La Organización para la Cooperación Islámica (OCI), que agrupa a 57 Estados de países en los que viven unas 1,600 millones de personas de culto musulmán, proclamó este 13 de diciembre que Jerusalén es la capital del Estado Palestino.
La OCI se reunió especialmente para condenar la decisión del presidente de los Estados Unidos (EE.UU.), Donald Trump, de activar la ley de reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado de Israel. Esta ley fue aprobada hace 22 años, en 1995, pero los anteriores presidentes de EE. UU. no la pusieron en vigor por presiones del mundo árabe y musulmán y, supuestamente, para facilitar la paz permanente en Oriente Medio.
A pesar de que en el mundo islámico, y aún en Occidente, se aseguró que la decisión del presidente Trump provocaría una nueva guerra abierta, eso no ha ocurrido, solo desórdenes controlables. Los Estados islámicos ni siquiera rompieron relaciones con Israel, como lo exigió el presidente de Turquía, Recep Erdogán, quien se presenta ahora como el líder más radical de los países del Islam.
Pero además, la resolución de los países islámicos no tiene ningún efecto jurídico ni consecuencia práctica. La realidad es que la ciudad de Jerusalén es la capital del actual Estado de Israel, desde 1980, cuando el Parlamento Israelí aprobó la ley que así lo determina. Todos los poderes del Estado de Israel y otras instituciones principales tienen su sede en Jerusalén. Solo las embajadas extranjeras no se han instalado en esa ciudad, y las que sí lo habían hecho se desplazaron a Tel Aviv, en acatamiento a una resolución antiisraelita de las Naciones Unidas (la 478), que se niega a reconocer la realidad.
Esta realidad es que Jerusalén ha sido la capital de Israel, desde hace tres mil años. Y lo es del moderno Estado de Israel desde hace setenta años, como lo dijo el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, al presidente de Francia Emmanuel Macron, a quien visitó recientemente y este le expresó su desacuerdo con la decisión de Trump. Jerusalén no ha sido nunca la capital de ningún otro Estado, pueblo o nación, solo de Israel, agregó Netanyahu.
Realmente, Jerusalén fue establecida como capital de Israel hace más de tres mil años, por el histórico rey David. Aun durante los largos períodos del exilio, esclavitud y campos de exterminio, los israelitas siempre consideraron a Jerusalén como su capital. Y cuando por fin pudieron constituir su Estado actual, moderno, próspero y democrático, reafirmaron ese antiguo reconocimiento.
Después de visitar a Macron en París, el primer ministro Netanyahu fue a Bruselas para reunirse con las autoridades de la Unión Europea. Allí les dijo que el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel es lo que “hace posible la paz, porque la realidad es la esencia de la paz”.
Ciertamente, si Europa y Estados Unidos hubieran reconocido la capitalidad de Jerusalén cuando el Estado de Israel la confirmó mediante Ley, en 1980, los extremistas árabes y musulmanes seguramente hubieran provocado algunos alborotos, pero a estas alturas del tiempo probablemente ya se hubiera conseguido una paz estable en Oriente Medio y constituido el Estado de Palestina.