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Corrupción, Nicaragua,
Marcel Caldera Urcuyo

El cómodo convivir con la corrupción

Desconozco si es la naturaleza humana o nuestro entorno, quien nos hace egocéntricos. Los problemas y catástrofes son ajenos, hasta que nos impactan directamente. Somos indiferentes a los males del alrededor, hasta que nos afecta a nuestra familia o nuestros bolsillos.

En los últimos meses, ha habido diversos desastres naturales que impactaron nuestro continente. Uno de ellos, el huracán Harvey, arrasó con Houston, la ciudad petrolera más importante del país más desarrollado del planeta. Otro fue en la Ciudad de México, capital de un país en vías de desarrollo, que sufrió de un sorpresivo sismo el pasado 19 de septiembre, exactamente 32 años después de otro terremoto aún más devastador. Por último, la tormenta Nate azotó a Nicaragua, uno de los países más vulnerables del hemisferio, en términos de desarrollo. Tres fenómenos, en tres economías enteramente distintas, con un solo verdugo: la incontrolable furia de la naturaleza.

Es de esperarse que la reacción de la mayoría ante esto, es de un pesar pasajero, incluso ligero. Sobre todo si ocurrió más allá de nuestras fronteras, o incluso de nuestra ciudad. Sin embargo, estos tipos de infortunios ocurren constantemente alrededor del mundo.

Similar o más devastador que los desastres naturales mencionados, pero creada y controlada por el homo ¿sapiens?, se encuentra la corrupción. Esta adicción a la ambición es palpable día a día en nuestro país. Como reza el dicho: “Quien calla otorga”. Los nicaragüenses nos hemos vuelto cómplices y víctimas de esta enfermedad, al mismo tiempo. Nos hemos acostumbrado y adaptado a vivir entre sátrapas y parece ser que estamos cómodos con ello.

La coalición global contra la corrupción, Transparency International, tiene 22 años haciendo análisis comparativos sobre los niveles de deshonestidad en el mundo. Nicaragua ha sido escudriñada por esa agencia en 18 ocasiones. Desde 1998 aparece nuestro país en esta lista de manera consecutiva, menos en el año 2000. A excepción del año 2003, en el cual se percibió menor grado de corrupción, el resto de los años hemos pertenecido a la tercera parte de los países más corruptos del globo.

Curiosamente, los años de mayor transparencia en el país fueron entre el 2003 y el 2007. Aunque no son calificaciones que debamos presumir.

Desgraciadamente, desde el año 2008 hasta la fecha, la percepción de corrupción en Nicaragua ha venido en desmejora. Hoy en día estamos dentro del 17.6% de los países más corruptos del mundo. Esto muestra un desate feroz de codicia e irregularidades en los últimos nueve años, en todos los niveles de gobierno y sociedad.

Nicaragua está al nivel de transparencia de muchos países en África. Especialmente países de la región subsahariana, como Camerún, Gambia, Kenia y Madagascar. Somos más corruptos que Nigeria, Sierra Leona y Tanzania, y no por poca diferencia. No nos ofendamos cuando nos asimilen con África u otras regiones en crisis. Estamos peor que muchos países que percibimos como inviables.

Nos hemos acostumbrado a vivir y convivir con la corrupción. La sociedad ha permitido la desbandada de abusos durante décadas. Y nuestra receta ha sido ignorarla. La realidad es que el problema no se centraliza únicamente en el gobierno. La falta de transparencia va más allá de la política, es una cultura de nación, está arraigada.

Controlar los fenómenos devastadores de la naturaleza es un deseo inalcanzable, pero erradicar los efectos devastadores de la corrupción no lo es, y empieza por cada uno de nosotros. Exhorto a los líderes de nuestra nación a igualar la exitosa metodología y el ímpetu aplicado en la Cruzada Nacional de Alfabetización, para ahora destruir el mal de la corrupción.

Recordemos que el honor es nuestra enseña triunfal. Y debemos mantener glorioso el pendón bicolor. No nos traicionemos a nosotros y menos a nuestra patria.
El autor es profesor universitario de relaciones internacionales.

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