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Columna Competitividad Empresarial

Carlos R. Flores

Las tragedias comienzan en la mente

Existen algunos factores sicológicos que como precursores siniestros se traducen en comportamientos críticos en los jóvenes conductores. Uno de ellos es el sentimiento de invulnerabilidad, o mejor conocido, el complejo de Supermán

La reciente muerte de un compañero de universidad de mi hija en un terrible percance vial, la ha impactado más allá de lo que yo mismo hubiera sospechado. Este valioso joven de 21 años, a quien solamente le quedaba un año para graduarse, lo hemos lamentado no solamente por la pérdida misma, sino por sus altas cualidades de inteligencia, voluntad de ayuda a los demás, laboriosidad, simpatía, entre otras.

Las circunstancias mortales, según se afirmó coloquialmente, fueron las mismas por las que miles de jóvenes como él fallecen absurdamente: Conducir en estado de ebriedad, más el no uso del cinturón de seguridad, factores doblemente fatales.

El caso se correlaciona perfectamente con la fatalidad juvenil típica. Los muchachos entre 20 y 25 años son el segmento de mayor frecuencia trágica tanto local como internacionalmente. En algunos países con más proactividad sobre esta epidemia social, existen programas de prevención específicos para jóvenes, incrementándoles el nivel de conciencia, formación basada en hechos comprobados, aconsejamiento, mentoreo, involucramiento de sus padres, para que todos conozcan los riesgos reales, es decir, evitar admoniciones baratas o advertencias con poco fundamento o rigor profesional.

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Existen algunos factores sicológicos que como precursores siniestros se traducen en comportamientos críticos en los jóvenes conductores. Uno de ellos es el sentimiento de invulnerabilidad, o mejor conocido, el complejo de Supermán. Se expresa sucintamente como: “Las fatalidades viales les ocurren a los otros, pero no a mí”. Otra variante es: “Tengo más inteligencia y habilidades que el conductor promedio, por lo cual, la probabilidad de salir lesionado o morir en un percance, es bien bajo”.

Algunos otros pensamientos singulares atestiguados pueden ser tan sorprendentes como ridículos: “Mucha gente reza por mí; mi mamá, mis tías, mis abuelos, así que siempre ando protegido”, o el alucinante “cuando ando ebrio manejo con más cuidado, precisamente porque sé que voy tomado”. Y aunque Ud. no lo crea, estos son testimoniales de personas quienes perecieron, o bien, de aquellos quienes afortunadamente sobrevivieron, rebobinando así su estado mental o creencias previas a ese trance.

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Las fuerzas de gravedad que se generan en el volcamiento de un vehículo simplemente superan la imaginación. Las dinámicas que afectan a un cuerpo dentro de la cabina hacen a éste sufrir tres impactos: uno, el de la carrocería contra el otro vehículo; dos, el del cuerpo contra el habitáculo interno del conductor, durante la colisión o por la fuerza de rotación al volcarse; tres, el impacto de los órganos contra las paredes de las cavidades donde estos se alojan, y consecuentemente, entre los mismos órganos, los cuales hacen que colapsen o exploten entre sí.

Numerosos jóvenes consideran que el cinturón de seguridad es solamente un estorbo o ridículo que los viejos, los pesimistas, los necios, los exagerados o mentalmente débiles, son quienes los usan o lo exigen a los pasajeros, lo cual es consecuencia de no creer que ese ingenioso mecanismo pueda salvar una vida.

Cuando se utiliza este dispositivo, la probabilidad de supervivencia es de al menos 50 por ciento, lo cual hace la diferencia crítica entre la vida y la muerte. Esto usted debe creerlo previamente, pero si no lo cree, entonces será muy difícil que llegue a usarlo. Para cambiar de comportamiento es imprescindible primero modificar las creencias actuales.

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Los padres somos también parte fundamental y protagónica en esta cadena de causación de muertes, por lo cual debemos establecer responsablemente un modelaje de conductas preventivas, más allá de la nociva y generalizada permisividad moderna, la exagerada tolerancia, la negación de lo obvio, o de la fatalmente equivocada tendencia a prescindir de un sistema disciplinario.

* Director ejecutivo de Cambio Cultural

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