Se cumple hoy el centenario de la revolución bolchevique de Rusia, que impuso mediante la violencia el primer Estado comunista del mundo y la historia.
Si la revolución bolchevique no hubiera ocurrido, seguramente el mundo habría experimentado en estos cien años los mismos cambios espectaculares, pues la historia siempre avanza hacia adelante y en línea ascendente, aunque a veces sufra estancamientos y retrocesos que en todo caso son transitorios.
Lo que sin duda hicieron las transformaciones radicales que la revolución comunista produjo en la antigua Rusia y su periferia colonial, fue acelerar los cambios internacionales, al plantear la competencia entre los dos sistemas en que se dividió el mundo: el comunista totalitario y el capitalista democrático que prevaleció en la mayor parte del planeta.
La construcción del sistema comunista en Rusia y su expansión hacia otros países de Europa, Asia e inclusive América, influyó sobre todo para que la gente fortaleciera su reconocimiento al valor superior de las libertades individuales y la democracia, lo que era indispensable para poder enfrentar con éxito al totalitarismo en expansión, que pretendía conquistar el mundo entero y someter a toda la humanidad.
Sin embargo, desde su surgimiento en Rusia como sistema económico-social y político el comunismo estaba condenado a desaparecer, porque era portador en sus entrañas del germen de su propia destrucción. El comunismo era inviable económicamente y además pretendía imponer para siempre un sistema de vida y de valores contrario a la naturaleza humana.
Según la teoría marxista, el sistema comunista es el último modo de producción y formación económica y social, la etapa final del desarrollo humano, el fin de la historia.
Con el comunismo “la tierra será el paraíso de la humanidad”, se decía en el canto de la Internacional Comunista que la Rusia Soviética adoptó como himno nacional y la URSS lo tuvo como tal hasta la Gran Guerra Patria, como llamaron los soviéticos a la Segunda Guerra Mundial. Con la abolición de la propiedad privada se terminaría la explotación del hombre por el hombre, desaparecerían de la vida de la gente la injusticia, la envidia, el egoísmo y, en fin, todos los defectos humanos que según la doctrina comunista son causados por la propiedad privada y la economía capitalista.
En la sociedad comunista, profetizó Carlos Marx en su libro Crítica del Programa de Gotha, no habría lugar para “la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo”, desaparecería “el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual”, el trabajo no sería solo un medio de vida sino “la primera necesidad vital”; “los individuos se desarrollarían en todos sus aspectos”, crecerían sin límite las fuerzas productivas y “correrían a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva…”
Era otra utopía, una ilusión que al convertirse en realidad resultó ser el sistema de opresión que más gente ha matado, por hambrunas y por represión. La riqueza corrió en manantiales pero solo para el disfrute de la nueva clase dominante y explotadora. Y lo que es peor, terminó con las libertades individuales y la dignidad de las personas humanas.
El Estado comunista soviético duró 74 años, se desmoronó en el año de 1991 como consecuencia de sus ineficiencias y sus insalvables contradicciones internas.