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Crítica de cine | Asesinato en el Expreso de Oriente

Nuestro crítico de cine, Juan Carlos Ampie, ya vio Asesinato en el Expreso de Oriente y tiene mucho que decir. Lea su reseña sobre la película basada en la novela de misterio de Agatha Christie

Agatha Christie, legendaria autora británica de novelas de misterio, regresa al radar de la cultura popular con esta nueva adaptación de Asesinato en el Expreso de Oriente —quizás su obra cumbre—, dirigida por Kenneth Brannagh (Cinderella). Es una pieza de nostalgia que usa el texto como excusa para revivir un ejercicio cinematográfico anticuado: el glamuroso filme de entretenimiento para adultos, “¡estelarizado por un gran reparto de rutilantes estrellas!”. Ese anticuado lema publicitario es perfecto para describir un proyecto que enlista a veteranas de lujo como Michelle Pfeiffer y Judi Dench, actores excéntricos y sustanciales como Willem Dafoe y Johnny Depp; así como nuevos talentos como Josh Gad, Leslie Odom Jr. y Daisy Ridley.

La acción se desarrolla en 1934, mientras Europa florece en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Un ecléctico grupo de personas viaja en el lujoso Expreso de Oriente. Una avalancha deja al tren varado en las montañas. Esa misma noche, alguien es asesinado. Los 12 pasajeros del vagón Calais son sospechosos. El criminal no cuenta con que el decimotercer pasajero es Hercule Poirot, legendario detective belga listo a resolver el misterio.

Brannagh asume el papel principal y dirige para lucirse. Apoyado en la adaptación de Michael Greene, convierte al seco y remoto Poirot en un manojo de sentimientos nobles: tiene una novia perdida y le habla lloroso a su retrato, las circunstancias del crimen sacuden sus convicciones sobre el bien y el mal, al extremo de empujarlo al borde de una crisis de fe. También es un improbable hombre de acción, presto a utilizar su bastón como una de esas armas multipropósito de Batman o James Bond. Corre como gacela en una peligrosa persecución por un puente nevado. Christie no reconocería a su creación.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine. LAPRENSA/ Óscar Navarrete

La novela es una cadena de tensas conversaciones e interrogatorios, escenificados en los confines claustrofóbicos del tren. Brannagh hace hasta lo imposible por “abrir” visualmente su película. Hay un innecesario prólogo en un Estambul de fantasía, recreado por artesanía de estudio y computadora. Cada vez que pueden, sacan a los personajes al exterior, buscando ángulos de cámara que alivien la sensación de encierro.

La dinámica social de Asesinato en el Expreso de Oriente es ajustada a la sensibilidad contemporánea. Tenemos personajes negros e hispanos y un romance interracial visto con buenos ojos. Las tendencias racistas y coloniales de la época quedan anuladas cuando el dueño del tren (Tom Bateman) convence a Poirot de tomar el caso, para que las autoridades de un destino próximo no culpen automáticamente a los hombres de piel oscura.

Estos ajustes son comprensibles y no menoscaban el valor de entretenimiento. Más problemática es la insistencia de Brannagh en convertir el filme en una especie de “historia de origen” de Poirot. Lima todas sus asperezas, para asegurarse que le caiga bien al espectador promedio. Solo así podrá funcionar como ancla en un franquicia, sugerida por la mera existencia de 33 novelas protagonizadas por él. La intención se hace explícita cuando una vez resuelto el caso, un policía lo conmina a viajar de inmediato a Egipto. Si la taquilla lo permite, puede esperar una nueva Muerte en el Nilo en el futuro cercano.

La buena noticia es que no importa si usted leyó el libro o vio las películas anteriores o simplemente sabe cómo se resuelve la trama. El verdadero placer reside en ver a los actores haciendo lo suyo. Pfeiffer, Dafoe y Dench sobreactúan como dioses. Hay tantas distracciones brillantes, que Brannagh se vuelve tolerable. Sergei Pulonim es aún peor, como el volático príncipe Andreyi. Por suerte, sus apariciones son piadosamente breves.


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