El expresidente Enrique Bolaños Gayer recientemente presentó su último libro La lucha por el poder. Asegura que la locura más grande de su vida ha sido amar a su esposa, Lila T. de Bolaños y el olor a asfalto, además de recordarle a su infancia, quedó grabado en su memoria como el olor del progreso.
¿Qué comida no puede rechazar?
Gallo pinto, definitivamente. Desayuno todos los días con eso.
¿Qué quería ser cuando era niño?
Ingeniero. Y eso fui.
Si pudiera escoger a cualquier persona en el mundo, ¿a quien invitaría a cenar?
Solo a mi padre. Él nos aconsejaba mucho y me hacen falta sus consejos.
¿Un apodo?
Churruco.
¿Alguna película que lo haga llorar?
Casi todas (ríe). Muchas veces.
¿Qué lugar en el mundo se muere por visitar?
Ninguno. No quiero viajar. Viajé mucho como presidente, pero no conocí nada, a trabajar fui. Aunque me gustaría Rusia.
¿Qué es lo más loco que ha hecho en su vida?
Tal vez amar tanto a la Lila T. Desde los 13 años jalé con ella. Todavía yo permanezco casado con ella. Aquí está mi anillo. Esa es la locura más grande, pero la que mejor me ha salido.
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¿Su primer recuerdo?
Es ver mi manito chiquita, y la mano de mi papá, agarrándome el dedo índice y el dedo gordo, y guiándome para hacer la Cruz.
¿Qué olor le recuerda a su infancia?
El olor a asfalto. Lo olí en Masaya por primera vez y me quedó como olor a progreso.
¿Recuerda su primer beso?
¿Con la Lilia T? Como no lo voy a recordar. 13 de abril de 1941. Estábamos platicando.
¿Canta?
Ni en el baño. Solo el Himno Nacional y algunas oraciones de la Purísima. Nada más.
¿Si volviera a ser presidente por un día que haría?
¡Renunciar al día siguiente! (carcajada) Eso es difícil. No bateás una, prácticamente te hacen la guerra.
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¿Cocina?
Cociné de estudiante en la universidad porque ni modo. Éramos tres hermanos y yo era el cocinero, porque era el menor.
¿Qué lo pone nervioso?
La mentira, los engaños.
¿Dulce o salado?
Dulce. ¡Uf! Ni al huevo le pongo sal.