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La metamorfosis del espejo

En una esquina se detuvo, hizo parada a un taxi, subió a él. En la isla, recovecos de su pensamiento desfilaban extraños personajes, de una más extraña película. Para Roberta, en ese momento, todo era nuevo y excitante

Eran las once y treinta minutos de la noche, Roberta estaba sentada divagando con su pensamiento en una silla abuelita sentada en la acera de su casa, veía fijamente a la Luna, y se preguntaba: “Será posible que la Luna que es ‘mansa’ es la que nos dará el golpe final y no el Sol, así es la realidad las personas corderitos son los más nefandas, en fin sigamos viviendo con ello o sin ello, siempre será viada”,  pero como tenía mucho “sueño”,  la puerta de su casa cerró, y una vez que estuvo adentro se sentó delante de su hermoso como un abuhado, y empezó a maquillarse cuidadosamente. Poco a poco el gesto adusto de su rostro fue sufriendo una metamorfosis y una nueva mujer resurgió ante sus ojos.

 

Asombrada vio cómo había cambiado su rostro y su espíritu se contagiaba de la alegría y picardía de la mujer del espejo y de pronto se sintió segura y sensual, con ganas de vivir y de salir de aquellas cuatro paredes opresoras. Entonces, inició a dialogar con el espejo, le comentaba infinidades de cosas y cosas, así pasaron varias horas, se deleitaba.

De frente del espejo redondo y con manos nerviosas se quitó su  blusa de algodón y buscó entre su ropa su lustroso vestido de seda fina. Al sentir la suavidad de la tela rozar su piel un delicioso escalofrío la recorrió. Finalmente se puso unos altos tacones, y se miró nuevamente al espejo, y dándose unos últimos toquecitos en los labios salió a la calle, al traspasar la puerta sintió la mirada deseosa de los transeúntes. No se dio por aludida, caminó lentamente entre la gente con el alboroto que causaba su presencia, era más del filo de la medianoche, las calles estaban gélidas uno que otro perro ladraba  al verla pasar, su aroma se expandía y con una extraña sensación que algo iba a ocurrir.


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En una esquina se detuvo, hizo parada a un taxi, subió a él. En la isla, recovecos de su pensamiento desfilaban extraños personajes, de una más extraña película. Para Roberta, en ese momento, todo era nuevo y excitante. Pero la voz del chofer la sacó de su ensimismamiento, le dijo: “Señorita ya llegamos. Esta es la dirección”. Pagó y furtivamente bajó del auto, ya nada la agobiaba, ahora tenía el tiempo a su disposición. Ya no tenía que correr, ni apresurarse, ni desesperarse por los ajetreos del día a día.

Se sentía dueña del tiempo y del mundo. Con un ademán agraciado corrió las pesadas cortinas del local de su imaginación y con paso seguro se dirigió hacia una mesita junto a la barra y ordenó un trago que saboreó lentamente. Con la mirada buscó unos ojos penetrantes y en su mente esperó escuchar esa voz que llevaba grabada en el corazón.

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Pero solo se escuchó la voz melodiosa del cantante interpretando una hermosa melodía. Abrió su cartera para contar cuánto andaba de dinero, recordó para qué había venido, se le había olvidado porque estaba ahí, ordenó le llevaran otros tragos de licor, siguió bebiendo mientras sus ojos jugaban en la oscuridad  de su mente. De pronto lo vio entrar, con la mirada perdida y su andar lento. Sus ojos reflejaban cansancio y hastío. Por unos segundos se cruzaron sus ojos. Y de pronto una voz muy dentro de ella, le dijo que: “Ya  era hora de regresar, pensó, quizás mañana”,  se dirigió a la salida.

Al pasar junto a él sintió de nuevo el frío metal de su pequeña arma en la carterita, pero siguió su camino sin mirarlo. Esa noche soñó que quemaba su blusa de algodón y que corría libre con su vestido lindo y sus altos tacones rojos, todo era una fantasía por la metamorfosis que sufrió Roberta al dialogar con el espejo. Y fue así como, y después de deambular sin rumbo por aquella parte de la ciudad de su mente, rompió el espejo y lanzó al basurero. Ahí se le acabó el misterio de deambular por los pasillos de su mente… ¡Ah!, dijo.

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