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Cañones contra el Cosigüina en erupción de 1835

“Las fieras entraron a los poblados, los pájaros caían muertos mientras volaban. Tres días de oscuridad, con hachones de ocotes y candiles se alumbraba la gente; a diez pasos no se miraba nada, tan grande era la oscurana durante el día. Ni se podía respirar por la lluvia de arena y cenizas que caía. Continuos temblores y retumbos mantenían en zozobra a las familias. Salían procesiones clamando misericordia, arrodillada la gente rezaba. Todo mundo andaba espantado. Se creía que era el fin del mundo”, así narraba Carmen Majano, chinandegana nacida en 1912, lo que le contaba su abuela sobre la erupción del Cosigüina del 20 de enero de 1835.

La tradición oral del occidente de Nicaragua mantenía muy vivo el recuerdo del “Año del Polvo”, provocado por la “erupción volcánica más violenta en tiempos históricos”, como fue llamada por geógrafos de la época.

En los programas de educación primaria, al menos en las décadas del 1930 al 60, había una lección sobre la erupción del Cosigüina, que asombraba a los pequeños: “Sus cenizas llegaron hasta México, Jamaica, Colombia y Puerto Rico. Las guarniciones de las fortalezas en Cartagena, San Juan, Omoa y Veracruz, se pusieron en alerta al escuchar sus estampidos, creyendo que era el ataque de una flota del enemigo”. Mi generación aún la recuerda, aunque hemos olvidado muchas otras lecciones.

Un cronista del Ocotal escribió una extensa narración en verso sobre la erupción, que ha sido rescatada por Jorge E. Arellano. Valiosa por el valor histórico de la vivencia sobrecogedora de quienes soportaron el paroxismo volcánico.

El antropólogo Víctor del Cid refería que en la memoria colectiva miskita se narraba el fenómeno de la gran nube que cubrió los cielos y llenó de extrañas cenizas a los ríos.

Incer Barquero, quizá el nicaragüense más acucioso en el estudio histórico-geográfico de nuestros volcanes, refiere en uno de sus trabajos publicado en la Revista Conservadora número 185 de 1984:

“La erupción del volcán Cosigüina fue sufrida en toda su más aterradora dimensión por los pueblos situados alrededor del golfo de Fonseca, en especial aquellos al sur de Honduras como Choluteca, Nacaome y Goascorán; así como en el puerto de La Unión, en las costas orientales de El Salvador, ubicado exactamente en oposición diametral al volcán en relación al golfo. Con mayor intensidad los que vivían en la isla del Tigre, junto a la costa sur de Honduras, apenas a 35 km del volcán, experimentaron horas de inenarrable agonía, sofocados casi completamente por arenas y cenizas lanzadas durante la erupción”.

A pesar de que los vientos arrastraban la columna eruptiva hacia el noroeste, esta fue de tal intensidad que cubrió también el occidente de Nicaragua, en acta del 26 de enero, la municipalidad de León consigna que “durando varios días la tempestad de cenizas y la negra oscuridad, de forma que solo se veía la atmósfera a la luz de los relámpagos del volcán, se convocó a varios sujetos instruidos en materias filosóficas” quienes aconsejaron sacar todas las piezas de artillería y dispararlas al aire, para romper la pesada atmósfera y circularan los vientos, según se lee en el tomo 4 de 1942 de la Revista de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, en la cual se reproduce dicha acta.

El canónigo Desiderio de la Cuadra, a la fecha encargado de la Diócesis de Nicaragua y Costa Rica, en Relación publicada en la Revista Conservadora No.2 de 1960, expresa refiriéndose a la ciudad de León: “En cada rostro estaba retratada la imagen de la muerte y cada uno se disponía para entrar en el sepulcro… Diez mil personas por lo menos asistirían a la procesión… Cuando la imagen de Mercedes salió, el inmenso gentío se postró en tierra y bañados en lágrimas imploraban su intercesión… ¡Cosa admirable!” Cesaron los temblores, retumbos y estruendos.

Dramáticos momentos vividos hace 183 años que pueden ser repetidos en cualquier instante por alguno de los volcanes a cuyas sombras vivimos los nicaragüenses. Conocer la historia de las hecatombes causadas por los múltiples fenómenos naturales que enfrentamos es un aprendizaje valioso para prepararnos a mitigar las amenazas a las cuales estamos permanentemente expuestos.

El autor es psicólogo social.

Opinión cosigüina erupciones archivo
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