Se esperaba que el escrutinio de las elecciones de Honduras del domingo 26 de noviembre pasado, se realizara en completa normalidad, a pesar de que se anticipaba una competencia muy reñida entre el presidente de derecha candidato a la reelección, Juan Orlando Hernández, y el candidato opositor de izquierda, Salvador Nasralla.
Por la cuantiosa inversión que se hizo en la modernización del sistema de transmisión de datos y la amplia observación electoral nacional e internacional, había confianza en el conteo de los votos.
Inclusive se dijo que tres horas después de cerrarse los centros de votaciones se conocería el primer informe de resultados y a las seis horas se conocerían los resultados finales.
Pero el escrutinio se descontroló, supuestamente por fallas del sistema informático. Los dos principales candidatos reclamaron el triunfo y luego el de oposición denunció fraude y llamó a la protesta callejera que degeneró en vandalismo. Por fin, después de más de una semana este lunes terminó el recuento de votos con una mínima ventaja para el candidato reeleccionista, pero la proclamación del vencedor se hará hasta dentro de tres semanas, cuando se resuelvan todas las impugnaciones.
De manera que lo que hubo en Honduras fue una elección de república bananera, denominación peyorativa que se da a un país muy atrasado, corrupto e inestable. El concepto fue creado por el escritor estadounidense William Sidney Porter, más conocido por su sobrenombre literario O. Henry, en la novela De repollos y de reyes que escribió en 1904, cuando vivía en Centroamérica.
La incertidumbre electoral en Honduras fue causada inicialmente por el empeño del presidente Juan Orlando Hernández, en reelegirse a como diera lugar, a pesar de que en junio 2009, hace apenas 8 años, se produjo el turbulento golpe de Estado contra el expresidente Manuel Zelaya por haber recurrido a procedimientos tramposos para allanar el camino a su reelección, la cual es rigurosamente prohibida por la Constitución hondureña.
La Misión de Observación Electoral de la OEA en las elecciones del 26 de noviembre en Honduras —mucho más calificada y confiable que la que observó los recientes comicios municipales irregulares de Nicaragua—, no reporta fraude. Pero en su informe preliminar presentado públicamente el lunes de esta semana, mencionó una gran cantidad de irregularidades que “no permiten (a la Misión de la OEA) tener certeza sobre los resultados”. Y exhortó a los dos principales candidatos presidenciales a que se pongan de acuerdo para reconocer al vencedor.
A su vez, la también confiable Misión de Observación Electoral de la Unión Europea expresó que no debe declararse un ganador mientras no se resuelvan todos los reclamos e impugnaciones de la oposición.
Honduras se ha sumido en una crisis política y ante el peligro de caer en una situación de total ingobernabilidad, deberían revisarse todas las actas y cuadernos de escrutinio. O de una vez declarar nula la elección presidencial y convocar a nuevos comicios, en los que el presidente Juan Orlando Hernández debería renunciar a la pretensión releccionista para no seguir causando daño al país.
Esto podría parecer un recurso extremo, pero seguramente sería mucho menos costoso que el caos y las consecuencias imprevisibles que le pudieran seguir.