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Franklin Bordas Lowery

Todos quieren un búnker

Cuando se divulgó la noticia de que el líder supremo de Corea del Norte, señor Kim Jong Un, ya poseía misiles balísticos intercontinentales como Hwason-13 y KN-8 que podrían alcanzar la mayor parte de Estados Unidos de Norteamérica, dio inicio la fiebre de construcción de búnkeres y la moda de vivir bajo tierra o en habitaciones con blindaje de acero. No hay quien quiere morir con la explosión de un misil aterrizando en su vecindario, pero el miedo no lo resuelve un búnker, tampoco enterrarse, garantiza nada.

“Máxima seguridad” venden las empresas que diseñan y construyen refugios contra bombas, asaltos, terremotos, asonadas y pillaje y tienen un mercado cautivo en Hollywood, donde millonarios actores ya confunden la realidad con la ficción y quieren llevar satisfacción cada vez a peldaños más elevados. Además de protegerse contra cualquier cosa, sus refugios exponen el boato y poder económico en diseños espectaculares bajo tierra con piscinas, bares y bibliotecas pero aún con todo, los californianos, aunque no solo ellos viven en suspenso. A la espera del gran terremoto de la falla de San Andrés de la que no cesan de hablar se le suman ahora las amenazas del cabezón de Corea del Norte, que también debe de tener su propio búnker que lo podría librar ileso luego de una hecatombe atómica.

Con esto de que salió a luz que algunos famosos personajes de cine, por supuesto, en el anonimato, han pagado hasta diez millones de dólares por una edificación de la empresa texana Rising S Bunkers que se dedica a este negocio, los demás mortales al no poder comprarse un refugio atómico, han entrado en shock.

Las constructoras con su marketing, venden “salvación”: antibomba, antiasonada, antiterremoto, antisecuestro, antiopinión pública, en otras palabras antitodo. La gente en medio de una gran paranoia, compra alimentos que duran un año y a su vencimiento los tiran al basurero para volverlos a comprar, entierran oro porque creen que el dinero no servirá para nada en una hecatombe, compran armas y se acuestan vestidos, “por cualquier cosa”.

Y es que hasta el que no tiene en qué caer muerto quiere garantías de vida. Ya el escritor salvadoreño Álvaro Menén Desleal, hace cuarenta y cinco años se imaginó el tema en su libro Hacer el amor en un refugio atómico, cuyos protagonistas mueren en soledad. Porque si bien es cierto que un refugio puede proteger, esas cuatro paredes que aíslan del mundo exterior, también pueden matar al mejor ermitaño. En Nicaragua se piensa que hay quienes tienen refugios bajo tierra, y los que podrían tenerlos siempre terminan siendo los que ya no pueden con sus miedos, porque al final es el miedo el que obliga a blindarse contra cualquier peligro real o imaginario. “Cada vez que hay un panorama político turbulento tenemos un pico en las ventas”, explica Brad Roberson, director de marketing de la empresa texana. Es que la realidad nos muestra que el mundo político siempre ha tenido áreas oscuras, secretas y tenebrosas, contra las que se necesitan blindajes “a prueba de locura”.

Así le ocurrió a León Trotsky, el famoso y valiente ex “comisario del pueblo” de la antigua URSS, que se vio obligado a construir “el cuarto de pánico” como se llama hoy a los refugios residenciales, en la calle de Viena de Coyoacán, México, para ocultarse de la muerte que le pisaba los talones a raíz de su expulsión de la Unión Soviética en 1929, pero fue imposible. Vivir como topo o como monje no va a evitar el óbito que es marca de nacimiento del ser humano, pero acabar cada quien en paz sus últimos días es un derecho y también es la seguridad que vende Atlas Survival Shelters en Montebello, California. Pero como dije al inicio, enterrarse no garantiza nada.
El autor es escritor.
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COMENTARIOS

  1. JR Algaba
    Hace 6 años

    Muy interesante artículo de realidades de nuestro mundo que son ignoradas.

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