“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo… Has hallado gracia delante de Dios” (Lc. 1,28.30). Este es el gran saludo que María recibe del cielo. ¿Qué mayor saludo puede provocar mayor alegría? (Lc. 1.28)
María es la llena de gracia; María tiene a Dios de su parte; María es la bendita de Dios; María ha sido elegida para ser la madre de Jesús, del Hijo de Dios, el Altísimo (Lc. 1,31-32).
Y, lógicamente, ante este gran saludo del cielo, María no puede responder sino con aquellas palabras que siempre han sido vida en ella: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1,38). María es la mujer del “sí a Dios”.
Para María solo hay uno a quien siempre tenemos que decirle “sí”: a Dios. Esta es la gran fe de María, un sí siempre incondicional a Dios, a su voluntad, como dice el salmista: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Este es el corazón de María, un corazón siempre abierto a Dios. Esta es la voluntad de María, un querer siempre y por siempre lo que Dios quiera de ella.
Por eso María es siempre la Inmaculada, la sin mancha, la sin pecado porque jamás le dijo a Dios “no”. Nunca María engañó a Dios. Su sí siempre fue un sí sincero, de palabra y de vida. María dijo a Dios “sí”, hágase lo que tú quieras de mí. Como tan bellamente cantaba nuestro gran poeta Lope de Vega: “Bajó del cielo un arcángel, y haciéndole reverencia, Dios te salve, le decía, María, de gracia llena. Admirada está la Virgen, cuando al Sí de su respuesta, tomó el Verbo carne humana, y salió el sol de la estrella. Madre de Dios y virgen entera, Madre de Dios, divina doncella”.
María, la mujer del “sí”, es el ejemplo vivo para todos nosotros que nos llamamos cristianos. Su “sí” tiene que ser también nuestro sí. Ya nos lo diría también Jesús: lo nuestro no es decir: “Señor, Señor”. Lo nuestro es “cumplir con la voluntad de Dios” (Mt. 7,21), decirle siempre a Dios “sí”.
La fe no es cuestión de palabras, es un compromiso a vivir, como Jesús y María vivieron y, por ello podían decir siempre con toda sinceridad: “Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc. 22,42).
Nuestro “sí”, como el de María, es estar siempre abiertos a hacer la voluntad de nuestro Padre Dios, como nos lo enseñó Jesús, cuando nos dijo cómo teníamos que orar: “Padre… hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt. 6,10).
El “sí” de María, la Inmaculada, la sin pecado, debe ser para todos nosotros ese grito amoroso que nos invita a ser como nuestra Madre, abiertos siempre a Dios. María es y será recordada siempre como la mujer del “sí”, un sí de entrega a Dios y, en el mismo momento, un “sí” de entrega a sus hermanos. Es el sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en camino al encuentro con los demás.
María, la Inmaculada, la sin pecado, la mujer del sí, es el ejemplo vivo a imitar para todos nosotros para que nunca traicionemos nuestra fe, sino que esa fe nuestra que decimos tener, sea siempre también un “sí” fiel y leal a Dios, como fue el de María.
Por eso decía San Luis de Montfort: “María es el camino más seguro, el más corto y el más perfecto para ir a Jesús”.
El autor es sacerdote.