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/ Nasere Habed López

Estatus social del maestro

Entendemos por status social del maestro, la valoración que la comunidad hace de la profesión de maestro, en comparación con el mérito que le merecen otras profesiones.

Históricamente, la profesión docente ha perdido prestigio, desplazada gradualmente por el mayor valor que nuestra sociedad atribuye a profesiones relacionadas con la salud y los negocios, como medicina, farmacia, odontología, derecho, economía, administración, contabilidad pública y finanzas.

Observemos así, que los bachilleres con mejores calificaciones y antecedentes académicos, saturan la matrícula en esas carreras universitarias, quedando las opciones de las carreras docentes, para los bachilleres menos calificados, que no clasifican en las carreras de mayor prestigio.

Muchos jóvenes, estudiosos y brillantes, con vocación para la enseñanza, prefieren sacrificar su vocación docente y estudiar otras profesiones que juzgan de mayor categoría social y mejores ingresos económicos, que la profesión de maestro.

Nos llama también la atención, la diferente valoración que nuestra cultura asigna al maestro, en función del nivel de enseñanza en el cual trabaja, siendo los mejores valorados y remunerados, los catedráticos universitarios, seguidos, en orden de importancia, por los profesores de secundaria, los maestros de primaria y, a la cola, los maestros de kínder o educación inicial, que es también el nivel donde menos requisitos se exigen para su desempeño.

Esta escala social valorativa es diametralmente opuesta a la importancia real que tienen los diferentes niveles educativos en la formación de la personalidad, ya que está comprobado científicamente que la educación a niveles tempranos de la vida es la más importante, por su incidencia determinante en la formación y desarrollo del carácter. Es aquí donde deberían estar los maestros mejor preparados y más competentes.

El desconocimiento de la importancia de la escuela de párvulos ha llevado al error de contratar personal de bajo perfil académico, por lo que no nos debe extrañar que sea en este nivel inicial de la educación, el nivel donde se observan con más frecuencia casos de maltrato físico y abusos sexuales contra los menores.

Otro error generalizado es creer que el trabajo del maestro es simple y se reduce a cinco horas diarias de clases, cinco días de la semana y vacaciones prolongadas de descanso. Totalmente falso.

Además de las horas de clases, el maestro debe dedicar tiempo a la preparación de sus planes de trabajo, sus lecciones diarias, sus informes y boletines de notas, mantener actualizado sus conocimientos; además de participar en reuniones con los padres de familia, autoridades de la escuela y del Ministerio de Educación y concurrir a los actos cívicos y diversos eventos sociales de la escuela y de la comunidad.

Además, según nuestra cultura, el maestro debe ser un dechado de virtudes. No debe fumar, no ingerir licor, ser casado, ser ejemplo de rectitud y moralidad.

Pocas profesiones son tan complejas, exigentes y requieren tanta dedicación, tiempo y sacrificio como la docencia. A la par del dominio de la materia que se enseña y de conocimientos psicopedagógicos y de relaciones humanas, el ejercicio de la docencia requiere condiciones especiales de carácter para liderar con los alumnos y padres de familia y relacionarse constructivamente con los demás.

Un análisis objetivo de nuestra realidad cultural nos lleva a concluir que no somos equitativos con el maestro. Es mucho lo que le exigimos y poco lo que le recompensamos.

Estamos en deuda con el maestro nicaragüense. En justicia, nuestros maestros necesitan mayor comprensión y reconocimiento a su trabajo, a la par de una retribución salarial justa, acorde con la naturaleza, complejidad y trascendencia social de su magisterio. Con ello lograremos también atraer hacia los estudios de magisterio a los bachilleres más calificados, por su rendimiento académico, su vocación y su formación moral.

Si la docencia fuera la carrera preferida por los mejores nicaragüenses, aseguraríamos un porvenir brillante para Nicaragua.

Hoy que se abre un nuevo año escolar en Nicaragua, guardamos la esperanza de que se inicie un nuevo futuro para los maestros nicaragüenses, para bien de los docentes y de nuestra sociedad.

El autor es orden Mariano Fiallos Gil, del Consejo Nacional de Universidades y Doctor Honoris Causa de la UNAN-Managua.
[email protected]

Opinión docencia Estatus social salarios archivo
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