia de las dictaduras latinoamericanas y, quizás, del Tercer Mundo.

Sin dudas, Patricia Janiot y demás periodistas dotados de capacidad de análisis saben que Venezuela tiene una dictadura con tres características difícilmente repetibles en nuestro continente: sucede en un país con las mayores reservas petrolíferas del mundo y, por tanto, potencialmente rico; es la única satrapía colonizada en sus 60 años de existencia por la tiranía cubana, que la domina con su ingeniería político-militar totalitaria desde aproximadamente el 2002, y donde implementó un sistema de dominación mixta, demócrata-dictatorial, mediante la colaboración de una élite política opositora partidista, corrupta y dispuesta a estar en su cortejo legitimador a cambio de canonjías y prebendas económicas.

Esa dictadura ya logró un primer prodigio: arruinar en pocos años al país más rico y próspero de la región, devastar su poderosa y ejemplar industria petrolera y sumir a su semi-educada y pujante población en una estremecedora crisis humanitaria y llevar a su máxima perversión la mascarada de elecciones periódicas que sirvieron para dos propósitos: aparentar el funcionamiento de democracia plebiscitaria, directa y general, y confundir a la opinión pública mundial con sus prodigios electorales. Como el celebrado el domingo 15 de octubre.

Aunque no fue el único. El 30 de julio hubo otro más asombroso: violando sus propias disposiciones constitucionales celebraron un falso plebiscito en medio del más desértico y despoblado de los habidos en la historia de la República, pero con un insólito resultado: más de 8 millones de votantes. Fueron nuestros walkings deads: pues nadie los vio ni pudo certificarlos y, la empresa desalojada de la responsabilidad para velar por su funcionamiento electrónico lo declaró fraudulento desde Londres; aunque el régimen lo usó para legitimar un organismo supraconstitucional, llamado Asamblea Nacional Constituyente, dotado del poder de vida o muerte de la ciudadanía. Organismo que nadie aceptó en el mundo. Salvo, implícitamente, la propia oposición venezolana.

Pero lo asombroso no fue ese fraude histórico y su dimensión esperpéntica, sino que fue precedido de otro ejercicio electoral plebiscitario organizado directamente por la oposición que contó —verdadera e inobjetablemente— con más de siete millones 700 mil ciudadanos que, calculados sobre la base del potencial electoral real y la cifra de abstención orgánica, no le dejaron al régimen más que 2,500,000 o 3,000,000 de votantes eventuales. Cifra que cazaba en todas las encuestas donde el 85 por ciento de la población votante rechazaba a Nicolás Maduro. De 18 millones de electores, ese 15 por ciento restante ascendía a solo dos millones 700 mil votantes. Votos que la dictadura prodigiosa multiplicó, como Jesús los panes.

Hay hechos que confunden a la periodista Patricia Janiot y, en general, a la comunidad internacional solidarizada con la oposición venezolana en su desesperada, pero espasmódica y contradictoria lucha por la libertad. Nos referimos a los gobiernos democráticos, la Organización de Estados Americanos (OEA) y su secretario general, Luis Almagro, a la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, a la Comunidad Europea (EU). ¿Por qué esa misma oposición que pidió desconocer a la Asamblea Nacional Constituyente por inconstitucional, y solicitó desconocerla el 30 de julio, la legitima después aceptándole ir a elecciones regionales, quebrando así los dramáticos meses de enfrentamientos que ella misma dirigiera para aplicar los artículos 333 y 350 de la Constitución —que llaman a desconocer un régimen dictatorial y obliga y legitima combatirlo por todos los medios— tiempo que se saldó con el asesinato de más de 160 manifestantes, a razón de un fallecido promedio por días de luchas?

Más confusión causa saber que esa misma oposición —mayoritaria en el principal cuerpo legislativo de la nación— declaró ilegítimo al presidente de la República, aplicándole una cláusula que lo separa del cargo por ausencia. ¿Cómo separarlo del cargo y, al mismo tiempo obedecer sus decisiones? ¿Cómo desconocerlo y, simultáneamente, aceptar su convocatoria a elecciones regionales, sin dar la impresión de que no hace más que vitalizar al régimen, garantizarle su supervivencia y quebrantar las fuerzas populares?

No existe más respuesta a las preguntas de la periodista Patricia Janiot que esta: el régimen dictatorial de Nicolás Maduro, abiertamente al servicio de la tiranía cubana a quien sirve para asegurarle la sobrevivencia, sobrevive, se mantiene y legitima ella misma por una dirigencia político-partidista colaboracionista que no quiere, desea ni acaba de entender el juego siniestro del que forma parte. Y una ciudadanía fracturada entre quienes aceptan seguir el maquiavélico juego al que una parte dominante de su dirigencia la compele y otra, aparentemente mayoritaria, se niega a seguir el pérfido juego de mezquinos intereses del colaboracionismo cogobernante. Esa parte colaboracionista ha llegado al extremo de culpar por el monumental fraude de este 15 de octubre al propio pueblo venezolano y a quienes denunciaron la naturaleza perversa y corrompida del proceso electoral, previendo con una dolorosa exactitud lo que ocurrió: este régimen no será desalojado pacífica y electoralmente.

Son los ejes de la supervivencia de la más repudiable y devastadora dictadura de la historia venezolana: su supuesta naturaleza socialista y de izquierdas, que encuentra el respaldo y beneplácito de todas las izquierdas y el progresismo del mundo, por una parte. Y el colaboracionismo culposo de una dirigencia opositora acordada con el régimen para preservar sus propios espacios de supervivencia. En el medio, huérfano, un pueblo y una nación a la deriva. Es la tragedia de Venezuela. ©FIRMAS PRESS

El autor es profesor de Filosofía Contemporánea en la Universidad Central de Venezuela.
Antonio Sánchez García @sangarccs

Opinión dictadura prodigiosa Venezuela archivo

COMENTARIOS

  1. Allan Brito
    Hace 6 años

    Este denuncia una feroz represion, y sigue tranquilo dando clases, que de seguro son muy malas, porque el panfleto que escribe, se lo dictaron los cubanos de Miami.

  2. Allan Brito
    Hace 6 años

    Que propaganda tan burda contra los venezolanos.

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