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Los cinco hombres que han gobernado Nicaragua por (casi) la mitad de su historia

De los 180 años que tiene Nicaragua de ser un país soberano, 74 años y medio se los reparten solo 5 gobernantes. Y Daniel Ortega sigue saboreando el poder.

Para la Real Academia Española (RAE), un “pandemónium” es un lugar en el que abundan el ruido y la confusión, pero la definición del vocablo también podría ser “política de Nicaragua”.

Desde 1838, cuando Nicaragua se separó de la República Federal de Centro América y se volvió país soberano, por su suelo han desfilado 73 mandatarios en 111 cambios de gobierno. Pero de esos 180 años de soberanía, y a pesar de la centena de vaivenes en el poder, 74 años y medio se reparten únicamente entre cinco dictadores: un Daniel, dos Anastasio, un José Santos y un Tomás.

Para darnos una idea de lo que supone este desorden criollo, Donald Trump, actual presidente de Estados Unidos, es apenas el gobernante número 45 de ese país, que los escoge desde hace 229 años.

Los datos históricos que retratan la montaña rusa de la política nica se encuentran disponibles en el trabajo académico “Lista cronológica de gobernantes de la Nicaragua soberana 1838-2014”, desarrollado por Enrique Bolaños Geyer.

A continuación explicamos cómo cinco hombres pudieron saborear el pastel del poder durante tres cuartos de siglo. Y cómo uno de ellos, Daniel Ortega, continúa saboreándolo mientras se escriben estas líneas.

UN PADECIMIENTO CULTURAL

“Desorden y caos”. “La ignorancia del pueblo es la razón primordial”. “Cada gobernante agarra la Constitución y se limpia con ella”. Estas frases surgen al consultar sobre los cinco caudillos a dos historiares y a un expresidente de la República que posee quizás la mejor base de documentos históricos de Nicaragua en internet: la Fundación Enrique Bolaños.

Para Enrique Bolaños Geyer, presidente de Nicaragua entre 2002 y 2007, y aficionado a la historia; para Nicolás López Maltez, periodista, fotógrafo e historiador; y para Bayardo Cuadra, historiador e ingeniero, los vicios de la historia política del país se deben a una cuestión cultural. A una herencia que tropieza repetidas veces con la misma piedra: caudillismo y corrupción.

“No es eso lo que la ley dice, pero no la cumplimos”, explica Bolaños. “Los dictadores, los que mandan, escogen solo a sus cuates (en sus gobiernos). No hay manera que aquí pueda haber democracia porque la Constitución no la permite. Los que hacen la Constitución se sirven con la cuchara grande”.

Por su parte, López Maltez argumenta: “América Latina fue sometida a la esclavitud, la aniquilación de su cultura con la práctica de la conquista española, que sometió a millones de precolombinos, les arrebató tierra, religión y libertad. Fueron domeñados a sangre, torturas, fuego y muerte por los sacerdotes católicos y los soldados. Les enseñaron a rezar a Jesucristo, les obligaron a aprender el idioma español, pero les negaron la educación verdadera, y estos fenómenos aún persisten”.

Y concluye Cuadra: “Es parte de nuestra cultura. Y no solo de Nicaragua. Podés verlo en Suramérica, en Centroamérica. Lo que sucede es que nuestro temperamento no es como el sajón, digamos, el europeo, que tienen un sentido cívico más elevado. Probablemente también es un signo de la educación y la cultura, pero el número de presidentes que hemos tenido te dan una idea de la inestabilidad que había”.

Como veremos a continuación, tras las presidencias de estos gobernantes de vocación sempiterna, lo que hay son generales, militares y guerrilleros. Eso tienen los cinco en común: obligaron a sus pueblos a obedecer sus designios.

EN AQUELLOS TIEMPOS

Viajamos a junio de 1857. William Walker acaba de ser expulsado de Granada y de Nicaragua, y el presidente provisional, Patricio Rivas, de León, acata su promesa de quedarse únicamente ocho días más en el poder para que se convoquen elecciones. Pero liberales y conservadores mueven sus ejércitos nuevamente para batallar unos con otros por “desconfianzas mutuas y discordias sobre las candidaturas”, apunta el documento mencionado de Enrique Bolaños, y se produce “un milagro”: los dos generales que en teoría más se despreciaban, el conservador Tomás Martínez y el liberal Máximo Jerez, acuerdan integrarse ellos mismos en una junta de gobierno dictatorial que “impusiera orden en el país”. Y ante sorpresa de muchos, funciona un tiempo y la política se reorganiza.

