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Cartas al Director
Amir Ofek

Jerusalén

La declaración del presidente de los Estados Unidos de que Jerusalén es la capital de Israel provocó un animado debate público alrededor del mundo y hasta llegar a la Asamblea General de la ONU. Un análisis de los argumentos de la crítica, nos permite trazar una línea de separación entre dos mundos, por un lado la realidad del Viejo Mundo que repite sus antiguas mantras que no han adelantado el proceso de paz ni en un paso, y por el otro una nueva realidad que intenta estimular el sistema, paradójicamente solo con el valiente reconocimiento de lo obvio, de que Jerusalén es la capital de Israel.

De hecho, aparte de los palestinos y líderes que querían ganarse momentáneamente el afecto por las calles árabe/musulmanas, no hubo voces significativas que pusieran en duda la conexión entre el pueblo judío e Israel y Jerusalén. Es decir, la posibilidad de que un acuerdo de paz pueda existir sin que Jerusalén sea la capital de Israel no es realmente una opción realista y esto es aceptado y entendido por casi todos.

Lo anterior plantea la pregunta: ¿por qué reaccionaron de esta manera con una declaración obvia?, la razón principal radica en el obstáculo que tiene la historia humana, esta es tener “fijación intelectual”, el miedo al reconocimiento público de lo que podría causar una incomodidad momentánea. Si bien es cierto, toda vez que se ha dado una declaración política significativa que reconoció los derechos de Israel en la región, esta se encontró con oleadas de amenazas y violencia, (en este caso, a solo una semana de la declaración, los palestinos lanzaron 23 misiles desde la Franja de Gaza, a territorio israelí y una gran cantidad de ataques a sus ciudadanos, sin que la Asamblea General de la ONU se pronuncie o condene los hechos), en esta realidad la “fijación intelectual” se “siente en casa” y floreció.

No obstante solo el pensamiento intelectual libre puede conducir a un cambio histórico real, el Medio Oriente lo tuvo con el presidente egipcio Anwar Sadat —quien también lo pagó en su vida—, sin embargo, dejó su legado el primer tratado de paz entre Israel y la grandeza de sus vecinos. Como él, también el rey Hussein de Jordania, dejó en el Viejo Mundo, “los tres No” de la Conferencia árabe de Jartum (Sudan), no reconocimiento de Israel, no negociaciones con Israel y no a la paz con Israel. Los dos líderes árabes encontraron en Israel sus pares israelíes, el primer ministro Menachem Begin y el primer ministro Yitzhak Rabin, con quienes firmaron acuerdos históricos de paz. En otras palabras, cuando hay un líder árabe dispuesto, va a firmar la paz con Israel ya sea con gobierno de derecha o de izquierda.

En junio de 2009, el primer ministro Netanyahu declaró en su discurso en la Universidad de Bar-Ilan, su visión de dos pueblos libres que viven uno al lado del otro en buena vecindad y respeto mutuo. Asimismo pidió a los palestinos el reconocimiento de Israel como el estado del pueblo judío. Al día de hoy seguimos esperando.

Por lo tanto, el voto a favor de la propuesta palestina en la ONU significa “hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados”.

Fijación intelectual de hecho es un obstáculo que continúa minando una situación existente.

Ambos pueblos merecen nuevos pensamientos en la ONU que logren llegar a la paz tan anhelada.

El autor es embajador de Israel en Costa Rica

Opinión Donald Trump Estados Unidos Israel Jerusalén archivo
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