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Joaquín Absalón Pastora

En el primer aniversario de Fidel Castro

Apropósito de haber transcurrido el primer aniversario de la muerte de Fidel Castro por la vía horizontal de la cama, ya es hora de que se extinga la era fusionada de la demagogia y la tiranía.
Que solo quede como recuerdo la penumbra de la barba que lució con la vanidad premeditada de ser la suya el símbolo de la redención.

En ocasión de una de las convocatorias rebeldes que montaba desde La Habana relacionada con la instigación de que América Latina no pagara la deuda externa al imperio económico de Estados Unidos, tuve la oportunidad como corresponsal de Le Monde Diplomatic de abordarlo todo el tiempo que duró el evento. Llamaba la atención el dominio absoluto de su palabra como si solo una voz vibrara en el espacio. Con matices y gestos disertaba como si fuera el Napoleón de América Latina.

El ser humano es un estupendo “yoísta”. Jamás pudieron ser excepciones otras figuras que nunca dejaron de inclinarse en el altar egocéntrico. Fueron tantos en la historia que siempre faltarán páginas para satisfacer la mención individual implícita. Fidel es uno de los ejemplos. No se conformó como el gobernante vitalicio de Cuba sino que extendió los impulsos de su protagonismo a lugares remotos de África como Angola como Namibia a donde enviaba soldados para proclamarse como una de las estrellas de la redención.

Un nacionalista prioritario, un cubanísimo amante de las causas propias de la patria, no tenía por qué ser el interventor de otras naciones, no tenía por qué convertirse en un internacionalista en vez de ser un gran nacionalista como lo fue José Martí. No tenía por qué sumarse al imperialismo geográfico e ideológico de la Unión Soviética ocupante de la sexta parte de la superficie de la tierra.

La pregunta que se hace en los círculos de la comunicación y de la prensa internacional sigue teniendo vigencia. ¿Qué ha cambiado en Cuba después de un año de ausencia total de Fidel Castro? Y la respuesta es: Nada. En la nada anda el futuro de la Perla de las Antillas mientras el apellido dinástico siga los pasos haciéndole el honor a su nombre con absoluta fidelidad, salvo el milagro de una recia transición.

El buen gobernante debe dejar un buen sabor, constancia de haber realizado una efectiva administración acorde con el beneplácito mayoritario de la población. Ningún saldo positivo en los hechos más que la heredad de la demagogia. Tanto la izquierda como la derecha convergen con algunas dosis en su morfología cuando conviene a sus intereses. El vocablo toma el tono según la alusión mentirosa, partidos que en el fondo son reaccionarios, dinastas se adjudican la etiqueta engañosa de ser socialistas o comunistas pero revelada la índole de la demagogia.

Yo no creo que exista el socialismo puro, el comunismo auténtico considerado utópico. Los dirigentes se conforman con solo ponerse el uniforme sobre el pecho, vacío de idealismo, del sacrificio quinta esencia del humanismo. Expertos en la hipocresía de vender apariencias, identificándose por ejemplo con el verde olivo y la barba supuestamente patriarcal para dejar constancia de que son revolucionarios. La quimera es incluso recurrida por las cúpulas, por algo llamado “la nomenclatura”.

Dejemos pues al rey sin corona en el cumplimiento de su primer aniversario de ausencia de este mundo, pero sin agitarlo desde la tumba.

El autor es periodista.

Opinión aniversario Fidel Castro archivo

COMENTARIOS

  1. Arturo Solórzano
    Hace 6 años

    Cantinflas se le queda chiquito.

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