Está escrito en la literatura política y corroborado por la experiencia internacional, que la transición de un sistema de gobierno dictatorial a uno democrático, surge o se plantea casi siempre de manera súbita e inesperada.
En los países dominados por dictaduras y regímenes autoritarios, se habla por mucho tiempo de la necesidad de una transición democrática, la cual parece que nunca llegará. Pero de repente se crean situaciones y concurren diversos factores que, al combinarse, hacen que el dictador se vea obligado a entregar el poder, o a compartirlo provisionalmente con la oposición para de ese modo comenzar la transición hacia la democracia.
En Nicaragua, en 1990 el Frente Sandinista de Liberación Nacional y su líder, Daniel Ortega, no estaban preparados para la transición democrática y en general tampoco lo estaba la oposición. Pero ocurrió el sorprendente triunfo de la UNO y doña Violeta Barrios de Chamorro en las elecciones del 25 de febrero y el país comenzó a andar hacia la democracia.
Algunas transiciones se realizan de arriba hacia abajo y son pactadas. Esto es cuando el dictador o el grupo que detenta el poder decide por cualquier razón poner fin a la dictadura de manera gradual, y pacta con la oposición para que el proceso sea evolutivo y tranquilo. Otras transiciones ocurren a partir de la caída brusca del régimen dictatorial, ya sea porque fue derrocado o porque sus contradicciones internas y su incapacidad de seguir manejando el país, lo llevan al colapso.
Que las transiciones suelen comenzar sorpresivamente lo ha demostrado, una vez más, lo ocurrido en Zimbabue, en el continente africano, donde el dictador Robert Mugabe que detentó el poder durante 37 años, fue obligado a renunciar por la presión militar. El vicepresidente Emmerson Mnangagwa asumió la presidencia de Zimbabue por el período de un año, en el que supuestamente se debe caminar hacia la democracia y la recuperación económica del país. Mnangagwa había sido destituido por intrigas de la mujer de Mugabe, Grace, quien pretendía ser la sucesora de su esposo en el poder pero más bien precipitó la caída de la dictadura.
Mnangagwa no tiene credenciales democráticas. Él fue cómplice de Mugabe desde que se estableció la dictadura en 1980, como ministro de Seguridad. No mucho tiempo después ordenó o autorizó la masacre de miles de opositores, que fue ejecutada por una brigada de militares y agentes de seguridad entrenados en Corea del Norte.
Pero las circunstancias han cambiado. La comunidad internacional seguramente va a presionar y ayudar a que Zimbabue se encamine hacia la democracia. Por su parte el liderazgo del principal partido de la oposición, Movimiento por el Cambio Democrático, declaró su disposición a formar parte de un gobierno de transición, aunque con un líder como Mnangagwa deberá tener mucho cuidado.
Mugabe tuvo sus particularidades como dictador, pero en muchos aspectos fue igual a los otros personajes revolucionarios, proclamados como héroes al derrocar los regímenes opresivos, pero después se convirtieron en nuevos dictadores, feroces, despiadados y corruptos.
El caso de Mugabe es igual o parecido al de Daniel Ortega, con la esposa del dictador ejerciendo el poder detrás del poder. Lo que está por verse es cómo será la nueva e inevitable transición democrática en Nicaragua.
