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Dalila Rugama, con sus medallas ganadas durante los Juegos Centroamericanos. LA PRENSA/ Óscar Navarrete

Dalila Rugama: baño de oro

Dalila Rugama es apasionada por las motocicletas y vendió cuajadas cuando era niña. Abandonó la arquitectura para dedicarse al atletismo y ahora se colgó su cuarta medalla de oro en lanzamiento de jabalinas en los Juegos Centroamericanos

Dalila Rugama tenía 16 años cuando vio y tocó una jabalina por primera vez. Había llegado como alumna nueva al Colegio Bautista de Managua y su profesor guía era nada más y nada menos que Héctor Vanegas, el obstinado profesor de Educación Física que solía insistirles hasta el cansancio a sus estudiantes durante todo el año para que se decidieran a practicar algún deporte.

Rugama entonces estaba empezando el cuarto año de secundaria y era la típica muchacha tímida y sencilla a la que no le gustaba hablar en público. Toda la vida había tenido problemas por ello, sobre todo en la clase de español, porque se negaba a pasar al frente de la sección y leer ante sus compañeros. Pero le gustaba trabajar, eso sí. Y Héctor Vanegas puede dar fe de eso.

Cuando Dalila aceptó la invitación del “profe” para practicar atletismo —después de preguntarle qué era eso del atletismo— el profesor Vanegas la puso a practicar cada una de las disciplinas para averiguar en qué encajaba mejor.

Era más rápida que las demás alumnas y no se rendía fácilmente. Si la mandaban a trotar cinco vueltas, no refutaba ni con la mirada, solo las cumplía. Todos los días era una prueba distinta. “Miré que no era tan lenta, hicimos pruebas de salto y lo hacía bastante bien, probamos resistencia y miré que también era buena”, cuenta Vanegas.

Hasta que llegó el turno de las jabalinas. Era la primera vez que Dalila veía una. Le preguntó a su profe qué era ese objeto alargado y Vanegas le explicó. “Medio le enseñé algunos movimiento y la puse a tirar”, dice el profe. La primera vez que lanzó la jabalina, marcó 18 metros, casi los 19. “Yo dije: ‘Mire, hay una cosa. Ya probamos con todo, pero esto es lo que a usted le cae bien, en esto va a tener buenos resultados. Y si usted entrena conmigo como debe ser, usted le va a dar la vuelta al mundo y va a conocer muchos países. Tal vez no va a ganar mucho dinero, pero va a dar su vuelta’”, cuenta el entrenador.

Desde entonces, el profesor de Educación Física Héctor Vanegas es el entrenador de Dalila. Aquella jabalina que lanzó por primera vez se ha extendido en el tiempo durante 17 años.

Dalila Rugama tiene 33 años y sigue lanzando jabalinas. El domingo 10 de diciembre de 2017, la última vez que lo hizo, ganó su cuarta medalla de oro en lanzamiento de jabalinas en Juegos Centroamericanos y también rompió su propia marca, que había establecido en los Juegos de 2006. Además, fue la abanderada del acto inaugural de los Juegos Centroamericanos.

Cuando supo que lo había logrado, que había ganado la medalla de oro, lo único que hizo fue llorar. Había sido un año difícil: el estrés la había hecho padecer trastornos de sueño, tuvo varias lesiones en diferentes partes del cuerpo y dentro de las federaciones deportivas nicaragüenses se oía decir que Dalila ya no podía lograr nada más, que ya estaba vieja y que no tenía de dónde sacar fuerzas. “Pero lo logré”, dice.

La vida en el campo

Junto a Héctor Vanegas, su entrenador desde hace 17 años. LA PRENSA/ Óscar Navarrete

Para poder llegar a clases y a sus entrenamientos en el Colegio Bautista, Dalila Rugama tenía que levantarse todos los días a las cuatro de la mañana. No es originaria de Managua. Dalila creció en una finca ubicada en Villa El Carmen, carretera a Masachapa, criada por su abuela paterna y su hermano mayor.

Su nombre, Dalila, se lo puso su abuelo. Dijo que él se había ganado el derecho de bautizar a la niña, porque pocos días después de nacer, cuando la familia iba desde el hospital hasta la casa, el jeep en el que viajaban se quedó sin gasolina. El abuelo, que era asmático, se bajó del vehículo y empezó a empujarlo y empujarlo hasta que llegaron a un lugar donde cargaron gasolina.

Los padres de Dalila se habían separado y por eso ella y uno de sus hermanos fueron criados por su abuela paterna. La vida en el campo era dura. Desde pequeños ambos hermanos tuvieron que aprender a trabajar porque quehaceres en la finca había de sobra.

“Nos enseñaron a trabajar desde pequeños, a los cinco años nosotros ya andábamos en el monte. Mirábamos lo del ganado, le dábamos vueltas a la finca, aprendimos a reparar cerco, a ordeñar. No teníamos a nadie que nos hiciera nada”, cuenta la atleta.

