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Gina Montaner

La muerte en directo

En esta época de noticias instantáneas que se divulgan a la velocidad de la luz en las redes sociales y por internet, acaparar la atención resulta cada vez más difícil por la feroz competencia de las imágenes chocantes que saturan las pantallas de las televisiones, los móviles y las tabletas.

No obstante, cuando el pasado miércoles el excomandante bosnio croata Slobodan Praljak ingirió en vivo y en directo una pócima venenosa en pleno Tribunal Penal de La Haya, los magistrados presentes y el mundo entero fueron testigos del momento en el que se quitaba la vida ante la ratificación de una condena de veinte años. De ese modo Praljak, un criminal de guerra, protestaba contra una pena que no estaba dispuesto a cumplir en su totalidad por crímenes de limpieza étnica contra bosnios musulmanes que no admitía ni de los que se arrepentía.

Con la arrogancia de los nazis que en el Juicio de Nuremberg eligieron el suicidio antes que pasar el resto de sus vidas encarcelados por el exterminio de seis millones de judíos, Praljak siguió el ejemplo de al menos otros dos militares implicados en la guerra de Bosnia y que, antes que él, aparecieron muertos en sus celdas. Un acto de rebeldía última a pesar de las pruebas que apuntaban a crímenes de lesa humanidad en la antigua Yugoslavia. De lo que se trataba era de no validar los dictámenes de los fiscales de La Haya y no reconocer su culpa, ya que hasta el final reivindicaron sus acciones “patrióticas”.

La Historia demuestra una y otra vez que los crímenes más atroces pueden cometerlos hombres y mujeres racionales, educados, sofisticados y convencidos de que están haciendo lo correcto en nombre de una causa mayor. Es inevitable traer a colación lo que la filósofa alemana Hannah Arendt acuñó como la “banalidad del mal”, cuando de primera mano constató en el juicio que en Jerusalén se le hizo al nazi Adolf Eichmann que este participó del genocidio judío como el resultado de acatar órdenes de sus superiores.

Muchos años después Slobodan Praljak, que era ingeniero, dramaturgo y académico, se defendió de las graves acusaciones que pesaban sobre él proclamando que era un “patriota”. Antes de apurar el mortal veneno gritó ante la sala que no era un “criminal”. Entre el estupor y el horror, los magistrados no pudieron impedir el golpe de efecto de un hombre que dominaba el escenario.

Después de este aparatoso suicidio planificado minuciosamente de cara al público, en Croacia no han faltado las alabanzas a Praljak por haber defendido la “patria croata”. Hoy está muerto, pero su mensaje es bien recibido por quienes hasta el día de hoy apoyan la operación de limpieza étnica que lideró en la ciudad de Mostar, primero contra los serbios y después contra los musulmanes croatas, en defensa del sentimiento nacionalista.

Enfrentado a un prolongado encierro, Slobodan Praljak nada tenía que perder, salvo su honor, porque nunca manifestó el menor asomo de contrición. Poco después de conocerse la noticia, unos mil simpatizantes le rindieron homenaje en las calles de Mostar. Fue el acto final de una muerte en directo. ©FIRMAS PRESS

La autora es periodista.
@ginamontaner

Opinión muerte archivo
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