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Joaquín Absalón Pastora

El nuevo Cervantes

Al conocerse que Sergio Ramírez Mercado es el nuevo premio Cervantes de la literatura con la cual se enamoró hasta contraer nupcias perpetuas, diversas han sido las reacciones principalmente en el criterio de los nicaragüenses.

Dentro de ese ámbito creo que la calificación en torno a su personalidad, no ha sabido analizar —valorar— los ángulos distintivos que hay entre el escritor y el político. El doctor en la función pública de sus sentimientos es el poseedor de la doble categoría. Diría si pusiésemos en el orden jerárquico los pasos en el cortejo de la autenticidad que primero es escritor y segundo político. Han sido las más visibles atribuciones. Escribir con la vocación que le asignó el destino y concebir lo otro como una consecuencia, una derivación de la inquietud existencial y no como la causa de una prioridad originaria.

No pocas veces disfruté en mi mocedad de los ensayos literarios que él como alumno del alma mater metropolitana escribía para lo cual Pablo Antonio Cuadra llamaba “Una Universidad de Bolsillo”: La Prensa Literaria, razón por la cual el jurado calificador le ha destacado esa cualidad latente en las páginas de aquí y de allá.

No podía omitir dentro de la experiencia personal el regodeo que me produjo su compañía tan opuesta a las vanidades académicas la ocasión que tuve de abordarlo en su casa con motivo de la presentación de mi libro Encuentro con los clásicos. Llegaba a solicitarle la transcripción del triple concierto de Beethoven que se me había extraviado. Me dijo: “Además de tenerlo me lo sé de memoria”. Acto seguido se convirtió en solista espontáneo en el debate melódico del violín, el cello y el piano puesto en la boca del diletante.

Años antes lo había entrevistado en la otra carátula de su diversidad. Cuando llegó en compañía de los doce el cinco de junio de 1978. Reclamaba la redención de la madre natal —Nicaragua— a través de sus palabras novedosas y progresistas en política que me hicieron recordar el mundo politeísta de Paul de Saint Víctor. Había hecho un depósito a cuenta del destino de las multitudes.

Pero ese era el Sergio en el estreno de la esperanza, de las manifestaciones políticas suscitadas en la calle. Ahora lo veo en la plenitud de la literatura en cuyo universo calza mejor y más cuando el autor luce en la cabeza el cetro de su soberanía en el género de la novela que él domina acompañado por el don de crear y recrear en muchas de las cuales nutre al personaje, algunos de ellos puestos en la acción de la savia real o identificados por los signos de la ficción.

Las emociones asaltan la pasividad de la vista, motivan la expectación, el gozo, el interés creciente, el esgrima, los ideales del cotidiano vivir. Las figuras físicas son presentidas y hasta en las interioridades del sentimiento. Don Quijote es un ser que vive desde que nació, parto cervantino propicio para alcanzar muelle en la perennidad. Están vivos los personajes de Sergio, uno de los cuales es Oliverio Castañeda.

¿Culpable o inocente? Hasta el día de hoy ochenta años después la incógnita transita en las calles de León. El premiado ha sabido manejar al tiempo que es según Edwin Muir la cuarta dimensión de la existencia.

Me sumo a las voces que lo enaltecen.

El autor es periodista.

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