La Global Magnitsky Act (GMA) podría ser a Daniel Ortega lo que el terremoto lo fue a Somoza. La diferencia es que la primera ocasionó daños incalculables de vidas humanas y a la economía. En cambio, la GMA está dirigida a personas acusadas de corrupción y violación de derechos humanos. Probablemente la graduación del nivel de impacto económico es aparente.
La GMA no solo está enlistando a Roberto Rivas y otros que saldrán, sino también a la imagen del país en el concierto de naciones democráticas. Ortega con su política exterior nos ha sumado como país en el triángulo bolivariano de Cuba, Venezuela y Nicaragua y en el eje de Rusia, Irán, Corea del Norte, estos tres con sanciones impuestas. Esta relación cercana de Nicaragua con esos países ha resituado en el imaginario político de Washington a un país antagónico a los intereses de Estados Unidos (EE. UU.), como lo fue en los años ochenta, pero esta vez demócratas y republicanos actuando por igual frente a Nicaragua.
No había terminado la Organización de Estados Americanos (OEA) de dar su informe calificando de satisfactorias las elecciones municipales, cuando el Departamento del Tesoro de EE. UU. ingresaba al club de corruptos y violadores de los derechos humanos a nivel mundial al presidente del poder electoral. Las irregularidades cometidas por él, junto con los otros magistrados de ese poder, de violentar el voto y el derecho ciudadano a decidir a quién elegir sumada a la vida de magnate del magistrado Rivas: mansiones en Nicaragua y Costa Rica, jets, carros de lujo, etc. son posiblemente tomadas como parte de las evidencias.
Los EE.UU. con la GMA están mandando un mensaje al Estado nicaragüense, que si no rectifica vendrá la Nica Act. Ambas iniciativas, a corto y mediano plazo podrían tener consecuencias catastróficas para el país.
La OEA fue la primera oportunidad que le dio EE. UU. a quienes gobiernan para que inicien el tránsito hacia la democracia. Sin embargo, las elecciones municipales fueron más de lo mismo y el recorte presupuestario contra las alcaldías perdidas hacen pensar que al gobierno no le importa y no acepta la escalera que le ofrecen, esperanzado que los resultados de las elecciones en Brasil, con Lula; en México con López Obrador y en Colombia con la FARC en este 2018, le favorezcan.
Pareciera que a Ortega solo le interesa ganar tiempo, pero este se le está acabando, la GMA está en marcha y su aplicación está en manos de Trump, un ser impredecible que utiliza las sanciones económicas como arma y que de seguir siendo acorralado por el Rusiagate, podría, para mejorar su imagen ante su base electoral y del Congreso, pegarle un manotazo a Nicaragua para mostrar que es de los duros y le importa la seguridad nacional de su país.
Cuando el representante del gran capital dice que la aplicación de la GMA y la Nica Act no causarán mayores daños a Nicaragua, en correspondencia con la línea argumentativa del gobierno, manda un mensaje equivocado. Surge la interrogante de si el gran capital, por un lado, está dándole la espalda a la mayoría de nicaragüenses porque pase lo que pase ellos no serán afectados y, por el otro, respalda a un modelo de gobierno que está ligado a países y organizaciones mal vistos por la comunidad internacional.
El gran capital debe revisar esa imagen de “socio económico incondicional” de Ortega. Si no toma distancia, se está exponiendo a que algunos de sus miembros puedan ser afectados por los EE. UU. Las buenas relaciones entre estos actores son fundamentales, pero ser encapsulados en un “modelo” corporativista es funesto para el país y para ellos mismos.
Hasta ahora esta alianza del gran capital con Ortega les ha traído grandes beneficios, pero estos son de corto plazo y podrían catalogarse como confites en el infierno. El gran capital, todos nicaragüenses, deben apostar por sus intereses de largo plazo, ligados a un proyecto de nación incluyente y democrático; porque de lo contrario, están jugando con su propia destrucción. Ya tuvieron la experiencia de los ochenta; el personaje con quien hoy están aliados, es el mismo, ya lo conocen. Nunca es tarde para rectificar porque la historia podría repetirse. La solución de un cambio que beneficie a todos no debería estar en Washington, sino en Nicaragua y entre los nicaragüenses. El gran capital tiene un rol importante que jugar en las actuales circunstancias.
El autor es sociólogo.