La familia se mantenía de vender cuajadas y leche. A veces encargaban las cuajadas, pero cuando no, Dalila agarraba su bicicleta y salía a venderlas al pueblo, que quedaba a una siete cuadras de la finca donde vivían.

Su abuela era estricta. Dalila y su hermano tenían prohibido salir a jugar con sus amigos en los alrededores del campo. Ambos se entretenían subiéndose a los árboles de jocote del lugar. Eran una fila de árboles e iban saltando de rama en rama en cada uno de ellos, sin tocar el suelo. “Esa vida es alegre”, dice Rugama. En el campo, jugaba con los amigos de su hermano que llegaban a la casa: hacían canchas de básquet y también jugaban voleibol. Cuando no hacían caso, la abuela los castigaba con un chilillo.

Dalila Rugama, cuando fue nombrada atleta del año por la crónica deportiva. LA PRENSA/ Archivo

Varias veces le han preguntado por qué tiene tantas cicatrices en las piernas y los brazos, y dice que la respuesta es esa: su vida en la finca. Aunque tiene otras cuantas que se ha hecho en los accidentes de motocicleta que ha tenido, porque es una fanática de estas.

El día en la finca empezaba a las cinco de la mañana. Bastaba un duro “levántense” de la abuela para que ambos hermanos se despertaran. Desayunaban gallopinto con cuajada y crema, porque nadie les daba dinero para almorzar en el colegio. Comían hasta que regresaban a casa. Después de alistarse, salían hacia la terminal a buscar un microbús que salía hacia Managua a las seis de la mañana.

Dalila tenía que cruzar un río para llegar hasta el pueblo, de donde salía en microbús. A veces solo debía saltar sobre algunas piedras para cruzar hacia el otro lado; pero en otras ocasiones, le tocaba salir de su casa con los zapatos y los calcetines en la mano, descalza, con el pantalón arremangado y con el agua hasta las rodillas. “Llegaba antes que yo (al colegio) y se iba a la misma hora que yo”, cuenta su maestro de Educación Física.

En el colegio no era mala alumna, pero tampoco era excelente. Su promedio siempre anduvo por el 86 por ciento. La clase que nunca le gustó fue español, dice que era muy difícil. Además, la ponían a leer en público y eso no le gustaba. Dice que siempre ha sido tímida, no le gusta hablar en público y las entrevistas la ponen nerviosa. “La condición para entrenar era que no dejara clases”, dice Rugama.

Trabajadora y sencilla

La atleta nicaragüense cargando a su única hija, Karlys Montealto. LA PRENSA/ Archivo

Cuando estudiaba en el Colegio Bautista, el primer deporte que Dalila quiso practicar fue voleibol. Ya había jugado antes en el equipo de la escuela, en su pueblo natal, así que decidió entrar al equipo de su nuevo colegio. “Como a la semana se salió.
—¡Idiay! —le dijo a su entrenador—, esa gente llega a perder el tiempo, no entrenan, hacen lo que quieren y así no puedo.

Dalila dice que le tocaba entrenar con los varones cuando sus compañeras no llegaban, o cuando llegaban solo las que no servían. Pero nunca dejaba de entrenar. Siempre ha sido disciplinada y esforzada. Las únicas veces que ha dejado de entrenar en toda su vida han sido dos: cuando se mudó a Rivas durante unos meses y cuando nació su única hija, Karlys Montealto. El parto fue por cesárea y a los pocos meses ya quería regresar a trabajar en lanzamiento de jabalina.

La vida de Dalila es sencilla. Vive en Carretera a Masaya con su esposo y su hija. En las otras casas, ubicadas en un solo terreno, viven su hermana y su abuela. Tiene una máquina para podar el monte en el jardín de su abuela y en el patio, y dice que solo queda bien cuando ella lo hace. Varias veces ha contratado a jardineros para que lo hagan, pero no lo dejan bien. “Es una persona súper dinámica, muy activa. Incluso mucho más que yo. Siempre está buscando cómo hacer algo, siempre toma la iniciativa. A veces hay que ponerle un medio alto”, dice su esposo, el cronista deportivo Carlos Montealto.

A Dalila le gusta usar el pelo corto porque se le hace más fácil peinarse. No le gustan los tacones, dice que son muy incómodos, prefiere los zapatos deportivos o las botas. Los aretes le gustan sencillos, no se maquilla y tampoco usa bolsos. Prefiere llevar sus cosas en un “canguro” que camina amarrado a la cintura. No es precisamente una chef cocinando, pero tampoco es mala. Sus sobrinos a veces le dicen que el pollo que cocina le queda más rico que el de los restaurantes.

Recientemente, Dalila empezó un negocio con su hermana: venden ropa a través de las redes sociales. Ella misma hace las entregas en su moto. Siempre antes o después de los entrenamientos, nunca durante.

Su esposo dice que es muy obstinada con sus entrenamientos y su pasión: la jabalina. Muchas veces la ha visto llegar a su casa, preocupada porque no entrenó bien o porque no se entregó al ciento por ciento.