En noviembre de 1857, al fin, se realizan comicios, y queda electo como presidente provisional el general Tomás Martínez, conservador de Granada. El ungido por el voto popular se ausentará para combatir contra los costarricenses que ayudaron a expulsar a Walker pero exigen tierras nicaragüenses a cambio. El 19 de agosto de 1858, sin embargo, Martínez cambiará la Constitución y saldrá electo otros cuatro años; repetirá reelección en marzo de 1863 para estirar su legado hasta 1867, manipulando al Congreso Nacional.

En total, Tomás Martínez estuvo al poder nueve años y tres meses, entre el 15 de noviembre de 1857 y el 25 de febrero de 1867. En ese tiempo se registraron más de diez cambios de gobernante, pues Martínez se ausentaba para ir a guerras o por razones de salud, y siempre dejaba a un senescal que él controlaba.

Tomás Martínez Guerrero.

 

El siguiente gran caudillo de Nicaragua fue José Santos Zelaya. Cuando levantaron su estatua en Managua, en 2008, el expresidente Arnoldo Alemán celebró efusivo el monumento a un mandatario liberal de leyenda, pero lo cierto es que fue un dictador.

Zelaya dictó a su gusto y antojo del 31 de julio de 1893 al 21 de diciembre de 1909. Durante su larguísima gestión —señalan los historiadores—, el país progresó por sus ideas liberales de cambio y la dinamización de la economía. Zelaya fue educado en Francia y aprendió mucho. No se sabe si allí aprendió cómo llegar al poder y aferrarse a él, pero fue elegido primero por una Asamblea Constituyente formada por los liberales tras derrocar al gobierno de Roberto Sacasa Sarria, y una vez en el poder, a través de reformas constitucionales, se reeligió y gobernó por 16 años y 6 meses.

José Santos Zelaya.

El historiador Bayardo Cuadra insiste que es menester no olvidar que este personaje nunca fue elegido por el voto popular sino por sus asambleas. Y Nicolás López Maltez insiste en que él, junto con los tres siguientes, fue un dictador en todo el sentido de la palabra.

Y para no equivocarnos, este es el significado que ofrece la RAE de “dictador”: Persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos y, apoyada en la fuerza, los ejerce sin limitación jurídica.


Un año, cuatro presidentes

Si un momento de la historia, en contraposición con las largas dictaduras mencionadas, ayuda a retratar el total desorden de la política nicaragüense, ese momento fue 1947. Ese año, Nicaragua tuvo a cuatro presidentes.

1) Anastasio Somoza García inició el año y concluyó su primera presidencia el 1 de mayo.
2) Del 1 al 26 de mayo el presidente fue Leonardo Argüello Barreto, que ingenuamente quiso instaurar un Estado de Derecho y se rehusó nombrar como director de la Guardia Nacional a Somoza.
3) El 25 de mayo el Congreso en Cámaras Unidas declaró “loco” a Argüello y nombró a Benjamín Lacayo Sacasa presidente.
4) El presidente Benjamín Lacayo Sacasa, nombrado por el Congreso el 25 de mayo no fue reconocido por Estados Unidos ni por la comunidad internacional, por tanto el Congreso designó a Víctor Manuel Román y Reyes, quien estuvo en la Presidencia del 15 de agosto de 1947 al 6 de mayo de 1950, cuando murió en el cargo.


LOS SOMOZA

El expresidente Enrique Bolaños sugiere que los Somoza llegaron al poder por una equivocación. Un error del presidente Juan Bautista Sacasa, electo como tal en 1932.

El 1 de enero del 1933, Sacasa tomó el poder como presidente constitucional y eligió a Anastasio Somoza García como jefe director de la Guardia Nacional (GN) de Nicaragua. Esto, según Bolaños, había sido acordado por Sacasa con su antecesor, el expresidente José María Moncada. “El presidente que quedara electo en 1932 debía escoger al director de la Guardia”, explica Bolaños. Y Sacasa, del partido liberal, escogió a Somoza, que había sido viceministro de Relaciones Exteriores.

