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Gonzalo Cardenal M.

Solo para pedigüeños (I)

He querido dejar momentáneamente de lado los asuntos negativos y dolorosos de mis artículos de LA PRENSA (aunque no por ello por falta de importancia por ser en la actualidad los principales enemigos del cristiano), y de los que me he venido refiriendo últimamente por petición —de ustedes mis estimados lectores— como son el genocidio del aborto, la violencia, la disolución matrimonial y la formación de los hijos, la Nueva Era, la Ideología de Género, y la pornografía; por otros temas más positivos y optimistas, como son los temas espirituales.

En consecuencia, en esta y en las próximas semanas volveremos a hablarles sobre temas como la oración. Y como he comprobado que muchos —entre ellos yo mismo— centramos nuestra oración en pedir, hoy nos dedicaremos a nosotros “los pedigüeños”. Con unas reflexiones de mi amigo Carlos “Chale” Mántica.

Comienza diciéndonos Chale lo siguiente: “Nuestra maestra en esta clase de oración se llamaba Milena Emilia Ráchela, conocida por todos simplemente como “Sor Emilia”. Ella llegó a Nicaragua en 1952 y desde entonces hasta su muerte no dejó de pedir por los niños pobres ni un solo día. Una vez, hace muchos años, tuvo la ocurrencia de formar una estudiantina, donde todas las huerfanitas tocaban todos los instrumentos a la vez y a todo volumen. Y un día se me apareció por Casa Mántica, donde distribuíamos los instrumentos musicales Yamaha, y desde que llegó se le fueron los ojos hacia un órgano electrónico que acabábamos de recibir. De pronto, con su carita de “yo no fui”, me preguntó: “Don Carlo, ¿cuánto cuesta ese órgano?” Me sonreí y le contesté: “Cuarenta mil córdobas, Madre”. Ella ni se inmutó, sino que me dijo: “Don Carlo, ¿no me lo deja en cinco…?” Yo no recuerdo si se fue con el modelo de cuarenta mil córdobas o con otro más barato, pero lo cierto es que Sor Emilia se fue ese día con un órgano electrónico para desgracia de los vecinos de la Escuela María Mazarelo”.

“Creo que nuestra querida Sor Emilia aprendió su estilo de negociación de nuestro padre Abraham, concretamente de cuando intercede ante Dios por Sodoma y Gomorra en el pasaje del Génesis 18:22-32, en el que básicamente intercede por esas ciudades regateándole al Señor por su salvación. Comenzó pidiéndole que los salvara si encontrara cincuenta justos entre sus ciudadanos, hasta llegar a diez justos, y el Señor siempre fue dejándose convencer hasta que no se encontraron ni los diez justos que propuso Abraham. Posiblemente Sor Emilia le hubiera dicho: “Señor, ¿no me los deja en dos?”, y posiblemente se hubieran salvado”.

“En este diálogo-negociación entre Abraham y Dios, encontramos varias lecciones que debemos aprender para cuando tratemos de dialogar-pedir a Dios. Aclaro que algunos aspectos en esta negociación están basados en la relación del hombre con Dios según la visión que existía de ambos en el Antiguo Testamento. Pero recordemos que esta visión vino a ser ampliada —para nuestro bien— por las enseñanzas de Jesús en su proclamación del Reino de Dios. Vamos entonces a extraer estas lecciones del pasaje del Antiguo Testamento que acabo de citarles, pero ampliándolas a la luz de las enseñanzas de Jesús en el Nuevo Testamento. Espero que nos sirvan a la hora de poner rodillas en tierra por nuestras necesidades o interceder por las necesidades de los demás”.

En mis entregas de los próximos tres sábados, vamos a estar profundizando sobre esta interesante reflexión de Chale. No se las pierdan porque vamos a estar aprendiendo a ser mejores pedigüeños.

El autor es miembro del Consejo de Coordinadores de la Ciudad de Dios
[email protected]

Opinión Carlos “Chale” Mántica cristianismo archivo
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