Este 7 de noviembre recordamos que hace cien años se culmina el proceso de lucha para el triunfo de la gran revolución rusa, conducida magistralmente por su líder Vladimir Ilich Ulianov: Lenin, el más relevante pensador político en el siglo pasado, hombre de acción, teórico y filósofo de la praxis revolucionaria. Esta revolución está entre las más célebres que registra la historia, ella destrona en febrero al régimen de los zares, monarcas que mantenían en gran explotación, opresión y miseria a la inmensa mayoría del pueblo, y en octubre al gobierno provisional de Kerenski y a los mencheviques. Los revolucionarios bolcheviques con Lenin, León Trotski y otros organizan y defienden la república soviética, se proponen construir el socialismo, inspirados por los humanistas y sabios alemanes, los comunistas Carlos Marx y Federico Engels.
Antes, desde 1765, se inicia la gran revolución de Estados Unidos, la de las trece colonias británicas, que después de la guerra de 1775, logran su independencia, en 1783, siendo esta la primera independencia en el continente de América, guiados por sabios pensadores ilustrados de las ideas más avanzadas de justicia y libertad, que se incuban en la Europa dominada por la monarquía feudal. Aristócratas, que luego en 1789 se derrumban con la gran revolución francesa, que marca firmemente el inicio de la nueva era contemporánea, guiada por la moderna burguesía, revolucionaria liberal y arraigada al pueblo pobre, profunda revolución que declina, al ser vencido finalmente Napoleón Bonaparte en 1815.
Estas tres grandes revoluciones de la historia merecen nuestro respeto y reconocimiento, a sus líderes y el pueblo que con muchos ideales sinceros y justos, hasta nobles utopías, se entregaron al sacrificio y el martirio, y así hicieron de la humanidad una sociedad más justa y mejor que las anteriores de la esclavitud y el feudalismo. Hoy, en el siglo 21, vivimos en la gran revolución del conocimiento y tecnología, pero las distintas sociedades capitalistas o socialistas de cualquier modelo no han logrado contener la barbarie de la civilización moderna y seguimos debatiéndonos entre valores y antivalores: civilización y barbarie, el hombre creador y el destructor. Lo espiritual es arrollado por lo terrenal, por el consumismo del mercado, crisis de identidad producto del gran vacío filosófico-espiritual, que se ha sustituido por los programas bien diseñados en las redes modernas de comunicación, para matar desde niños ese valor en la humanidad.
La ideología apegada al humanismo está debilitada, y así se minan los fundamentos éticos y morales para una justa conducción política de la sociedad humana. Se estimula más y más consumismo e instrucción sin cultivo de la historia universal y propia. Se fortalece el egoísmo y rechaza la solidaridad, la hermandad, esta es la cruda realidad de la inmensa mayoría de gentes del planeta, que actúan así para poder subsistir materialmente, situación que las minorías del poder mundial potencian psico-socialmente, enfermando al individuo, a la sociedad y a la familia, el núcleo fundamental de ella.
Ante este fracaso de los variados modelos capitalistas y socialistas, de la derecha y la izquierda, debemos impulsar nuestra ilustración histórica y cultural, para asegurar como señala el filósofo Daniel Bell: “Una sociedad sucesora que atraviese y transforme tanto a la sociedad capitalista y la socialista”, en la que la eficiencia productiva dinamice la estructura tecno-económica, la idea de la igualdad sea la meta rectora en lo político y la autorrealización el eje dinámico del ámbito cultural: es decir el humanismo para vencer la miseria y pobreza y asegurar nuestra libertad en formas democráticas nuevas que superen las ya agotadas.
El autor es general retirado. Excomandante en jefe del EPS.