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Joaquín Absalón Pastora

Dolor y tensión

Sigue desfilando la imagen del dolor. Físicamente no se le palpa porque no hay ninguna visibilidad en su figura. Al dolor no se le toca pero se le siente. El ámbito receptor vinculado con el movimiento migratorio puso al revés la estancia de los nicaragüenses beneficiarios del “Estatus de protección temporal” que con motivo del huracán Mitch se vieron obligados a dejar las aguas patrias violadas por el fenómeno en 1998. Buscaron refugio y lo consiguieron. La concesión tenía dos décadas de irse renovando con la compañía legal de la documentación hasta que sucumbió dejando “la puerta abierta” de un año para que los compatriotas volvieran a su lugar de origen que puede incluir el peligro calcinante de la deportación.

Coincide el plazo con que la situación de Nicaragua todavía no ofrece la perspectiva de los ingresos requeridos tanto por los afectados por la disposición migratoria en Estados Unidos, como los mismos paisanos moradores en Nicaragua: el cuarenta por ciento de las familias no puede contar con la sustentación básica según las encuestas, aunque se ha extendido la infraestructura económica de la localidad. Se reconoce en el gris traslape que ya no hay “Mitch” en Nicaragua. Pero está latente en el pecho agobiado la indignación de los ausentes cuando miden por boca de ellos mismos la distancia que hay entre el símil de un paraíso y una dictadura así conceptualizada por quienes no esperan ningún apoyo del gobierno de Daniel Ortega. La alfombra había echado raíces profundas. Sustituir esa vitalidad durante tanto tiempo, extensivas a las nuevas generaciones de la familia establecida va a tener —la tiene ya— una repercusión cubierta por el patetismo como la que aparece en la pesadumbre.

Doce meses será poco para que se satisfaga la compensación alternativa. La mayoría de los notificados están seguros de que solamente les queda pedir la reconsideración de la decisión del presidente Donald Trump ante quien tendrían que arrodillarse convencidos de que Daniel Ortega no sería capaz de movilizar ningún paso en favor de lograr la cristalización en el camino saturado de espinas como correspondió hacerlo con premeditada anticipación por el presidente de Honduras (uno de los ejemplos) cuya actitud pudo ser un factor predominante para que el drama de los hondureños haya sido tratado con una excepcionalidad que les permite respirar con mayor soltura. Lo cierto es que esa cautela previsora no mostró sensibilidad en la iniciativa del gobernante sandinista. Acaso ese acto preliminar, esa vacuna oral, no fructificó en sus sentimientos políticos, aunque se lo haya indicado el artículo 28 de nuestra Constitución.

Quizá influyó en la gélida dirección la diferencia de carácter ideológico que mide una considerable distancia en los estilos. Uno imperialista y el otro antimperialista. El débil recurriendo ante el poderoso acostumbrado a poner la cerviz en el tablero criollo. Significaba en términos prácticos que su gobierno no podía dar respuesta a la repatriación fundamentalmente en lo económico y lo social. Cabe decir que no “cabildear” antes del suceso no es solo culpa del gobierno. A los afectados correspondía desde que lograron el estatus temporal no fijar la mirada en “la última hora”. Definir desde temprano el futuro de la permanencia.

Mientras sean colectivos en la sed de satisfacer la reincidencia estable en suelo extranjero, los “lepecianos” constituyen una nacionalidad que podría llevar el peso de un gentilicio.

El autor es periodista.

Opinión movimiento migratorio archivo
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