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The Disaster Artist

Crítica de cine | The Disaster Artist

"The Disaster Artist funciona como sátira detrás de cámara, y también como retrato de una relación patológica", dice nuestro crítico de cine

“The Room” (2003) es el gran filme de culto de nuestra generación. Es una producción independiente en el sentido más estricto de la palabra. Su creador, Tommy Wiseau, era un hombre sin experiencia en el cine. Escribió un guion, lo produjo y lo dirigió cubriendo los costos de su propia bolsa. También pagó para que se exhibiera en un teatro de Los Ángeles durante dos semanas. El drama sobre dos amigos y la mujer que se interpone entre ellos era tan malo que se covirtió en una sensación. “Obra maestra” (The Disaster Artist) documenta la creación de esta comedia accidental. Atípicamente, arranca con testimonios de figuras reconocibles, dando fe del fenómeno: Kristen Bell (Bad Moms), Adam Scott (Little Evil) y el director Kevin Smith (Clerks) nos aseguran que esto es inspirador. ¿Están hablando en serio? Es imposible saberlo.

Greg Sestero (James Franco) es un joven modelo de San Francisco, con vagos sueños de convertirse en el nuevo James Dean. En clase de actuación conoce a Tommy Wiseau (Dave Franco), un sujeto maduro, completamente desprovisto de talento. Tiene un indefinido acento europeo, aunque asegura ser de Nueva Orleáns. Entablan una rápida amistad y pronto Tommy se posesiona de las ambiciones de Greg. Lo convertirá en una estrella, aunque tenga que hacer él mismo una película.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine. LA PRENSA

“Obra maestra” funciona como sátira detrás de cámara, y también como retrato de una relación patológica. Cuando Greg le anuncia a su madre (Megan Mullaly) que se va a Los Ángeles con un virtual desconocido, ella ejecuta un hilarante episodio de pánico homofóbico apenas contenido. Que los papeles sean interpretados por dos hermanos hacen la inferencia aún más incómoda. Pero esa es la clave de esta comedia que trafica sobre la incomodidad de no saber qué terreno pisamos. Tommy quiere controlar a Greg, y la creación del filme se convierte en un vehículo que le permite ejercer poder sobre todo un equipo de filmación.

El rodaje alcanza un punto dramático en una malograda escena de sexo, donde los técnicos luchan por proteger a Juliette (Ari Graynor) de la agresividad del director. La escena se vuelve aún más incómoda a la luz de las recientes acusaciones contra Franco. Él no podía anticipar que esto iba a suceder, pero la coincidencia sigue al pie de la letra la agenda de la película: abrir la cortina que separa la ficción de la realidad, y reflejarla en una serie de espejos hasta que no podamos distinguir una de la otra.

El reparto está lleno de actores reconocidos. Los galanes juveniles Zach Efron (Baywatch) y Josh Hutcherson (Los juegos del hambre) ganan credibilidad. Realeza cómica como Alison Brie (Community, G.L.O.W.) y Bob Odenkirk (Breaking Bad, Better Call Saul) brillan en pequeños papeles. Melanie Griffith y Sharon Stone, en fugaces apariciones, le dan el toque de Hollywood. Jackie Weaver dispensa la moraleja: la recompensa del artista está en hacer su trabajo. Todo lo que viene después —críticas, aplausos, premios o abucheos— es extra.

La contradicción entre el trabajo que implica hacer cine, y la mitología lo que rodea, es un rico filón de comicidad. Tommy puede ser una figura ridícula, pero el filme nunca es cruel con él, incluso cuando registra reacciones de los demás personajes ante su falta de conciencia crítica. Y si cree que Franco está exagerando, espere al final para ver una comparación con el hombre real. ¿Importa que todos estos profesionales se burlen de la ineptitud de un neófito? No a Tommy Wiseau, sonriente al lado de Franco, recogiendo un Globo de Oro ganado a costa de su sufrimiento.


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