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Daniel Ortega, reformas

En Letra Pequeña

O asumen su función, y dan las explicaciones que deben dar, con rigor profesional y pruebas sobre cada acusación que hacen, o se dedican a escribir novelitas de vaqueros que algún talento para ello han mostrado en sus partes y comunicados

Africanos

Una madre llega a Nicaragua buscando el cuerpo de su hijo muerto. ¿Es lo normal no? El hijo murió en un incidente confuso cuando intentaba cruzar Nicaragua buscando Estados Unidos. Él era africano y hubiese quedado como muchos de los otros africanos que mueren en el país sin que sus familiares, tanto o más pobre que ellos, puedan venir desde África a reclamar el cuerpo. En agosto de 2016, ocho africanos murieron aparentemente ahogados en el lago de Granada. No pasa nada. No tienen rostro. No tienen historia. No tienen familia. Nadie ha respondido nunca aquí por la muerte de un africano. Esa es la “normalidad”.

Respuesta

Pero ocurrió lo inesperado. La madre, africana también, vive en Bélgica. Es residente europea.  Vino a reclamar el cadáver de su hijo y la explicación que las autoridades están obligadas a darle sobre cómo murió su hijo. Eso ya es “anormal” en este país. Nunca un africano reclamó el cuerpo de su hijo en Nicaragua. El Estado no haya qué hacer. Entonces recurre a su normalidad, a los que manda su manual para casos difíciles: acusa al hijo de ser miembro de una organización criminal internacional, con ello justifica su muerte, y detiene a la madre, y con ello calla el reclamo. Algo tonto, porque sabemos que una madre solo muerta dejará de reclamar por su hijo. Y no creo que lleguen a tanto. ¿O sí?

Tapudo

Marcial Lafuente Estefanía es un español que escribió más de 3600 novelas de vaqueros. Era, en buen nica, un tapudo. Relataba unos duelos fantásticos en los cuales “el chavalo” de la novela le vaciaba los ojos a balazos a seis oponentes en un segundo sin recibir un rasguño siquiera y sin que supiéramos cómo demonios hizo para recargar de balas los revólveres Colt que para ese tiempo no pasaban de seis o cinco balas en el tambor. Era un tapudo profesional. Tanto así que en mi infancia, cuando alguien decía una evidente mentira, se le replicaba con sorna: “Contame una de Marcial Lafuente Estefanía mejor”.

Novelas

Marcial Lafuente Estefanía murió en 1984, a los 81 años de edad. Pero dejó escuela. Alguna influencia de Lafuente Estefanía debe haber en esos partes del Ejército y la Policía que hablan de tantos enfrentamientos donde resultan tantos delincuentes abatidos, nada de heridos, solo muertos, con una efectividad digna del novelista español. Los chavalos de la película, o sea ellos, los que redactan los partes,  ni un rasguño.  Tom sopla el cañón humeante de su revólver, se sacude el polvo del hombro y monta su caballo. Atrás queda el reguero de cadáveres. No dice una palabra. No da explicaciones. ¿Para qué?

Trama criminal

Ahora resulta, según el comunicado de la Policía que el migrante africano que murió en Managua y cuyo cuerpo reclama la madre, era en realidad el miembro de una estructura criminal internacional y doña Atanga Mary Frinwie, ya no es una madre desesperada por encontrar el cadáver de su hijo, sino una malévola delincuente a investigar. No muestran prueba alguna. Matan cuerpos. Matan reputaciones. No dan explicaciones. Solo nos dicen que ellos son los malos y merecen morir.

¿Y las medallas?

Hasta hace un mes el Ejército estaba sacando pecho porque había abatido a seis delincuentes en la montaña profunda y que ellos, que son las meras fieras, no habían tenido ni un rasguño. Otra vez vi en ese parte militar al vaquero de Marcial Lafuente, soplando los cañones humeantes de sus Ak47 y dejando atrás el reguero de cadáveres de los malos. A estas alturas esos militares estarían recibiendo medallas al valor por su hazaña, de no ser por una madre valiente, ¡otra madre por Dios! que los enfrentó fotos de sus hijos en mano. “Estos son los “delincuentes que mataron”, reclama mostrando a sus niños, Francisco Pérez, de apenas 12 años, y Yojeisel Elizabeth Pérez, de 16 años.

 Historias

Las fotos les pusieron rostros a los criminales y las madres le pusieron nombres y contaron su historia. Ahora sabemos que dos de los delincuentes abatidos en La Cruz de Río Grande eran niños campesinos que iban buscando a su padre, y que el migrante muerto, supuesto criminal internacional en el comunicado de la Policía, era un microbiólogo camerunés de 23 años que quería cumplir el “sueño americano”. Tanto el Ejército como la Policía, por la importancia que tienen para el país, deberían ser más serios. No pueden matar ni detener a nadie con argumentos de novela barata. Esta vez tienen en sus manos casos que involucran a madres y a niños asesinados. O asumen su función, y dan las explicaciones que deben dar, con rigor profesional y pruebas sobre cada acusación que hacen, o se dedican a escribir novelitas de vaqueros que algún talento para ello han mostrado en sus partes y comunicados.

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