Esta pareja se conoció por el deporte. Ella era una estrella de la jabalina y él era un cronista deportivo que estaba empezando su carrera. “Me mandaron a cubrir atletismo, la vi competir y de entrevista en entrevista la fui conociendo. Siempre que hablábamos ella me daba muy buena información”, dice Montealto. “Ella dice que es tímida, pero conmigo fue bien abierta. Fue una atleta muy accesible. Yo estaba comenzando en la crónica y el atletismo siempre me gustó mucho. Desde el principio sentí algo bonito”, cuenta el cronista.

Cuando Rugama ganó su cuarta presea de oro en los Juegos Centroamericanos, Montealto estaba trabajando desde el público, junto a sus colegas. No quiso acercarse a ella, porque ese era su momento. En un momento se emocionó tanto que dejó de prestarle atención al resto de atletas cuyos resultados debía cubrir. Sintió ganas de llorar cuando vio a su esposa hacerlo, mientras abrazaba una Bandera de Nicaragua.

La mujer de las jabalinas

Dalila Rugama después de ganar su cuarta medalla en Juegos Centroamericanos. LA PRENSA/ Carlos Montealto

La primera medalla Dalila la ganó en unos juegos nacionales escolares en Granada. Nunca va a olvidar esa medalla, porque no la dejó dormir de la emoción.

En el 2002, comenzó a estudiar Arquitectura en la Universidad Centroamericana (UCA), pero tuvo que salir del país por un Mundial Juvenil de Atletismo en el que participó, en Jamaica, y también en unos Juegos Centroamericanos y del Caribe Juvenil. “Cuando regresé en la universidad estaba muerta porque me fui. Esa carrera es bien dura”, dice Rugama, quien no sabe por qué decidió estudiar Arquitectura.

Un año antes, en 2001, participó en sus primeros Juegos Centroamericanos. Tenía un año de entrenar, pero aún no sabía mucho del deporte, del atletismo y de los diferentes eventos y categorías de esta disciplina. “A mí me gustaba la emoción y entrenar. Eso era lo máximo”, dice.

La primera vez que participó en los Juegos, ganó una medalla de oro y hasta rompió un récord. “De 2001 para acá nadie me ha frenado”, confiesa la atleta.

Dalila Rugama ha ganado de forma consecutiva cuatro medallas de oro en lanzamiento de jabalina en los Juegos Centroamericanos. En resumen, nunca ha perdido: cada vez que ha participado ha ganado medalla de oro. Salió en los periódicos, los medios de comunicación la entrevistaban. “Para mí eso era wow”, dice.

La primera vez que su nombre salió en un periódico fue en el año 2000, cuando ganó una medalla de oro en los Juegos Nacionales Escolares, pero solo era su nombre, nada muy importante.

Sin embargo, en 2001, cuando aún no entendía bien lo que había logrado, empezó a aparecer en las portadas de los periódicos y las noticias principales de la prensa deportiva. Además, estuvo nominada como Atleta del año por la Crónica Deportiva. Fue la número uno en el ranking y le dieron un televisor como premio. Era el televisor más grande que había en su casa y todavía lo conserva.

Dalila tiene el récord nacional en lanzamiento de jabalina, con 55.28 metros. Tiene también un récord centroamericano juvenil que aún no se ha roto. Además, un récord en Juegos Centroamericanos de atletismo.

En 2001, Dalila logró una distancia de 44.16 metros e instauró un nuevo récord en los Juegos Centroamericanos en lanzamiento de jabalina. Años después, en 2006, también dejó una nueva marca: ganó con 49.48 metros. En 2013, aunque no rompió su propio récord, también se quedó con la medalla de oro, lanzando jabalina por 48.40 metros.
También ha ganado medallas de oro en lanzamiento de balas y este año logró una de bronce en la misma disciplina.

La última medalla de oro la ganó el 10 de diciembre de 2017. Sentía un peso enorme sobre sus hombros, dice. Hace años había sufrido una lesión en el codo que aún la molestaba; también sufrió molestias en el hombro, la espalda, la cadera y el tobillo.

Además, ella y su entrenador habían escuchado comentarios negativos sobre su participación en los juegos: dijeron que ya no iba a poder dar más de lo que ya había dado. Desde 2006 no rompía un récord, y lo logró en 2017.

Cuando hizo su lanzamiento sintió que le había salido bonito. Porque una jabalinera sabe cuando el instrumento va en la dirección correcta. La presión que tenía sobre sus hombros era enorme: estaba recibiendo apoyo económico del Gobierno a través del IND y necesitaba responder de la mejor manera.

Cuando la jabalina se clavó en el césped, estaba casi segura de que lo había logrado. Volteaba a ver a todos lados mientras medían la distancia con la cinta métrica y todo indicaba que lo había hecho.

Carlos Montealto, su esposo, la veía desde las gradas, con los ojos casi llorosos. Su entrenador, Héctor Vanegas, también sintió ganas de llorar desde la cabina de radio, donde estaba locutando el acontecimiento. Ambos la veían en la pista, emocionados. Ella, llorando, abrazando la Bandera de Nicaragua. Lo había logrado.

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