14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.
/ Roberto Porta Córdoba

Globalización y proteccionismo

En el recién concluido Foro Económico Mundial 2018 de Davos, Suiza, el tema principal estaba destinado a ser la “creación de un futuro compartido en un mundo fracturado”. Sin embargo, en la práctica, la agenda giró alrededor de un dilema que cada día ocupa más la mente de los expertos economistas y sociólogos del mundo: cómo conciliar la globalización con el proteccionismo. Cómo balancear la inevitable expansión de los mercados mundiales con la clásica reacción de algunos países a proteger sus mercados y asegurarse que su comercio no caiga en desventaja ante las economías más grandes.

Desde que el proceso económico y sociopolítico de la globalización tomó fuerza después del fin de la Guerra Fría, no han faltado quienes se opongan a su expansión, argumentando asimetrías comerciales, debilitamiento de la soberanía económica y hasta pérdida de identidad cultural. Esta aprehensión a la globalización se podría considerar natural y podría limitarse a servir de ejemplo de la máxima clásica “todo cambio trae reacción” si no fuera porque en esta oportunidad es una de las economías líderes del mundo —la de Estados Unidos (EE.UU.)— la que invoca el proteccionismo y se queja de las “injusticias” de la globalización.

Desde que Donald Trump aceptó la candidatura a la Presidencia de EE.UU. dejó clara su intención de frenar lo que él y su equipo económico consideraban tratados de libre comercio adversos a los intereses estadounidenses, la fabricación ilícita de productos locales en otros países y la salida de empresas estadounidenses a otros continentes. Aunque al inicio se descontaron estas declaraciones como parte de una retórica populista de campaña, Trump ha implementado algunas políticas proteccionistas o no globalizantes en su primer año como presidente: retiró a EE.UU. del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y poco más tarde del Acuerdo Climático de París, uniéndose a Siria y Nicaragua como los únicos tres países fuera del acuerdo.

En Davos, la semana pasada, Trump sonó más conciliador, anunciando que “los EE.UU. se ha abierto a los negocios y compite nuevamente” e invitando a la inversión en su país, aunque renovó su mensaje de que él como presidente debía poner los intereses de EE.UU. primero y que esperaba que los otros presidentes hicieran lo mismo con sus propios países. La recepción de su mensaje por parte de la mayoría de CEO y colosos financieros internacionales presentes fue naturalmente positiva, aunque algunos escépticos también fueron menos pesimistas cuando Trump admitió por primera vez que “poner a EE.UU. primero no significa pensar solamente en EE.UU.”.

¿Qué reflexiones nos pueden quedar de todo esto? Como ya lo expresó el doctor Carlos Tünnermann en esta sección hace unos meses, la globalización no es enteramente buena ni mala. Su éxito depende de cómo las naciones se insertan en ella. Yo agregaría que la globalización no es un proceso finito ni un producto acabado.

Al igual que otros fenómenos, pienso que su progresiva aceptación o implementación puede y debe ser pausada cuando sus efectos colaterales perjudiquen a uno o varios de sus actores. La defensa es permitida. Los países deben ser libres de incorporarse a ella en la medida de su innovación, competitividad y educación.
Aristóteles, desde la antigüedad, ya lo había advertido: “En el término medio está la virtud”. Es posible que, al igual que a otros procesos multidimensionales, ese axioma del filósofo griego sea aplicable a la globalización.

¿Por qué aceptar que la globalización es un proceso infalible y automático? y sobre todo ¿por qué asumir que es un proceso inalterable donde la razón humana no puede incidir? No se trata de regresar a la era del proteccionismo trasnochado ni de fórmulas primitivas de planificación que tantos desastres trajeron a nuestros pueblos. Se trata de procurar encontrar un balance, un equilibrio, ese término medio en el que el proceso de globalización y cualquier otro proceso que impacte a nuestras sociedades pueda sea administrado, dosificado o conducido por el verdadero camino del progreso y el bienestar humano.

El autor es educador, residente en Virginia, EE.UU.
[email protected]

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí