14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.
templos vivos, Dios, Jesús, Iglesia Católica
/ Oscar Chavarría

Nuestro mundo es un hospital

El deseo de Jesús es que todos los hombres “tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10, 10), por eso, una de las facetas más destacadas de Jesús es su cercanía con los enfermos y con todos aquellos que sienten su vida amenazada. La vida de Jesús en Galilea fue dar por todas partes su mano a toda persona que sufría, rescatarles a la vida y devolverles la dignidad que todo ser humano se merece.

En el tiempo de Jesús el enfermo era considerado como una persona prácticamente rechazada por Dios y por la sociedad. Se creía que la enfermedad era la manifestación del castigo y maldición de Dios. Los mismos discípulos de Jesús, cuando vieron a un ciego de nacimiento, así pensaban; por eso le preguntaron a Jesús: “Rabí, ¿quién pecó para que naciera ciego? ¿Él o sus padres?” (Jn. 9, 1-2).

Todo enfermo era, pues, sospechoso de pecado; era como un maldito de Dios. El mismo enfermo cargaba sobre sí la cadena de su complejo de culpabilidad. Esta forma de pensar hacía que el enfermo fuera rechazado, a su vez, por la sociedad. Aún, hoy, mucha gente cree que la enfermedad es un “castigo de Dios”.

Jesús se acerca a los enfermos, no como un médico que desea resolverles sus problemas físicos, ni mucho menos, como un curandero. Él se acerca a los enfermos porque quiere hacerles sentir que Dios y los hombres les aman, y que su enfermedad no es castigo de Dios ni por sus pecados, ni por el de su padres (Jn. 9, 3). Mucho menos que es una prueba que Dios manda a los que ama porque quiere liberarles de las esclavitudes en las que se ven atados y “levantarles” de sus caídas, como lo hizo con la suegra de Pedro (Mc. 1, 31).

Dios quiere infundirles vida, seguridad, confianza en sí mismos. Jesús les brinda la salvación para el cuerpo y para el espíritu, y les da la mano para liberarles de la marginación religiosa y social en que están sometidos por una sociedad y por unos líderes religiosos que no entienden de Dios o pretenden falsificarle.

Jesús se acerca a los enfermos haciéndose uno de ellos y devolviéndoles la sonrisa, de nuevo, a la vida. Como decía el profeta Isaías sobre el Siervo de Yahvé: “¡Eran nuestras dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que Él soportaba!” (Is. 53, 4).

Nuestro mundo es en verdad un gran hospital en el que estamos, muchas veces sin saberlo, muchos enfermos de alma o de cuerpo, social, económica o religiosamente hablando. Todos sentimos nuestras limitaciones, el aguijón de la enfermedad, la angustia, el estrés… Todos sentimos alguna vez que nuestra vida se ve amenazada, seamos niños, jóvenes o adultos.

Por eso, todos estamos llamados a ser como Jesús, gente que damos la mano al hermano que sufre, gente capaz de devolverle amor y esperanza a quien ningún sentido le ve a la vida. Ante este gran hospital del mundo, necesitamos: “La solidaridad”. Solo la solidaridad será capaz de devolver y devolvernos la fe que nos salva (Mc. 10, 52).

Humanizar y humanizarnos, como lo hacía Jesús; haciéndonos sentir que sí hay quien nos brinda su amor en esos momentos difíciles de la enfermedad. La figura de Jesús nos invita hoy a todos a no esconder nuestras manos allí donde alguien desea que se las brindemos y a dejarnos también ayudar por aquellos que nos quieren. Nuestra lucha, como cristianos, es contra todo aquello que es no-vida, maltrata o amarga la vida. La vida es el objetivo supremo de nuestra fe, como lo fue para Jesús (Jn. 10, 10).

El autor es sacerdote.

Opinión Enfermedad Jesús en Galilea religión salud archivo
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí