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Fernando Bárcenas

Decepción política y reformismo

La ideología reformista, en nuestro país, se fundamenta en la decepción política, no en una perspectiva de expansión económica productiva. La ideología de este período desolado se vuelve ramplona, sin garra. La más desvaída de nuestra historia.

Durante el somocismo se confiaba que sin Somoza el país tendría un futuro promisorio. Y se sabía que la caída de Somoza sería violenta, dada la naturaleza militar del régimen. Desafortunadamente, el sandinismo histórico, una vez en el poder, formó una burocracia arrogante y corrupta que diluyó en la conciencia colectiva esa confianza en el futuro. Ahora, se piensa, fatalmente, que hay un ciclo infernal, por el cual, el atraso nos atrapa siempre y el enemigo futuro se incuba desde ahora en las filas libertarias.

El problema es que la conducción improvisada del sandinismo, sin formación política, hizo retroceder a la nación más de lo que pudo avanzar con la derrota de Somoza. La oscuridad del somocismo que marcó la existencia de varias generaciones, mutilándolas en su dignidad humana, se extendió nuevamente sobre la población, degradando con el orteguismo aún más la existencia del ciudadano.

La idea de la transformación progresiva ahora se encuentra enferma por la procacidad derrotista de la intelectualidad acomodada, y se ha contraído como una flor marchita al influjo de un compromiso reformista que pretende, en lo esencial, que la dictadura orteguista quede igual.

Cuando un modelo de sociedad traba el desarrollo del país, más por deficiencias económicas estructurales, por falta de productividad y por falta de encadenamientos virtuosos que apunten hacia un mayor valor agregado en los productos, con costos eficientes, la sociedad estancada —pese al crecimiento del PIB— tiende a una crisis recurrente, cuya solución mediante luchas sociales no es posible orientarlas pacíficamente a voluntad.

En este periodo, el ideólogo del compromiso con Ortega es Serrano Caldera, con su tesis de unidad en la diversidad. Que él promueve abiertamente como si fuese posible la unidad absurda de los elementos esenciales de una contradicción excluyente.

Serrano Caldera escribió en LA PRENSA, del 20 de diciembre pasado, un artículo de opinión que tituló “La participación de la ciudadanía”. La pregunta que surge es ¿participación en qué? A su modo subjetivo, Serrano comenta:La participación ciudadana es la democracia en acción, la concreción de sus principios, objetivos y metas.

Pero, la democracia no tiene principios, ni objetivos ni metas. La democracia es una forma de gobierno concreta, cuya función —como toda forma política— obedece a la dinámica del poder.

Es la dinámica concreta de los partidos políticos la que tiene metas y objetivos tácticos, contrapuestos. No existe una democracia principista. La democracia, como forma de gobierno, asume una forma histórica cambiante en cada circunstancia, ya que sufre los avatares de las luchas políticas y la dinámica de la correlación de fuerzas cambiante.

Los que tienen principios son aquellos partidos políticos que ejecutan una praxis consciente, con coherencia teórica.

La participación ciudadana no es la democracia. Cualquier demagogo populista puede inducir una participación ciudadana clientelista o mercenaria. En todo caso, democracia sería la forma de organización y de toma de decisiones que la población adopta durante una crisis, para su movilización política independiente.

En tal circunstancia, la democracia se subordina a los fines de la lucha, que estratégicamente se deben justificar conforme a principios teóricos, no a supuestos principios democráticos.

Escribe Serrano, con una muestra de subjetivismo crónico:

Los cantos de la Purísima, los villancicos y sones de Pascua y la reiterada esperanza de que todo nuevo año será mejor, predisponen el estado de ánimo a desear soluciones y pensar en la construcción de caminos que conduzcan a la paz y armonía entre los nicaragüenses.

¿Desear soluciones? Las soluciones no se desean. Son los milagros los que se desean. Los problemas traen implícita la solución posible, que debe ser encontrada objetivamente mediante la aplicación eficiente de leyes naturales, no por deseos. Encontrar la solución necesaria a un problema es objeto de investigación metodológica, de innovación, de creatividad técnica o científica, de recursos disponibles, no de estados de ánimo, de esperanza o de deseos que nazcan de cánticos y villancicos navideños.

Serrano insiste en la toma de decisiones políticas mediante un subjetivismo irracional:
Debe conjugarse la lógica de la situación con ese posible estado de ánimo, para formular desde esa base, ideas, propuestas y acciones que puedan ser consideradas y discutidas, aceptadas o rechazadas por la sociedad.

Pero, una situación no es lógica, simplemente obedece a un proceso objetivo de autodesarrollo contradictorio, que depende de las circunstancias. La lógica es la que debe estar al puesto de los estados de ánimo subjetivos, de los deseos y esperanzas, para incidir objetivamente a favor de la superación real de la situación social conflictiva, mediante la derrota del poder que coacciona dictatorialmente a la sociedad.

El problema, con este modo abstracto de lucubrar de Serrano, es que las falsas ilusiones subjetivas traen consecuencias funestas en los sectores que se verán agredidos por un poder opresivo en crisis. Sectores que parten en desventaja, y que requieren una estrategia combativa lúcida para triunfar en la lucha desigual, probabilísticamente inevitable.
El autor es ingeniero eléctrico.

Opinión democracia Economía política archivo

COMENTARIOS

  1. ramon aguilar
    Hace 6 años

    Salir a la calle a hacer demostraciones no es democracia, demuestra la falta de esta.

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