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Desaparecidos en Nicaragua

Tras varios meses en que las autoridades de Nicaragua les han negado a dos madres la entrega de los cadáveres de sus hijos (la nicaragüense Elea Valle y la camerunesa Mary Frinwie Atanga). Tras sufrir nuevamente los escuetos e insultantes comunicados oficiales de Ejército y Policía donde para evitar mencionar la palabra “niño”, o “menores de edad” (en el caso de los hijos de doña Elea) se les tacha de “elementos delincuenciales”. Tras la absoluta desinformación y mutismo con respecto al caso del migrante camerunés Mbang Atanga, muerto a balazos, y posterior acusación y encarcelamiento de su mamá que vino al país a reclamar su cadáver. Tras dos casos más de respuesta asesina con que Ejército o Policía hacen frente a grupos o personas que consideran delincuentes. Tras nuevos crímenes contra niños que pierden la vida o quedan con secuelas de por vida, hay algo aún más cruel que se cierne todavía: el silencio de las autoridades y quienes los secundan, que no quedan eximidos de responsabilidad.

En el comunicado de la Policía en relación con la matanza perpetrada por el Ejército en La Cruz de Río Grande, fue sorprendente leer que se culpaba a los muertos de haber asesinado al menos a tres personas (de los que se da nombre y apellidos) y de otros hechos delincuenciales. Sin aportar más datos, en el texto no se lee, ni una vez, una sola palabra de lamento o compasión por las víctimas (al menos por los menores de edad). Estremece por la fría crueldad con que se escribe. Lo más importante, se nos dice, es que el Ejército y la Policía garantizan así la paz. Se da por bueno matar sin juicio a presuntos delincuentes. Y por último, no se entregan los cuerpos a la madre que los solicita.

Policía y Ejército se han amparado en el cheque en blanco que el pueblo de Nicaragua le ha dado a este gobierno y su maquinaria, y a sabiendas de que las cosas que ocurren allá en la costa, en el campo o en la montaña nunca llegan a saberse y a casi nadie le importan. Como tampoco importa la suerte de un migrante muerto al que acusan de tráfico de personas tras no haberse detenido ante un control. Nuevamente sin juicio y sin que el migrante pueda defenderse, pues ya está muerto. Lo más rocambolesco es que la madre que vino a Nicaragua a llevarse el cuerpo de su hijo, también fue acusada de lo mismo. Pero como antes decía, todo ello se debe a que esta gente “importa poco” en un país donde somos cristianos todos, solidarios todos, socialistas todos.

Llama la atención la crueldad que engloba a toda la cadena de mando, desde quien da la orden de disparar hasta quien dispara; desde quien dicta un comunicado de prensa hasta quien lo escribe. La negación o la dilatación en el proceso de entrega de cadáveres a las madres de las víctimas es una más de las amarguras con la que se ensañan contra el rostro de madres de la tristeza. Y con el tiempo, parecen querer que las víctimas se conviertan en desaparecidos. Quienes lo han sufrido saben lo que pesa, lo que duele, la angustia de los desaparecidos. Hay países que no se recuperan aún años después de guerras y desastres naturales por el trauma de sus desaparecidos.

Mientras no se les pueda tocar por última vez aunque sean ya puros huesos, los familiares no descansan. Es el derecho a acostar a los nuestros, a darles el último abrazo y a decirles adiós. Negar este derecho, cuando está en nuestro mano, se convierte en una de las mayores crueldades que conozco. Y hasta ahora nadie, en esa cadena de mando férrea que lo ha decidido así, ha expresado su desacuerdo ni se ha negado por conciencia a ser parte de esta maquinaria de decisiones crueles.

Las Jagüitas, La Cruz de Río Grande, o Chichigalpa han sido testigos de niños muertos o heridos por la Policía y el Ejército de este país, que parece poseer inmunidad para tomarse la justicia por su mano y dispararnos a todos (adultos y niños), a matar. Algunos habrán cometido hechos delictivos y otros serán inocentes. Les quitaron hasta el derecho a defenderse. Para ellos, todos somos gente que no importa. Recordémoslo bien.

El autor es periodista.

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