Lea Valle, madre de dos menores asesinados en la masacre de la comunidad San Pablo 22, municipio de La Cruz de Río Grande, Caribe Sur, asegura que el calvario y persecución que ha sufrido en los últimos tres años es una historia que se repite en la profundidad de la montaña de Nicaragua.
“Hay temor en la montaña porque ellos entran bravísimos”, sostuvo Valle, quien señala: “uno llora cuando dicen ‘ahí viene el Ejército’. La gente llora, la gente tiembla de miedo, ¿por qué? Por las amenazas, los obligan a que les den reales”.
La campesina asegura que a todas las familias donde sus parientes se han armado, los militares les dan persecución “porque dicen que todos son de los mismos”.
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“¿Por qué el Ejército hace eso? ¿Por qué don Daniel (Ortega) manda a asesinar a la gente a las montañas, inocentes, a los niños (…) ellos deben de seguir a los que andan armados porque tienen con que defenderse”, afirmó Valle.
Soldados amenazan a las mujeres en la montaña
La madre de Francisco Alexander y Yojeisel Elizabeth Pérez Valle, de 12 y 16 años, respectivamente, dos de los seis muertos en un supuesto combate con tropas del Ejército en la comunidad San Pablo 22, el pasado 12 de noviembre, relató cómo en una ocasión huyendo por la presencia de los militares, sus dos hijos pequeños perdidos deambularon todo un día bajo la lluvia en una montaña donde la extensión es de tres mil manzanas.
Ese día, dijo, los militares “llegaron haciendo groserías”, a las mujeres les apuntaban con el fusil AK, diciéndoles: “me vas a entregar a fulano, o si no te morís”, en referencia a Rafael Pérez Dávila, conocido como comandante Colocho, señalado de liderar un grupo armado y tildado por el Ejército de Nicaragua como “delincuencial” y el único identificado entre los fallecidos en San Pablo 22.
Sobre el procedimiento del Ejercito en contra de los parientes de quienes se declaran como rearmados, aseguró: “El Ejército no puede hacer eso, andar amenazando al pueblo, al campesino…”.
“Mire qué barbaridad, cómo se porta el Ejército en las montañas junto a la Policía”, insistió la madre de las víctimas, tras asegurar que esto le pasa “no solo a mi familia, (sino a) todas las familias que andan alzadas en armas les dan fuertes persecuciones”.
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Al tiempo que denunció que después del crimen, la Policía ha estado preguntando por ella.
“Tengo temor, porque sé que ya fuera del pueblo ellos son groseros, yo les tengo miedo, yo les tengo temor, yo lo que les pido al Ejército y a la Policía es que no me anden dando persecución, al que querían asesinar, ya se lo comieron, ya no está en esta tierra (…) ya se comieron a mis niños, que me dejen en paz”, demandó Valle.
Insiste en pedido
Diez días después de la masacre, Valle insiste en su pedido a las autoridades que la dejen sepultar los cuerpos de sus hijos para que no queden en una fosa común, “porque ellos son humanos”.
“Yo pido que el Ejército me entregue (el cuerpo) a mis niños”, demandó Valle, tras criticar “que los lanzaron como perros”. Al tiempo que recordó la saña con que fueron asesinados, pues reiteró que a su hija adolescente “me la violaron, me la asesinaron, la colgaron y cuántas cosas le hicieron a mi pobre niña”, a quien indicó “la masacraron a golpes” y cree que fue “a culatazos”.
Recuerda otros hechos
Valle menciona que de junio a la fecha en un lugar conocido como San Antonio Su Sun, Siuna, Triángulo Minero, Caribe Norte, se han registrado al menos dos enfrentamientos, donde los cuerpos mostraban huellas de igual saña.
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En el primer caso Valle menciona que ahí murieron tres personas, pero que ella califica de asesinato, uno de los muertos era un civil que se corrió para donde estaban ellos (los del Ejército), “pero al pobrecito ahí lo atraparon, también le hicieron groserías, (al igual que al resto) los castraron, los arrastraron”, y posteriormente “los fueron a dejar volados al caserío de San Marcos, ahí los dejaron desnuditos, cuántas cosas les hicieron, les rajaron la barriga, les hicieron groserías”.
Madre tenía temor
“No vayan”, les rogó Lea Valle a sus dos hijos. Pero pese a la insistencia de Valle sus hijos no hicieron caso a sus temores, pues tenían dos años de no ver a su progenitor y salieron a encontrarse con la muerte. Su padre Francisco Pérez Dávila, conocido como el Charrito, integraba el grupo liderado por el armado conocido como comandante Colocho, su hermano, y remanente del grupo cuyo cabecilla era Enrique Aguinaga, cuyo seudónimo era comandante Invisible, muerto en circunstancias parecidas en abril del año pasado.
Callan por temor
El último caso que menciona Lea Valle ocurrió en el mismo San Antonio Su Sun, donde una de las personas muertas era un civil, un delegado de la Palabra de Dios, de la Iglesia católica.
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Las tropas del Ejército sorprendieron a miembros de un grupo armado en la casa donde el civil había llegado a prestar un bolso. Y por el hecho de encontrarlo en el mismo sitio donde estaban los dos alzados en armas, “lo asesinaron, lo degollaron, lo apuñalaron por todas partes del cuerpo, lo quemaron, le hicieron groserías”, afirmó Valle.
De esa casa los militares se llevaron todo lo que encontraron, incluido peroles. La gente calla porque la amenazan de que si denuncian “venimos por vos”, por lo que dice, “la gente atemorizada, llena de miedo, ¿qué hace? Quedarse calladito, no abren la boca”.