Cuando los presidentes centroamericanos suscribieron el “Procedimiento para establecer la paz firme y duradera en Centroamérica” o Esquipulas II, consignaron entre otros temas que “donde se han producido profundas divisiones dentro de la sociedad, iniciarán el diálogo con todos los grupos desarmados de oposición política interna (grupos opositores) y con todos aquellos que se hayan acogido a la amnistía”. No fue una “reconciliación” del vencedor contra el vencido, tampoco la interpretación belicista de “si quieres la paz prepárate para la guerra”. Se suponía que sería una reconciliación para todos bajo un Estado de Derecho.
El Plan de Paz no se firmó únicamente para crear las condiciones electorales para 1990 si no y como lo recoge el texto, como parte de los otros compromisos: “Una vez creadas las condiciones inherentes a toda democracia se deben celebrar elecciones libres, pluralistas y honestas”.
La amnistía no se dio en los términos que pretendía la letra y el espíritu de Esquipulas II, el cese al fuego permitió la negociación entre las partes beligerantes, la democratización sigue siendo una materia sustantiva pendiente, el cese de la ayuda a las fuerzas irregulares o a los movimientos insurreccionales, lo mismo que el no uso del territorio de un Estado para invadir a otro Estado, fueron asumidos algunos, por los Estados concernidos. En la actualidad el Gobierno de Nicaragua continúa jugando como peón de intereses extracontinentales en la nueva guerra —de toma de posiciones silenciosa— de las potencias de la guerra fría.
La competencia geopolítica diplomática y económico-comercial nos encontró en un buen momento, con indicadores de crecimiento por encima de la media en la subregión y el continente, lo que nos ha convertido en un país atractivo para la inversión extranjera directa, lo mismo que para actividades ilícitas del narcotráfico y el lavado de activos.
Los compromisos contenidos en Esquipulas II no fueron suscritos para un periodo de tiempo limitado, restringido, sino como condiciones permanentes a fin de garantizar que la paz sea firme y duradera. Una paz cuya fuerza debe nacer del irrestricto respeto a los derechos humanos de todos y cada uno de los ciudadanos nicaragüenses. No la paz de los cementerios.
La médula espinal de estos compromisos radicaba en que una vez superada la guerra, era necesario instaurar sistemas democráticos para lograr el desarrollo hasta alcanzar sociedades más justas y más humanas.
Esquipulas II es hoy parte constitutiva del Protocolo de Tegucigalpa a la Carta de la Organización de Estados Centroamericanos, que es un Tratado Internacional de ineludible cumplimiento por el Estado de Nicaragua, cuyo artículo 3 Inciso a) contundentemente reza: “Consolidar la democracia y fortalecer sus instituciones sobre la base de Gobiernos electos por sufragio universal, libre y secreto y del irrestricto respeto a los derechos humanos”.
- ¿Cuántas elecciones con esas características hemos tenido en nuestro país?
- ¿Disfrutamos de un irrestricto respeto a nuestros derechos humanos?
- ¿Somos hoy más libres que hace diez años?
- ¿Es la Nicaragua de hoy el producto del cumplimiento de esos Acuerdos?
- ¿Somos una sociedad reconciliada, democrática y en paz?
El debate continúa centrado en, si no estamos preparados para la democracia solo para el desarrollismo, con derechos anémicos y libertades restringidas, bajo una camisa de fuerza o, peor aún, como rehenes de un modelo autoritario que proclama que este es un país “reconciliado, socialista, cristiano y solidario” mientras se continúa reproduciendo un sistema típicamente capitalista de mercado, o capitalista salvaje.
Nos quedan muchas tareas pendientes en la restitución de la Patria y la recuperación de la República.
El autor fue miembro de la Comisión Nacional de Reconciliación.