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J. Eduardo Ponce Vivanco

Prisioneros del pasado

El vertiginoso drama político desatado por la moción de vacancia presidencial y el angustioso debate parlamentario del 21 de diciembre en presencia del primer mandatario y su abogado fueron el terrible preludio del indulto navideño que el expresidente Fujimori recibió en la Unidad de Cuidados Intensivos de una clínica local. Fue el clímax de los movimientos sísmicos potenciados por la difusión de la carta de Odebrecht solicitada por la Comisión Lava Jato, luego rectificada por otra comunicación de la constructora fatal y las “aclaraciones” progresivas de PPK, que terminaron con su arrepentido mensaje a la Nación y la confesión del día siguiente en el Congreso.

Pero no solo ha sido un terremoto con una cadena de réplicas que todavía no terminan. Es, también, una crisis que deberíamos convertir en oportunidad para corregir los enormes defectos de una nación que no logra salir de la adolescencia.

Colapsó el insostenible balance político resultante de la elección de Kuczynski y de la aplastante mayoría de Fuerza Popular (por el absurdo de elegir congresistas en primera, y no en segunda vuelta, como ocurre en las democracias funcionales). No es hora de recordar los motivos de la pugna de poderes ni de identificar al que tiró la primera piedra. Lo que urge es reaccionar con inteligencia y responsabilidad para superar el gran fracaso y liberarnos de la maldición que parece condenarnos a vivir como prisioneros del pasado.

Enfrentémonos a la realidad y a las alternativas que la realidad ofrece ahora.

Por el lado del presidente hay una voluntad de cambio traducida en la decisión de ampliar la base del gabinete ministerial y promover la reconciliación a partir del indulto otorgado al expresidente Fujimori, quien se ha comprometido a reciprocar el ánimo presidencial y a retribuir el perdón magnánimo que lo ha librado de prisión. Dos hombres experimentados, hijos de extranjeros y profesionales de trayectoria, a quienes la vida ha mostrado los graves errores que cometieron en circunstancias totalmente distintas. Tienen la misma edad y, de alguna manera, comparten responsabilidades en la crisis que paraliza al Perú. Uno porque no quiso ni supo concertar con la oposición, y el otro porque no hizo valer su condición de líder histórico del fujimorismo para fomentar una conducción política menos belicosa.

El caso del exmandatario es tan único como la oportunidad de enmendar que le da la historia (Alan García utilizó su segundo gobierno para reparar el recuerdo de los horrores del primero). Si bien le será imposible hacerlo como presidente, Fujimori podría convertir a Fuerza Popular en un partido moderno y liberal que eduque a sus cuadros, que reajuste la organización existente y que destierre el estilo agresivo y tozudo que estimula la polarización y que no deja vivir al país. Y podría también reparar las heridas internas que condicionarían una gestión partidaria que respalde la gran tarea de la reconciliación y el desarrollo nacional.

Es posible que hayamos pasado lo peor de la crisis que padecemos, pero el sistema político debe estar preparado para enfrentar remezones eventualmente mayores. Los que vengan del Brasil (declaraciones oficiales de Marcelo Odebrecht y de Barata, entre otras) y las joyas de manufactura criolla. Tenemos que aprender a no seguir tropezando en las mismas piedras que, una y otra vez, pisamos con porfiada insensatez en perjuicio de nuestro futuro. Esperemos que los dos veteranos que el azar ha puesto codo a codo estén a la altura del desafío, porque solo así los jóvenes que protestan en las calles podrán creer en la promesa de un Perú mejor. ©FIRMAS PRESS.

El autor es Ex embajador del Perú

Opinión pasado prisionero archivo
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