Para equilibrar las ideologías políticas en el seno del órgano militar, el Estado Mayor de la GN estaba dividido entre liberales y conservadores. Los números impares; uno (Somoza), tres, cinco, siete, nueve, etc., eran liberales, y los pares eran conservadores. Debían ir mitad y mitad, pero según Bolaños, Sacasa dio más espacio a funcionarios liberales. Además de ello, Somoza comenzó a mover sus piezas.

“Somoza era astuto. Se ganó a los conservadores dándoles esto, lo otro. Dándoles plata, dándoles beneficios”, explica Bolaños. “Y cuando tuvo total control de la Guardia le hizo golpe de Estado a Sacasa”.

El historiador Nicolás López Maltez, por otra parte, argumenta en su libro Historia de la Guardia Nacional, que tanto José María Moncada como Juan Bautista Sacasa recibieron la imposición norteamericana de colocar a Anastasio Somoza García como director de la Guardia para “ubicarlo en la misión de sicario para asesinar a Sandino”.

Somoza quería ser presidente pero la Ley le impedía una candidatura, porque Juan Bautista Sacasa era tío de su esposa, Salvadora Debayle Sacasa. La solución, sin embargo, era simple: derrocar al gobierno de su pariente al menos seis meses antes de las elecciones. Dicho y hecho. Dio golpe de Estado, puso en la Presidencia a Carlos Brenes Jarquín, postergó las elecciones y asumió el poder el 1 de enero de 1937.

Entre sus primeras acciones como presidente, Anastasio Somoza García cambió la Constitución Política a través de una Asamblea Constituyente y habilitó la reelección. Dejó el poder por primera vez el 1 de mayo de 1947. Este fue el comienzo de la dinastía somocista, que se estiró por 45 años.

Somoza García regresó al poder el 7 de mayo de 1950 y salió hasta finales de septiembre de 1956, cuando murió por las heridas de bala que le propinó Rigoberto López Pérez en León, el 21 de septiembre de ese año. Para los historiadores, a pesar del control total de Somoza García sobre Nicaragua, a la que manejaba prácticamente como si fuera su finca, por aquellos años el país era bien visto en Centroamérica.

Anastasio Somoza García.

Bayardo Cuadra recuerda que viajaba a Costa Rica sin cambiar sus córdobas, que le aceptaban sin peros en San José, dándole el cambio en colones.

Tras la muerte del padre de la dinastía somocista vinieron muchos cambios en el poder. Luis Somoza Debayle, su hijo, asumió la Presidencia el mismo día en que murió su progenitor para culminar su período, y fue electo para el período de 1957 a 1963.

Según Enrique Bolaños, Luis Somoza no quería que otro familiar suyo se hiciera con la Presidencia, así que nombró a René Schick como su candidato sucesor, y fue elegido. El poder electoral de entonces, hay que destacar, era controlado por los mismos Somoza. Schick falleció en 1966 con un año de su período por terminar. Ese año lo completó Lorenzo Guerrero, puesto por el Congreso, y después vino Anastasio Somoza Debayle, desoyendo los deseos de su hermano Luis.

Tachito, como conocían al nuevo candidato Somoza, sumó nueve años y seis meses en el poder de Nicaragua. Esto lo realizó en dos períodos separados únicamente por los años en que una Junta de Gobierno hizo las veces del poder ejecutivo, como acordaron Somoza Debayle y el líder opositor conservador, Fernando Agüero Rocha, en el pacto de Kupia Kumi (28 de marzo de 1971).

Somoza regresó al poder en 1974 esta vez para un período de seis años, pues, una vez más, se había reformado la Constitución. Pero su segundo periodo terminó en su derrocamiento, en julio de 1979, tras el triunfo de la revolución sandinista. El dictador Tachito Somoza renunció y huyó, para ser asesinado en Paraguay años más tarde de un bazucazo.

Anastasio Somoza Debayle.

¿Presidente o mandatario?

Entre 1838 y 1854, Nicaragua fue soberana pero sus mandatarios no llevaban el nombre de presidente de la República. El cargo se llamaba Jefe de Estado Director y después Director Supremo. Así, el primer gobernante de Nicaragua, José Núñez, se desempeñó con el mote de Jefe de Estado Director. El 28 de febrero de 1854, sin embargo, el Director Fruto Chamorro convocó a una Asamblea Constituyente y cambió el nombre de su cargo a “Presidente al jefe del Poder Ejecutivo”. Desde entonces, los gobernantes de Nicaragua son presidentes, y se cuenta a Chamorro como el primero en serlo.


