Anoche soñé que se cometía una traición contra el pueblo nicaragüense al mejor estilo de la tradición vende-patria que ha caracterizado a los grupos políticos tradicionales y al gran capital, todos subordinados a Estados Unidos de Norteamérica, pero en mi sueño, que más bien parecía una pesadilla, no aparecen estos personajes, sino otros, que supuestamente defienden intereses populares.
Soñé con tal realismo que pareciera que lo soñado es real, y esta es la razón por la cual escribo sobre ello. Como entre brumas, de manera difusa, aparece un organismo convocando a otros para preparar reivindicaciones cuya satisfacción se exigirá en otro momento al gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Quieren hacer una especie de catálogo de demandas, según explicaba una persona de saco y corbata que parecía estar atrapado por la niebla en mitad de la cinta asfaltada de la carretera Jinotega-Matagalpa, entre pinares, cedros y helechos, a 1,300 metros de altura.
Sé que puede sonar como una locura, por eso dije de entrada que se trata de un sueño en el cual esta gente aparece conectada con senadores y congresistas norteamericanos que promueven la Nica Act, para golpear al autoritario gobierno orteguista (con lo cual, en la realidad, no estoy de acuerdo, porque rechazo la intervención política norteamericana).
En el sueño otro miembro del grupo está en un hotel de lujo de Managua y explica a funcionarios de organismos sociales que la Nica Act será aprobada pronto y que eso provocará intensas presiones de Washington al gobierno Ortega-Murillo, lo que lo obligará a abrir un espacio de negociación política para el que hay que estar preparados con un paquete de demandas concretas.
Se trata, pues —de acuerdo con la débil pero sostenida línea que se va trazando en el sueño— que los delegados de un conjunto de organismos propongan en una serie de reuniones previamente acordadas, qué se le debe demandar al gobierno. Después, las mejores ideas, las que apunten a resolver más necesidades, las más realistas, prácticas y funcionales, serán incorporadas a un inventario de exigencias al régimen.
A veces, a la mañana siguiente uno no recuerda nada de un sueño, o solo débiles retazos, pero este lo recuerdo muy bien, hasta el punto que tengo presente que en esta fantasía no me parecía tan mal esa idea de recolectar demandas muy sentidas a fin de estar preparados para cuando llegara el momento de que las presiones norteamericanas hicieran mella en el orteguismo, sin embargo, me producía cierta incomodidad.
En la medida que avanzaba el sueño por unos vericuetos muy confusos y estrechos, se iba ampliando mi conciencia sobre la creciente sensación de incomodidad que amenazaba con terminar abruptamente con esto que iba tomando características de casi una pesadilla.
Recuerdo con alguna dificultad una sensación de vergüenza, pero el porqué de la misma no apareció de una vez, sino que se fue perfilando muy lentamente en este juego de mi mente. ¡Incomodidad y vergüenza! No voy a contar todo el proceso o evolución de este aspecto en lo soñado, pero debo decir que cada vez se engrosaba este mal sentimiento.
Aunque en algunos sueños o en algunas partes del mismo puede haber incluso claridad, en este prevalecía cierta confusión, pero aun así se perfilaba de manera diáfana una traición a los intereses populares, no porque los funcionarios que formulaban las propuestas fueran políticos tradicionales o burgueses financieros, sino porque estaban preparando una negociación a nivel de cúpulas que se daría por la intervención del Congreso y el Departamento de Estado norteamericano.
Los aspectos misteriosos y oscuros del sueño, no me impidieron detectar que no era correcto este tipo de negociaciones a espaldas de la gente, sin participación popular, sin ejercicio de ciudadanía, aunque las demandas que se hicieran tuvieran un fuerte contenido social. Ahora que lo pienso, debió ser difícil orientarme en estos enigmáticos laberintos mentales nocturnos.
Nada es legítimo, ni duradero, sin el pueblo. Este es el problema central que detecté en este sueño sobre una negociación con un pliego de demandas supuestamente populares pero sin participación de la gente, sin ciudadanos ejerciendo sus derechos y su poder. El poder del pueblo debe manifestarse. Espero que este mal sueño sea totalmente irrealizable.
El autor es periodista.