DANIEL, DE TÍMIDO A DICTADOR

La dictadura somocista detonó odio principalmente entre los jóvenes, y uno de los grupos que se alzó contra las injusticias de los Somoza fue el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Daniel Ortega Saavedra, uno de los integrantes más antiguos de este movimiento, participó en el asesinato de un torturador de Somoza en los años 60 y después, por otros delitos, estuvo preso por siete años. Para cuando la revolución, apoyada por gran parte del pueblo, derrocó a los Somoza, Ortega se encontraba en Costa Rica junto a su hermano Humberto y otros militantes del Frente ya como miembro importante de la facción Tercerista, una de las tres facciones en las que estaba dividido el movimiento.

El origen del poder de Daniel Ortega no da para un thriller de acción. Si bien no fue un don nadie en la revolución, tampoco anduvo en las calles con fusil Fal arriesgando su vida. Su introducción a la Junta de Gobierno de Reconciliación Nacional, en junio de 1979, y posteriormente su aparición como coordinador de la Junta, fueron maniobras de su hermano Humberto Ortega, que tenía mayor rango en el Frente. Y su elección como candidato presidencial del Frente para los comicios de 1984 habría sido una jugada para no molestar al grupo líder.

“Las auténticas personas que podían competir por el cargo de coordinador de la Junta de Gobierno eran Humberto Ortega, Tomás Borge y Henry Ruiz. Eran los tres auténticos. Los demás, incluyendo a Daniel Ortega y Jaime Wheelock, eran de otro nivel, lejos”, reveló Moisés Hassan, exmiembro de esa Junta, a Domingo, para un reportaje anterior.

De acuerdo con un antiguo miembro del Frente Sandinista que habló con Domingo desde el anonimato para ese mismo reportaje, Daniel Ortega fue elegido por sus características de tosco, deslucido, tímido y pasivo. La elección de su hermano, de Borge o de Ruiz hubiera despertado recelos dentro de la más alta esfera sandinista, y al poner a Daniel pensaron que podrían controlarlo y mandar ellos. Se equivocaron.

Daniel Ortega Saavedra.

Daniel Ortega se transformó en hombre fuerte de Nicaragua. La propaganda electoral lo levantó por los humos en los 80, en ese gobierno socialista amigo de la Unión Soviética y enemigo de Estados Unidos. Se transformó en el símbolo del partido y después de perder las elecciones de 1990, prometió “gobernar desde abajo”.

Volver al poder le tomó 16 años. En ese tiempo fue diputado y fue perdedor de muchas elecciones, pero logró pactos políticos importantes para su regreso. En 1999 pactó con Arnoldo Alemán, entonces presidente, para bajar el porcentaje necesario para ser gobernante en las elecciones generales. El porcentaje mínimo se estableció en 35 puntos porcentuales y el Frente Sandinista contaba con un apoyo histórico que rondaba el 37 y 38 por ciento.

El expresidente Enrique Bolaños dice que Arnoldo Alemán, a cambio, pidió presidir la Asamblea Nacional como diputado una vez su gobierno finalizara, en 2002.

Con los años, Ortega hizo las de Somoza García en la GN; se alió con las personas adecuadas, puso fichas suyas en los poderes del Estado y poco a poco fue dominando la política nacional. En 2006 ganó las elecciones de forma democrática, según los historiadores, pero con ese bajísimo techo electoral; y a partir de entonces controló al Consejo Supremo Electoral y como explicó Bolaños, comenzó a “servirse con la cuchara grande”.

En 2018 Ortega lleva 16 años y 5 meses como presidente, pero 22 años y medio ejerciendo el poder. Tiene absoluto control de los poderes estatales e instituciones como la Policía y el Ejército, se lleva bien con la empresa privada y hasta puso a su esposa, Rosario Murillo, como vicepresidenta de la República. Cambió la Constitución con decretos para ser reelecto hasta que él quiera y cada cierto tiempo organiza “simulacros electorales que nadie cree”, en palabras del historiador Bayardo Cuadra.

El actual período de Ortega está presto a culminar en enero de 2022. Por entonces, y si no le da por reelegirse, su récord se estirará a 26 años degustando esa miel adictiva y al parecer pegajosa que es el poder. Si van por el récord, los caudillos del futuro la tienen difícil, pues.

La Prensa Domingo Daniel Ortega Fabrice Le Lous archivo

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